Cultura

Un Goya de la novela al cine

Pedro de la Hoz

Sin restar un ápice de protagonismo a las categorías principales de una evaluación que pone en el centro, lógicamente, a la producción cinematográfica española –los fanáticos de Pedro Almodóvar deben estar de plácemes por la cima conquistada por Dolor y gloria–, en esta parte del mundo donde habitamos, la proclamación de los Premios Goya genera expectativas ante la apertura ofrecida a las películas procedentes de América Latina exhibidas durante el último año en la nación europea.

Cuatro filmes estaban nominados en el acápite de Mejor Película Iberoamericana, todas con suficientes méritos, pero la argentina La odisea de los giles, de Sebastián Borensztein, se impuso a Araña, del chileno Andrés Wood; El despertar de las hormigas, de la costarricense Antonella Sudasassi; y Monos, del colombiano Alejandro Landes.

Confieso que en diciembre pasado, ante la proyección de La odisea de los giles, tuve ciertas dudas, pues no siempre una novela desembarca en buenos términos al ser llevada al puerto de la gran pantalla. Conocía el texto original, La noche de la usina, del escritor argentino Eduardo Sacheri, narración estupenda por sí misma sin necesidad de blasonar de la etiqueta del Premio Alfaguara de Novela 2016.

La desconfianza surgió también de los oropeles que acompañaban la cinta: presencia de una probada pareja de actores, padre e hijo, en el elenco, los reconocidos Ricardo y Chino Darín, junto a los experimentados Rita Cortese y Luis Brandoni –terminó llevándose éste el Premio de Actuación Masculina en el 41 Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana–; y notas promocionales que, como suele ocurrir, simplificaban el desarrollo de la trama.

De igual modo, al etiquetarse la producción como una comedia, hubo quienes se preguntaban cómo el humor encajaba en un argumento que refería las acciones emprendidas por un grupo de vecinos de la provincia de Buenos Aires con el objetivo de recuperar lo que les pertenece, tras ser víctimas de una colosal estafa en medio de la crisis padecida por el país austral en 2001.

El humor salva y, muchas veces, pone de relieve las aristas más insospechadas de un episodio trágico por naturaleza. En el cine hay unos cuantos ejemplos. Charles Chaplin y Roberto Benigni, por citar tan sólo un par de ejemplos, con diferentes grados de genialidad, lanzaron efectivos dardos a uno de los fenómenos más infames de la historia del siglo XX: el nazifascismo.

A medida que avanza la película, el espectador se identifica con la venganza de los estafados. El sueño de conformar una cooperativa agrícola y reabrir un centro cerealero en tiempos de crisis, hecho trizas por la mala fe, la codicia y las reglas del capitalismo salvaje, se transforma en una ingeniosa puesta en práctica de la filosofía del ojo por ojo, asumida con camaradería y corrosivo sentido del humor.

En ocasión del estreno de la cinta el año pasado, el director Borensztein recordó la crisis de 2001, hija del neoliberalismo: “Cuando se desató el gran quilombo, me acuerdo que la gente no sabía bien lo que estaba pasando; cuando nos dimos cuenta, recuerdo que yo estaba en mi casa y pinté la bandera argentina en toda la pared del living, tenía mucha bronca. No fui damnificado económicamente porque tenía mi cuenta en rojo, pero vi gente quebrada, fundida, o que se moría por el disgusto de haber perdido los ahorros de toda su vida. Nos arruinaron la vida a todos”.

Dos décadas después, coincidiendo con la puesta en circulación de la película, el macrismo se hallaba en su punto más álgido y de ello opinó el director: “Veo el país mediocrizado al máximo, lo veo triste, tenso, violento, apagado. Estas son las palabras que me surgen. Lo que tenemos lo hemos construido entre todos. Y lo que tenemos por hacer también va a ser responsabilidad de todos los sectores, tenemos que poner voluntad”. La voluntad se expresó en las urnas; Macri cayó y un nuevo gobierno, el de la dupla Fernández, tiene una tarea gigantesca por cumplir.

No más darse a conocer el Goya para La odisea de los giles, la prensa argentina rastreó al escritor de la novela a fin de pulsar su reacción. Sacheri declaró: “Siento que interesa la historia de personas débiles que cuando se juntan son menos débiles”.

El novelista relató su experiencia en el set de filmación: “Es lindísimo, pero a la vez es raro. Me lleva mi tiempo, adaptarme. Como es gente de primerísima línea, es lindísimo ver cómo van sacando adelante los personajes. Son gente enormemente trabajadora. Una vez que pasaste ese momento de extrañeza, lo disfruto. La fui a ver al cine siete veces. Los escritores no sabemos qué cara ponen los lectores cuando nos leen. Pero en el cine puedes escuchar las respiraciones, los comentarios, las risas”.

A Sacheri le ha ido muy bien con el cine. Otra novela suya dio pie a una de las más apasionantes películas de la primera década de la actual centuria, El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella, donde también Ricardo Darín encabeza el elenco. Ganó el Oscar al Mejor Filme de Habla No Inglesa.