Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Manuel Navarro Luna

I

Poeta y periodista cubano nació en Matanzas el 29 de agosto de 1894.

Descendiente de una familia mambisa, cuando sólo contaba con seis meses de edad fue llevado a la Ciudad de Manzanillo, en Granma, por su madre Martina Luna, debido a la muerte de su padre Zacarías Navarro Pérez, capitán del ejército español que fue asesinado por sus propios compañeros de lucha, pues descubrieron que apoyaba la lucha por la independencia de Cuba.

Desde pequeño tuvo que abandonar la escuela e incorporarse a realizar varios oficios tales como: mozo de limpieza, limpiabotas, buzo, sereno y procurador público. La situación económica y política imperante le hizo tomar conciencia de la causa cubana por la libertad. Estudiaba para superarse en forma autodidacta.

En 1915 se da a conocer en el mundo poético con Penachos y Orto en las revistas manzanilleras.

De su elegía a doña Martina Luna, dice Juan Marinero: “Es una gran hazaña esa de hacer una elegía en décimas. Porque a la verdad, no es el molde más natural y adecuado. La décima obliga a una claridad de martilleo, forzada por el consonante preciso y reiterado, que no es lo mejor para decir un dolor sincero y hondo. No se trata de un obstáculo insalvable, sí de una fuerte dificultad que sólo puede salvarse, como has hecho tú, con mucho talento y mucha emoción”.

Falleció en La Habana el 15 de junio de 1966.

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Consejos

Un padre que da consejos

más que un padre es un amigo.

José Hernández (Martín Fierro)

No tires tu tiempo al río

ni lo tires a la mar.

¡Siembra tu tiempo! Sembrar

en el calor y en el frío,

tal debe ser, hijo mío,

tu divisa verdadera;

pero siembra de manera

que con tu brazo profundo

no coseches para el mundo

más que frutos de bandera.

Si puedes, alguna vez,

subir a una estrella, sube

en el hombro de una nube

o en el de alguna embriaguez.

No dejes para después

el camino de la estrella.

Procura llegar a ella,

con tu rosa amanecida

para que deje tu vida

sobre la vida, su huella.

No olvides que la bandera

da siempre el fruto mejor.

En primavera de honor,

un honor de primavera.

Tu mano, firme y sincera,

clávala siempre en el suelo

y con denodado anhelo

el fruto mejor espera,

porque el que siembra bandera

no recoge más que cielo.

La muerte y la vida son

dos corrientes luminosas,

si les tiramos las rosas,

las rosas y el corazón.

La verdadera razón

del hombre para vivir

es por la estrella subir

a la luz que nos espera

y si sembramos bandera

será de luz el morir.

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Tienes que escoger tu muerte

Tienes que escoger tu muerte

como se escoge una flor.

Y verás que hasta el dolor

puede ser la mejor suerte.

El pecho, mientras más fuerte,

más tiene que trabajar

vida y muerte, para dar

su flor al camino pulcro

y que pueda su sepulcro,

siendo sepulcro, brillar.

Pues quien así no trabaja

vive con muerte. Vivir

puede cualquiera. Morir,

sin muerte, sólo el que baja

al sepulcro sin mortaja

y con latidos despiertos,

para ser, entre los muertos,

una conciencia anhelante

que en la sombra se levante

con los parpados abiertos.

Hay quien dice: “El tiempo es oro”,

y en dinero lo convierte.

Y hasta comprar una muerte

quiere con ese tesoro.

Mas en delirante coro

de furias y de agonías,

las sombras, tercas y frías,

hunden, con un golpe fiero,

al que cambia por dinero

el tesoro de sus días.

Pero al que exprime su hora

que es cual milagrosa fruta,

y de sus mieles disfruta

con larga ansiedad creadora,

podrá construir la aurora

sobre la sombra mayor,

y hasta convertir en flor

la muerte que nos destruye,

mientras, brillando, construye,

con luz, su vida mejor.

II

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Vienes del amanecer

¡Vienes del amanecer

con los párpados tan rojos…!

¡Como ha llovido en tus ojos

no he visto nunca llover!

¡Vienes del llanto, mujer…!

¡Y, por eso, tu alegría,

tras de una larga agonía

vendrá en un largo derroche…!

¡Ha de andar toda la noche

quien quiere llegar al día!

Tiempos mejores vendrán

para ti; pero, entre tanto,

parte conmigo tu llanto,

tú, que partiste tu pan.

Mis manos restañarán

las heridas que tú tienes.

De manera que si vienes

a la paz que te construyo,

yo he de ser, al lado tuyo,

los latidos de tus sienes.

Sé que te invade la muerte

con su noche sin calor

y que a no ser el dolor

ya nadie más quiere verte.

Y fue tu luz siempre fuerte,

ahora en tu pecho apagada,

la generosa mirada

que halló todo peregrino,

al pasar por tu camino

con su lámpara cansada.

Pero está bien. Incorpora

tu corazón en mi pena.

Y que corra por su arena

tu lágrima abrasadora.

Y llora, querida, llora

el dolor que no mitigas.

Haz con lágrimas las migas

para el pico del quebranto,

mientras amanece el llanto

sobre las muertes espigas.

Manuel Navarro Luna