Cultura

Chava Flores, cronista de un México que fue

Pedro de la Hoz

La Bartola se me pegó por Pedro Infante y no sé de dónde vino el gusto en mi familia por El gato viudo hasta sabérnosla de memoria. Debe ser cosa del cine y las humoradas de Tin Tan, de la radio, y de los discos de 78 revoluciones por minuto. Eran canciones mexicanas, no propiamente rancheras pero sazonadas por el inconfundible timbre de las bandas de mariachis. Canciones urbanas, de humor claro y directo, estampas de sabor popular que de algún modo reflejaban un costado de la idiosincrasia mexicana, no toda por supuesto, pasada la medianía del siglo pasado.

Mucho más tarde di con el autor y tuve ante mí la revelación de un hombre hecho a la lucha, de vocación decidida y pertinaz afición, Salvador Flores Rivera, o mejor dicho, Chava Flores. Por estos días la Fonoteca Nacional lo recuerda a propósito del centenario de su nacimiento el 14 de enero de 1920 en la capital, mediante la difusión de parte del patrimonio sonoro y documental que la institución y la familia del autor conservan.

Chava no estudió ni se inició en la música, pero el gusto por ella impregnaba su espíritu. Tanto fue así que mientras desempeñaba múltiples oficios –vendedor ambulante, empleado de ferretería, almacenero, cobrador de deudores morosos– y trataba de echar adelante una camisería, iba aprendiendo y anotando los hitos de la música popular, la que oía en cantinas y difundía la radio, la que se comentaba en las tiendas de abarrotes o preferían las parejas en los paseos dominicales.

Entonces le pasó por la cabeza una aventura editorial. Sin ser tampoco un hombre de imprenta, emprendió en 1949 la publicación de una revista quincenal titulada El álbum de oro de la canción, recopilatorio de temas del momento y pasados pero vigentes en la memoria de la gente. O sea, Chava intentó conciliar en esos cuadernos, de pulcra presencia, que salieron a la luz durante cuatro años, historia y actualidad hasta que no pudo más, acorralado por problemas financieros.

El mismo explicó por qué se enroló en la lid: “Mi amor por las canciones de México y sus compositores fluyó a mi mente. Me sabía miles de ellas, aunque no conociera personalmente a ningún autor, y de mi mente desesperada por el infortunio surgió El álbum de oro de la canción. Ahí desahogué mis ansias guardadas por ese hermoso arte que tanto amé y que nunca había sido mío”.

Valdría la pena investigar a fondo la publicación y realizar una edición crítica de los cuadernos, de manera que se pueda contar con un referente hemerográfico de un proyecto nacido de la más legítima ambición.

Tras la última página, Chava inauguró un nuevo capítulo en su vida, el de la composición. Si nos atenemos a lo que el propio autor inscribió, la primera de sus piezas, Dos horas de balazos, por su ingeniosa narrativa, merece clasificar en cualquier antología de la canción latinoamericana.

Allí desarrolló como argumento lo que los jóvenes de su época podían imaginar al ver una película del oeste: ladrones y “sherifes” de uno y otro lado de la frontera maldita. El sentido paródico de la canción y la inserción en ella de personajes de los filmes de vaqueros calzaron el éxito que obtuvo no más interpretarla los Hermanos Reyes y escucharse en la banda sonora de Amor de locura, de Rafael Baledón.

Los cineastas proclives a la comedia comenzaron a echar mano a la producción de Chava Flores. Cómo no aprovechar Los gorrones para desplegar una situación humorística en una de las tantas películas de Gilberto Martínez Solares, o dejar de insertar el filo sarcástico de Sábado en el Distrito Federal en Cuatro hembras y un macho menos, de Del Tal Gomezbeck. Por sus relaciones con productores y directores de la gran pantalla, el autor llegó a aparecer en algunos filmes entre los 50 y los 70, con desigual fortuna como actor, pues sus dotes histriónicas eran limitadas.

Lo mismo pasó con sus incursiones vocales. Cierto que nadie debe disminuir el gesto de intentar defender el repertorio que fue hilvanando a lo largo de su vida. Lo hizo con gracia en discos y programas de radio y televisión. Pero, sin lugar a dudas, el autor sobrepasó al cantante y ello se aprecia cuando sus composiciones entraron en la órbita de los ya mencionados Pedro Infante y Tin Tan, o de Miguel Aceves Mejía y Los Costeños, el grupo La Miel y Piporro, El Loco Valdés y hasta el mismísimo José Alfredo Jiménez. No por gusto cantautores que se distinguen por privilegiar el arte sobre el mercado, como Guadalupe Pineda, Eugenia León y Oscar Chávez, lo han tomado en cuenta.

Al Chava Flores hay que medirlo en su condición de cronista. El barrio, los tipos populares, las historias de la gente de a pie de una ciudad y un país que alguna vez fue, hallaron en él un reflejo tangible.