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El arte de torear, una profesión para amar y respetar

Por Ele Carfelo

En muchas de las profesiones que el hombre practica en el mundo, el “profesionista” tiende a caer en uno de los pecados más censurables en los que puede caer un hombre, el pecado de la SOBERBIA, mismo que suele ir ligado al de la VANIDAD, y al no menos estúpido: EL ORGULLO.

El hombre que toma como profesión el arte de torear es muy propenso a caer en estas situaciones… “el creerse mucho”. Un torero, bueno o malo, mediocre o fenomenal, casi siempre se siente diferente a los demás. Y de hecho lo es: porque es capaz de llevar a cabo algo que no se encuentra al alcance de cualquiera: la de matar toros a estoque, máxime cuando estamos en pleno siglo XXI, cuando esto parece un milagro, una extraña pirueta destinada a este fantástico, incomparable, disparatado, absurdo en tantas cosas y al mismo tiempo fenomenal lugar donde vivimos, en el que se practica esta emocionante profesión.

Nunca dejaré de pensar y de decir, que profeso una gran admiración y un profundo y sincero respeto a todo aquél que comete la hermosa locura de ponerse delante de un TORO. Por eso, a lo largo de la historia del toreo, han sido siempre los más importantes aquéllos que más veces y durante más años, se han enfrentado a ese animal, que hiere y mata, cuya arrancada estremece. Tenemos que tener en cuenta que es MEDIA TONELADA de carne la que se viene encima en cada acometida. Si produce miedo ponerse delante del “Canelo” Alvarez en un ring, con algo más de ochenta kilos, y por nada en el mundo quisiera uno tener una camorra con él o con cualquier otro boxeador en un bar, hay que ver lo que debe ser salir a la soledad circular de una plaza de toros para burlar con un trapo a un animal irracional que no atiende a otro razonamiento que el de la destreza, la habilidad, la intuición para adivinar sus movimientos y la decisión que el torero tenga para no dudarle en ningún momento, apoderándose de su fiereza y aprovechándose de su bravura para crear belleza.

Sin embargo, el reconocimiento de todas esas razones que podrían justificar la vanidad de los toreros aún tratándose de alguna primerísima figura del toreo, no debe dar luz verde a la SOBERBIA.

En el toreo, todos los que presumen sus hazañas, los que permanentemente relatan tal o cual faena, los que desprecian a sus propios compañeros, son los que fueron muy poco o nada, flor de un día, un suspiro que ellos eternizan por el camino de la amargura, cuando no del odio.

Hasta las más violentas pasiones dan alguna vez cierta tregua, pero la vanidad mal entendida, jamás permite respiro. La soberbia es la necedad del egoísmo, y el orgullo, la insolencia de la vanidad. Sin embargo, los tres pecados, que se alinean como una terna de matadores en una puerta de cuadrillas, son perfectamente perdonables porque gozan de la venialidad: son los pecados de LOS NECIOS.

La sencillez y la naturalidad, en el toreo, como en la vida misma, son compañeros de los verdaderos triunfadores, porque son los dones de la inteligencia y la caballerosidad, y vivirlos es cumplir las palabras del hombre cuya resurrección festejamos en la Pascua: “Un solo mandamiento os doy… que os améis los unos a los otros”.

elecarfelo@hotmail.com