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La confirmación de alternativa de Michel Lagravere en la Plaza México

Ariel Avilés Marín

Reza un dicho popular, y dice bien, que nadie es profeta en su tierra. Este principio, en la fiesta brava, se ha cumplido a lo largo del tiempo. Ejemplo palpable de esto lo fueron los matadores Antonio del Olivar y Alvaro Cámara, el inolvidable “Zurdo”. Antonio del Olivar, poco o nada es recordado en ésta su tierra, que le vio nacer y luego partir, y a la que retornó después de muchos años, convertido en matador de toros. Antonio era un fino torero, de esos que le llamamos “de salón”; pero al mismo tiempo, era un diestro mandón y con una muleta poderosa que sabía ahormar a cualquier enemigo que se le plantara delante. Tuve la oportunidad de verlo dos o tres veces en la Plaza Mérida, y fui testigo de una faena sobresaliente que está inmortalizada en una placa en el pasillo del túnel de acceso al ruedo, entre muchas otras placas. Cada presentación de Antonio, se daba siempre el fenómeno de que, el público local, lejos de apoyar al coterráneo, le exigía mucho más que a cualquiera y pocas veces le prodigaba el crédito del que era merecedor. Por esa causa, se presentaba muy poco en su tierra. Apenas hace dos años, fue reconocido localmente y su retrato se incluyó en el Salón de la Fama del Deporte. Muchísimo tiempo, permaneció totalmente olvidado de la afición.

El Zurdo Cámara, causó sensación desde su presentación en la Mérida, merced una ingeniosa campaña de publicidad que decía: “¡Algo increíble! Si hacerlo con la derecha es difícil, con la zurda es imposible. ¡Véalo, antes de que un toro lo mate!”. El morbo que causaba esta campaña publicitaria tuvo el efecto de llenar la plaza hasta la bandera el día de su debut. Pasado poco tiempo, empezó a suceder lo mismo que con Del Olivar: se le exigía más que a cualquiera. Álvaro se marchó de Yucatán y de México, y se hizo un gran ídolo entre las aficiones de Ecuador y Perú. Hay que consignar también, que su gente, la de la villa de Maxcanú, lo apoyó siempre incondicionalmente. En cada presentación de Cámara en la Mérida, una amplia tropa venía desde su pueblo natal, ocupaba un amplio sector de sol general, y desplegaba una manta que rezaba: “¡Álvaro Cámara, Maxcanú está orgulloso de ti!”. Ese amor de su pueblo valía más que todo el desprecio que se la hacía a este matador de corazón.

Ahora, este fenómeno se está presentando de nuevo con otro torero nacido en esta tierra, Michel Lagravere Peniche, torero de entraña por la línea paterna. Michel y su hermano menor André han toreado desde siempre, los hemos visto lidiando erales desde muy niños, se han formado bregando en el campo bravo, una tarde si y otra también. Desde que Michel empezó a presentarse como becerrista, empezaron las voces de descalificación. Una mañana, cuando era yo consejero presidente del INAIP, un grupo de señoras, encabezadas por una abogada, me fueron a consultar, por ser conocedor del ambiente taurino. El grupo de damas tenía la pretensión de levantar una denuncia en la CODHEY contra los padres de Michel, por consentir que toreara. Como es natural, le hice saber lo equivocado de su pretensión y desistieron de ella.

Michel, pocas, muy pocas oportunidades ha tenido para cuajar su carrera de matador en su propia tierra; si bien es cierto que en la Plaza Mérida tomó la alternativa a los dieciséis años y le cortó la oreja a un toro de Bernaldo de Quiroz, de 620 kilos, uno de los tres toros más grandes que se han lidiado en Yucatán, y el único al que se le cortó una oreja. Michel y André han desarrollado sus carreras en los ruedos de España y Francia, donde se han enfrentado a bureles a los que no se enfrentan las figuras de la baraja nacional. Ambos hermanos han salido a hombros en innumerables corridas y ferias, tanto españolas como francesas. En su única corrida en ese raro y desangelado coso llamado “El Coliseo”, Michel tuvo una mala tarde, como la puede tener cualquier torero; pero habría de oírse las críticas a su actuación, despiadadas y crueles, como no se le hacen a figuras, sobre todos las extrajeras, que se enfrentan a novillos engordados por su propia petición.

El pasado domingo, Michel confirmó su alternativa en la plaza más grande del mundo y la catedral nacional de la tauromaquia: la Plaza México. Su padrino lo fue el mismo que le dio la alternativa en Mérida, Arturo Zaldívar, y como testigo Sergio Flores, joven diestro que se está ganando a pulso un lugar en la baraja nacional. Michel tuvo el santo de espaldas desde el principio. Le tocó en suerte un hermoso ejemplar de jabonero, de soberbia estampa, tremendamente armado de pitones, un cromo de toro. Un error del varilarguero descoyuntó al burel y hubo que devolverlo a corrales; después de largos y fallidos intentos, Zaldívar tuvo que matar al toro. Vino el de repuesto, un tío que no aportan nada; después de un par de tandas sin lucimiento, Michel lo despachó al otro barrio. Su segundo enemigo, lo recibió Michel con el percal y sucedió otro accidente, al embestir muy bajo el toro, un pitón se atoró en la arena y dio medio vuelco que de alguna manera afectó su desempeño; para colmo, ya en el tercio final, el toro se rajó y hubo que luchar para sacarlo de tablas. A estas alturas, Michel levantó el índice, en señal de que regalaba un toro.

Salió, como toro de regalo, “Don Paco”, noble y bravo ejemplar de San Mateo. Michel ejecutó una buena tanda lucida con el percal. Después de la vara, realizó un hermoso quite por chicuelinas que la afición coreó con fuertes ¡olés! Ya con la pañosa, Michel inició la faena por la derecha y recetó al burel hasta cuatro tandas de soberbios derechazos, los que adornó con pases de la firma y del desdén, y que arrancaron la ovación del respetable. Trató por el pitón izquierdo, pero el toro le mostró que por ese lado no había lidia posible y volvió con la derecha y le recetó otro par de tandas de muy buena factura. La presión de las lidias anteriores hicieron mella en el temple del diestro y se empezó a desdibujar y perdió el sitio. Con el acero, pinchó varias veces y puso una entera que despachó al otro mundo al noble toro, que es merecedor del arrastre lento. Este toro de regalo, no fue un triunfo en la tarde de confirmación de Michel, pero nos mostró que tiene adentro un torero de buenas hechuras al que hay que dar oportunidades para que pueda desarrollar sitio, temple y mando.

Pero en la redes, se desató un verdadero linchamiento mediático contra este torero que es nuestro, al que debemos apoyar; por lo contrario, lo descalifican, lo ofenden, a él y a su familia, como lo hacen estos “aficionados” con figuras que vienen a torear para el público. ¡Muy lamentable!

En páginas de Facebook, he estado sosteniendo un debate con gente de Aguascalientes, gente que se ve que sabe de toros, porque ha leído sobre ello, pero que le falta mucho por ver. Mi tiempo de aficionado de sesenta y tres años, de los cuales treinta y seis han transcurrido detrás del biombo de autoridad, me dan una visión muy amplia de la fiesta. Para gente como ésa, un Luis Procuna nunca hubiera llegado a ser una de las primeras figuras de la torería nacional; Procuna, que lo mismo hacía una soberbia faena, que, al ver salir a un toro de toriles, temblaba de pánico y se echaba de cabeza al callejón huyendo del ruedo.

No señores, en toros hay que ver mucho para formar un criterio ligeramente justo y objetivo.

Michel Lagravere Peniche puede llegar a ser muy buen torero, hay que darle oportunidades, no masacrarlo sin piedad. Pero si es necesario, que levante los bártulos, que marche a otras tierras, y cuando sea toda una figura, vuelva a ésta, su tierra, donde, desgraciadamente, no se ha creído en él.