Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

Ricardo Riverón

II

1737Que me tenga cuidado el amor

Se ha perdido mi huella en su mar.

Silvio Rodríguez

Yo sé que te debo noches,

catauros, agua, la herida

de tu luz. Ya ves. La vida

no se ha cerrado: no hay broches.

Claudia de todos los coches

donde hoy no viajo. Sombrero

para mi sed de viajero.

Escafandra para el ruido

de la tristeza. Latido

de la canción donde muero.

Te has perdido. Se ha perdido

mi forma de amar. Se ha muerto

mi gorrión. Parece cierto

que murió de estar dormido.

Ningún pincel aturdido

sabrá pintarte, coral,

flor de loto y de cristal

hermoso como el betún,

muchacha tierna como un

cuadro del viejo Chagall.

Mi azucena palidece.

Algo está donde no estaba:

un jarrón, alguna jaba,

el mar, el número 13.

Ya mi sombra se parece

a la luna con disfraz.

La pluma de un alcatraz

me causa horror: es la pluma

con que escribí: “soy espuma”,

con que dijiste: “jamás”.

Eres, mujer innombrable,

como una gaviota, como

esa música de plomo

de algún planeta mutable.

No te cambio por un sable,

ni por su vaina, ni por

la primavera. Tu flor

mordida por las estrellas

me ha flagelado: sus huellas

se parecen al amor.

1738Idilio vivo ¿Hacia dónde cae el mundo

cuando no escucho tu voz?

¿Soy uno, cien, o soy dos

que no son, o en un segundo

cuento hasta mil? ¿No redundo

cuando pregunto si llora

un sol que se decolora

sobre la tarde marchita?

¡Ay, mi andina y dulce Rita!

¿Qué estás haciendo a esta hora?

¿Qué haces y dónde estás?

¿Caminas?¿Fue de tu abuela

con su falda de franela

que heredaste ese compás?

El rey de espadas y el as

van de tu mano. ¿Cuál traje

usarás en homenaje

al sol donde te reflejas?

Dime, niña, si en las tejas

llora un pájaro salvaje.

1739Otredad (Otra edad)

Para Yamil Díaz Gómez

Alguien que cuente por mí

la sombra que soy, sin serlo,

y el aire, para entenderlo,

le diga a mis ojos: sí.

Que venga y pronuncie aquí

lo que estrenó en su mirada

y cante, con voz callada,

al mar de sonrisa muerta

como quien clava a una puerta

la luz; es decir: la nada.

Alguien sin sombra ni gracia,

perfecto en su mala suerte,

que le dispute a la muerte

su persistencia y su audacia.

Que conjure la falacia

de soñar y no perderse

cuando el sol, por esconderse,

diga con la voz de otro

el paso lento de un potro

azul, al desvanecerse.

Alguien que no puedo ser

ni seré, porque ya estuve

descifrándole a la nube

el rostro de una mujer.

Callado, al amanecer

como el que sueña y tirita,

un ángel que resucita

devuelve, intacto, mi nombre,

aunque sigo siendo el hombre

que sobre el gris se marchita.

Alguien que ya vive en tantas

personas de “mi persona”

queda, de rey sin corona,

cubierto con tristes mantas.

Puedo ser yo, pero cuántas

verdades que las estrellas

callaron –que canten ellas–

dan el fulgor que no tengo

cuando voy, sin abolengo,

pasando sobre mis huellas.

1740La ocasión la pintan calva

Dile, muerte, a las personas

que te aguardan en mi pecho,

hacia dónde está maltrecho

este corazón que abonas.

Tú ganas, tantas coronas

cayeron con tu mandoble

que, sin saberlo, el redoble

de esos huesos en mi cráneo

dan vida a un extemporáneo

sabor a vino de roble.

Dile, a todos, que en la puerta

de inventar fugas y adioses,

fotografiaste las poses

vivas de la luna muerta.

Que nadie piense que acierta:

sobre el eje de las yes

acechan, tenues, los pies

de este feroz algoritmo,

e intraducible es el ritmo

de los que –sin ver– tú ves.