Cultura

Unicornio Por Esto: La buena estrella

Dos marinos en situación de retiro, Daniel Antonio Uicab Alonzo y Genaro Watla Silva, presentan textos literarios, fruto de décadas de servicio a la nación luego de anclar en Yucatán y dar rienda a sus viajes en la escritura.

"Comenzó a retirar con las manos, ayudado de un viejo madero, los  escombros en busca de su amigo que había recogido de la calle"
"Comenzó a retirar con las manos, ayudado de un viejo madero, los escombros en busca de su amigo que había recogido de la calle" / Especial

Desde casi un kilómetro alcanzó a distinguir la columna de humo. Conforme avanzaba por la orilla de la playa, sus temores fueron creciendo. Aceleró el paso, más adelante arrojó la cubeta con algunos pescados y emprendió la carrera hacia el lugar donde prevenía el humo; nunca como entonces se percató cuán difícil era correr en la arena.

Al llegar jadeando observó su choza reducida a un montón de escombros y cenizas. Buscó afanosamente algo que pudiera rescatar y halló una vieja olla, dos pocillos y algunos cubiertos ennegrecidos, entre boyarines y anclotes que le heredó el mar. Afuera, el causante del siniestro: un vetusto anafre aún con brasas, que olvidó apagar al salir antes de que despuntara el Sol.

—¿Qué voy a hacer ahora? —expresó angustiado.

Había construido, hacía unos 20 años, esa endeble cabaña con materiales de la región y otros que le regalaba el océano, para vivir lejos de la mancha urbana, una especie de autoexilio en Playa Linda, un lugar remoto donde poca gente se atrevía a llegar, pues las mandíbulas de tiburones blanqueadas por el Sol advertían del peligro. Sólo de vez en cuando hacían escala algunas pequeñas lanchas con pescadores a tomar breves descansos.

De pronto, Francisco exclamó: ¡Bruno! ¡Dónde estás, Bruno! Comenzó a retirar con las manos, ayudado de un viejo madero, los escombros en busca de su amigo que había recogido de la calle años atrás en una de sus esporádicas visitas al pueblo situado a unos 15 kilómetros, distancia que solía recorrer a pie cada mes para avituallarse. Lo descubrió desfallecido, con el pelambre lleno de cenizas, debajo de un colchón aún humeante al que protegieron algunas tablas ya carbonizadas.

El hombre no daba crédito a lo que veía. Su inseparable y fiel mascota estaba muerta. Levantó con mucho cuidado al can y lo colocó en la arena a la sombra de una palmera, mientras se preguntaba cómo era posible que su única compañía en el mundo estuviera junto a él sin vida...

—Y bueno, es todo por esta noche. Ya es hora de dormir, mañana continuaremos con el cuento —dijo el padre a su hijo que se encontraba acostado.

—No me gusta, siempre se mueren los animalitos en tus cuentos, así ocurrió con la gaviota, el delfín y la estrella de mar —dijo molesto el pequeño cubriéndose la cara con la cobija.

Su padre sonrió, terminó de abrigarlo y salió con sigilo de la recámara mientras sonreía pensando para sí: “tiene razón, siempre mato a mis personajes, pero esta vez le daré una sorpresa, reviviré a Bruno". Afuera, las luces de la ciudad comenzaban a apagarse. Fue a la cocina a servirse un vaso de agua y mientras bebía empezó a recordar a su amada esposa, le gustaba evocar aquellos momentos en que los tres estaban juntos y eran felices, o por los menos eso creía.

Al despertar la mañana siguiente, Rogelio se dirigió a la habitación de Sebastián y se sorprendió al ver que no se encontraba en su cama. Salió corriendo del cuarto del pequeño pensando lo peor.

—¿La habrá encontrado? —se preguntó mientras recorría la casa en busca de su chamaco de siete años. No puede ser, la he guardado bien por tantos años... Interrumpió sus cavilaciones cuando escuchó una vocecita: “¡Papá, aquí estoy!”, seguido de una risa traviesa.

–Ja, ja, ja, te engañé —dijo Sebastián mientras asomaba la carita sonriente debajo de la cama. Rogelio tomó a su pequeño en brazos, jugueteó con su pelo encrespado y lo depositó con cuidado de nuevo en su cama.

—¡Canijo!, me diste un buen susto. Ya vístete, si no, no llegaremos a tiempo a casa de la abuela, le prometimos ir temprano. Salió de la habitación, fue a la cocina a preparase una taza de café y luego se dirigió a su estudio, encendió la computadora y comenzó a escribir.

…El viejo pescador dejó escapar unas lágrimas al observar el cuerpo de su amigo. Acarició la cabeza del animal, recorrió su característica mancha negra que abarcaba el hocico y parte del ojo derecho.

—Bruno, Bruno, por qué no saliste huyendo, mejor te hubiera llevado conmigo, compañero —decía mientras imaginaba lo que habría sufrido su amigo al tratar de escapar del infierno en que se convirtió su cabaña.

—Habrás pensado que te dejé a tu suerte, ¿verdad?

Con profunda tristeza, Francisco recargó la cabeza de Bruno sobre sus rodillas para acariciarlo cuando de pronto sintió que el perro movía una pata trasera con cierta dificultad y trataba de incorporarse.

—¡Estás vivo! —exclamó jubiloso ayudando al animal a levantarse.

Bruno se tambaleaba y trataba de mover la cola, pero estaba muy débil y se desplomó. Francisco comenzó a acariciarlo. “No te preocupes, amigo, te llevaré al pueblo para que te cheque mi compadre, te vas a poner bien”, le susurró…

—¡Ya estoy listo, papá! –gritó Sebastián sacando de su concentración a Rogelio y haciendo que pegara un brinco.

—Bueno, pues deja que me ponga la camisa y nos vamos a casa de la abuela –dijo, al tiempo que apagaba la computadora.

El niño corrió hacia la sala y encendió la televisión. Rogelio se dirigió a su recámara y mientras se acicalaba dejó regresar los recuerdos de aquellos años felices al lado de su esposa, esos que nunca permitió que zarparan de su mente, por el contrario, dejó que se anclaran en su corazón para recordarlos cada día.

—¿Oye, te gusta el mar? —le preguntó aquella hermosa muchacha un tanto desaliñada que caminaba en la arena en la playa de San Felipe, pueblito de pescadores adonde arribó para resguardar su yate en travesía por el Golfo de Santa Clara.

—Sí, claro. Oye, debo arreglar mi embarcación para zarpar mañana, ¿hay algún mecánico en el pueblo?

—Sí, yo te llevo. Me llamo Marlene, mi padre es el capitán de puerto, vivo sola con él, mi mamá falleció hace cinco años, y tú, ¿a qué te dedicas?

—Soy Rogelio, pescador de metáforas —respondió mientras echaban a andar hacia el centro del poblado.

—¡Ah!, ¿y eso qué es?

—Es alguien que dice o escribe las cosas de otra manera. Por ejemplo, si te digo que tienes dos gotas de mar en el rostro, me refiero a tus ojos; o que tu cabellera es como una estela en el océano.

—Entonces, ¿eres poeta?

—No, escritor; bueno, intento serlo.

En el trayecto encontraron una estrella de mar varada, él la recogió, la limpió y se la entregó a la joven aspirando su aroma a brisa fresca, cual ninfa marina. “Es una buena señal, tenemos buena estrella”, le dijo al deleitarse con la esbelta figura de la chica que resaltaba a contraluz del Sol.

Ella sonrío y prometió conservarla. Esa fue la primera vez que la vio hacía 10 años, fueron breves momentos, pero suficientes para saber que era hora de anclar su nave, guardar cartas y portulanos y amarrarse al muelle, al abrigo de ese puerto que le abría el amor como había soñado y escrito en sus metáforas. Era un prosista prolífico con gran capacidad de introspección, lo cual le había dado cierto prestigio y una vida holgada. Sus expectativas se cumplieron, se sentía pleno y feliz disfrutando de un amor intenso y apacible, como la bipolaridad del mar. Dos años después llegó Sebastián y la giroscópica de sus vidas cambió de rumbo...

Al año siguiente murió el viejo capitán, de tristeza, se comentó en el puerto. Rogelio y Marlene siguieron su luna de miel en la casita paterna, sobria pero acogedora. Cuando ella le anunció la llegada de su hijo, decidió vender el yate no sin antes embarcarse en el último paseo. “La última singladura”, le dijo. Esa mañana la vio feliz disfrutando la breve travesía, riendo al observar a varios delfines que saltaban y jugueteaban con la proa, dejando que la brisa revoloteara su cabello y que las olas salpicaran su rostro. Días después le compró un pequeño delfín de 8.5 centímetros esculpido en una fina madera patinada, que encargó a uno de los artesanos del pueblo, para que ella recordara esa tarde.

Meses después, el nacimiento de Sebastián trajo la mayor alegría a la pareja. Él continuaba escribiendo sus historias para el periódico de la capital y ella se dedicaba al cuidado del pequeño. Eran muy apreciados en el puerto, brindaban la ayuda que se necesitara en la comunidad y participaban de las actividades y festejos. En una de las fiestas del puerto él le compró una gargantilla con dije en forma de gaviota en vuelo, réplica de las que revoloteaban en las playas. Ella quedó impresionada y siempre lo portaba.

Sin embargo, esa felicidad fue efímera. Apenas comenzó a caminar el niño, Marlene tomó por costumbre acudir con él por las tardes al muelle para dejar que Rogelio creara sus historias. Jugaba un rato con el pequeño en la playa, se mojaban los pies con las pequeñas olas y pasaba horas sentada oteando el horizonte, como buscando alguna embarcación, viendo a los pescadores desembarcar su cosecha y recoger sus redes y anzuelos tras la jornada; disfrutaba los ocasos con su paleta de colores e imaginando figuras con la filigrana de la espuma marina que creaba el suave oleaje, hasta que el viejo faro de cúpula rojiza era encendido por uno de los habitantes más antiguos de San Felipe. Luego regresaba a casa para preparar la cena, acostar a su hijo y, tras cenar y levantar la mesa, conversar un rato con Rogelio en el porche disfrutando de la bóveda celeste tachonada de estrellas o a la luz de la Luna, antes de meterse a la cama.

Un día, Marlene acudió a su cita vespertina al muelle, pero sin Sebastián. Le dijo a Rogelio, quien escribía, como de costumbre, que el niño estaba dormido y que no demoraría. Rogelio asintió, le guiñó un ojo y le lanzó un beso. Pasaron las horas, cayó la noche y su mujer no regresaba. Empezó a preocuparse, fue a ver al niño, se aseguró que continuaba dormido y salió en búsqueda de su esposa... nunca más la encontró.

Unos pobladores le dijeron que la vieron en el muelle agitando su pañuelo a un barco extraño; otros, que al llegar la pleamar comenzó a caminar mar adentro hasta perderse en la lejanía, como siguiendo al Sol al ocultarse en el horizonte. Tras meses de búsqueda por parte de las autoridades y los pobladores, nunca encontraron a la mujer y jamás se supo qué fue de ella. Él optó por considerar que se la robó el mar.

Semanas después, Rogelio regresó a la ciudad con su pequeño hijo a refugiarse en la casa de sus padres, y Sebastián quedó al cuidado de su abuela. Pasó casi un año como sumido en trance. Cayó en cuenta que nunca exploró lo más recóndito de la personalidad de Marlene. Dejó de escribir, el desaliño se hizo presente en su persona y se volvió taciturno, apenas y jugaba con el niño.

Un día, dejaron un sobre con su nombre y sin remitente en la puerta de la casa. Lo tomó, se encerró en su habitación y al día siguiente parecía haber renacido. Rogelio recobró su habitual vitalidad, se ocupó de mejorar su apariencia, volvió a escribir, y en un par de meses se mudó con su hijo cerca de la casa paterna. Se prometió que algún día volvería al mar para fondear sus tristezas... habían pasado cinco años de cuando volvió a tomar el timón y ser de nuevo el capitán de su vida.

El hombre regresó de sus evocaciones cuando escuchó la voz de su hijo desde la sala. "Papá, ¿ya nos vamos?" Se dirigió al pequeño, lo tomó en brazos y camino hacia la puerta le dijo: “Pero qué niño tan desesperado, se ve que tienes muchas ganas de ver a la abuela”.

—¡Sí, papá! —dijo el chamaco entusiasmado. —Hace mucho que no vamos y me gusta mucho el olor a galletas de su casa.

La sonrisa en la carita de Sebastián hizo que Rogelio recordara de nuevo a su esposa.

—¿Sabes?, tienes la misma sonrisa que tu mamá —le dijo con un tono de melancolía.

—Cuéntame más de ella, casi no lo haces; ¿porque no me escribes un cuento?, aunque sea verdad.

—Lo haré, lo prometo —respondió al reconocer que casi no le hablaba de su madre, sólo le había dicho que se fue al cielo para estar junto al abuelo.

—¿Cómo se llamaba tu yate, papá?

—Bruno.

—¿Cómo el perro del cuento?

—Sí, es una metáfora de la libertad, eso creo.

Días después, el cuento estuvo terminado y Rogelio leyó el final a Sebastián antes de dormirlo.

—Qué bueno que Bruno sobrevivió, papá. Si no, Francisco se hubiera quedado solo y muy triste.

—Pues sí, a veces las mascotas tienen suerte y les dan a sus dueños otra oportunidad de amarlos y tenerlos durante más tiempo. Buenas noches, hijo, que descanses.

Tras depositar un beso en la frente del pequeño, Rogelio salió de la habitación y se dirigió a la cocina, abrió la última puerta de la alacena, junto a la pared, y extrajo una antigua valija de cartero que su padre le había obsequiado cuando se jubiló. Sólo contenía una carta, de Marlene, que había llegado en el misterioso sobre que dejaron en casa de sus padres y que ya tenía memorizada:

"Me llevo las figuras que me obsequiaste y que me harán recordarte siempre: la gaviota, el delfín y la estrella de mar. Te dejo lo mejor que logramos, fruto de nuestro amor, Sebastián, él es tu buena estrella. Perdóname, no puedo vivir con un pescador de metáforas porque... yo soy una sirena...”.

Cuento ganador del Primer Lugar Nacional del concurso XXXVII “Timón de Oro” 2023

Género: prosa. Categoría: personal de la Armada, organizado por la Asociación de la H. Escuela Naval Militar. Entregado en la Ciudad de Oaxaca, Oax, el 12-X-23.

Heroica Escuela Naval

Poesía de un navegante. Por: Genaro Watla Silva

En la punta de Antón Lizardo,

como desafiando al mar,

se yergue como muralla

mi Heroica Escuela Naval.

Resplandecen sus muros

haces de gloria y honor,

como mudos testigos

de nuestra gran tradición.

Heroica Escuela Naval

Tus hijos alcanzaron la gloria,

cuando aquel 21 de abril

escribieron con sangre

una página de oro en la historia.

Eres crisol de patriotismo y honor,

donde se forjan hombres de mar,

que a la patria garantizan

seguridad, valor y lealtad.

 

El tiempo sigue su curso,

la vida sigue adelante,

¡oh, Alma Mater!, tu travesía

viento en popa sigue avante.

 

Heroica Escuela Naval

Tus hijos cantamos tu himno

henchidos de orgullo y amor,

surcando los mares del mundo

exaltando nuestra gran tradición.

Honramos a Uribe y Azueta

dos héroes nacionales,

cuyo ejemplo está latente

en los marinos navales.

Heroica Escuela Naval

En tu seno protesté bandera,

acto de responsabilidad y honor,

que no se confiere a cualquiera,

y juro por tal honor

defenderla ¡hasta que muera!

 

Y cuando zarpe al infinito,

en el ocaso de mi vida,

quiero que la Polar me guíe

para arrumbar a mi Escuela.

El Faro de Progreso

Te yergues soberbio y majestuoso

¡oh, imponente faro de Progreso!,

con tu luz iluminas el mar tempestuoso,

y guías al navegante en su regreso.

Altivo y viejo guardián de los mares,

mudo testigo de hazañas y tragedias,

de historias de amor y de grandes pesares,

muros de piedra que atesoran ecos

de plegarias.

Tu resplandor se refleja en el mar,

para guiar a los barcos con seguridad,

faro de Progreso, centinela celoso del mar,

sin importar la fuerza del viento o la

tempestad.

Eres un ícono del puerto de Progreso,

símbolo de seguridad y esperanza

para los marinos en su regreso,

tu luz al navegante brinda confianza.

Cumples tu eterna misión en tierra,

manteniendo siempre tu ojo

encendido, buscando en la noche algún

buque perdido, regalándonos tu luz

contra viento y marea.

Eres faro de esperanza en la

oscuridad, con tu luz ofreces al

navegante un brazo, para arribar

a puerto con seguridad, y descansar

tranquilamente en tu regazo.

Faro de Progreso, te lo dice un marino,

estaremos siempre en deuda contigo,

porque cual estrella guías mi camino

y eres para el navegante más que un amigo

Mi destino

María de la Paz

Te cruzaste en mi camino

quizás por equivocación,

ahí entendí que mi destino

es entregarte mi corazón.

Apareciste en mi vida de repente

sin que yo te hubiera soñado,

te apoderaste de mi mente

ya no puedo apartarte de mi lado.

Ahora ya no tengo duda

te adueñaste de mi pensamiento,

dejaste mi alma desnuda

y todo mi amor al descubierto.

Tu amor llena mi alma

de mi corazón eres dueña,

junto a ti mi vida está en calma

al verdadero amor nada lo empaña.

Tu amor es mi destino

haces que mi corazón esté sereno,

eres la estrella que guía mi camino

tú eres mi amor eterno.

Con todo mi AMOR,

Genaro

Vicealmirante I.M. DEM. Ret.

Genaro Watla Silva