Jorge Cortés Ancona
La presentación del libro “A la luz: Carmela Duarte”, en el reciente VIII Simposio sobre Patrimonio Cultural de Mérida, el pasado 23 de enero, dio motivo para hacer referencia a las condiciones en que se hallaban las artes plásticas en Yucatán en el siglo XIX, en específico las de tipo educativo respecto a las mujeres.
La educación formal en materia de artes plásticas fue prácticamente inexistente en Yucatán hasta antes de 1916. En pintura, de lo poco que se sabe, los cursos se reducían a trabajar de manera personal y empírica con un maestro, generalmente copiando postales u objetos con intención decorativa, mientras que en dibujo hubo cursos integrados a la enseñanza básica, con fines meramente prácticos de aplicación al bordado y otras labores similares.
Esta situación de limitada enseñanza puede considerarse igual para varones y mujeres, salvo en lo que se refiere a la posibilidad de estudiar fuera de Yucatán y de México, lo cual ocurrió en unos pocos casos en varones: Gabriel Vicente Gahona “Picheta”, Juan Gamboa Guzmán, José Dolores Espinosa (autor de un manual de dibujo técnico), Enrique Cervera, Gregorio G. Cantón, y como único caso femenino, la propia Carmela Duarte, que montó un estudio en Roma, para recibir enseñanzas de un maestro de nombre Cesare Mariani, conforme a la investigación de Luz María Vázquez.
Las artes plásticas jugaban un papel secundario en la educación. Como ejemplo, tenemos que entre las materias que la Sociedad La Siempreviva, de las profesoras y escritoras Rita Cetina Gutiérrez y Gertrudis Tenorio Zavala, impartía gratuitamente para niñas pobres en 1870, figuraba la de Dibujo Natural, cuyas sesiones ocurrían los miércoles y sábados, de 5 a 6 de la tarde, a cargo de Cristina Farfán (La Siempreviva, 2010, p. 5). Esta escritora y dibujante les dirigió una alocución en la primera clase, indicando desde el inicio que la pintura había sido siempre su sueño dorado:
“Vosotras, queridas amigas y discípulas, a quien tengo el gusto de dar las primeras nociones de dibujo, quizá más dichosas que yo, podréis llegar con el tiempo a ser verdaderas artistas… podréis con vuestro trabajo mantener a vuestros ancianos padres, a vuestros pequeños hijos; o si al contrario, os llegáis a encontrar en una posición brillante, se mirarán vuestros salones adornados con las obras de vuestras manos. Entonces con más gusto reproduciréis cuadros poéticos copiados de nuestros risueños campos, vistas dignas de admiración de que abunda nuestra Península, las glorias y personajes célebres de nuestra patria, todo trazado por vuestra mano”.
Varios números después, se menciona a cinco niñas que fueron premiadas por su aplicación en Dibujo Natural. El dibujo era considerado como una de las materias de enseñanza secundaria, las cuales “con bastante facilidad desempeñan las alumnas demostrando en ellas el verdadero mérito de que están dotadas”. Unos pocos escritos más de esa publicación dan una idea de los escasos vínculos de las mujeres con las artes plásticas, con poca diferencia, en realidad, respecto a sus contemporáneos varones.
Para indicar el estancamiento en que se encontraban las artes plásticas en Yucatán, después de la muerte de Juan Gamboa Guzmán y Gabriel Vicente Gahona “Picheta”, los dos principales artistas yucatecos del siglo XIX, Eduardo Urzaiz señalaba con ironía que: No daba más señales de vida que la obra cacoquimia de media docena de damas y damitas que en el sagrado recinto del hogar, copiaban postales con paciencia benedictina (p. 646).
Y en cuanto al modo de trabajar, unos párrafos después describe a un maestro que enseñaba a pintar cromos mediante una cuadricula, imitando, “como quien borda”, los detalles del modelo, con lo cual “los papás de las chicas quedaban encantados”.
La situación cambió durante el régimen de Salvador Alvarado, con la creación de una escuela de enseñanza formal y mixta, con maestros especializados y materias integradas en cursos anuales.