Marta Núñez Sarmiento*
XXXVIII
A continuación recomiendo otra manera de interpretar las informaciones que recopilamos a lo largo de nuestro estudio.
Quinta propuesta. Debemos relacionar los temas entre sí para explicar los asuntos que investigamos y, a manera de ejemplo, retorno a mi indagación sobre los rasgos de género de los emigrados cubanos recientes.
Me interesaba conocer cómo se manifestaba su nupcialidad –en términos de matrimonios legales o de uniones consensuales– y los rasgos de su fecundidad. Para la primera cuestión enlacé sus estados maritales cuando salieron de Cuba con los que tenían en el momento en que les entrevisté más sus historias personales de uniones nupciales previas. Todo ello lo comparé con las características de la nupcialidad en Cuba y en los países donde residían. En cuanto a la fecundidad, les pregunté el número de hijos que tenían, si pensaban tener más de un hijo o si tener descendencia no estaba en sus proyectos de vida, con el fin de cotejar estos comportamientos con las características de la fecundidad en Cuba y en los países donde se asentaron. Confronté los hallazgos sobre estos dos asuntos en mis entrevistados con los descubrimientos de autores cubanos y de otros países. Por supuesto, mis interpretaciones sobre todas estas indagaciones influyeron en las inferencias que resumo de inmediato.
La tendencia imperante en Cuba es vivir en parejas y establecer uniones consensuales más que legalizar los matrimonios. Aunque la mayoría de los emigrados en mi muestra se fueron de Cuba sin una relación de pareja, cuando les entrevisté la mayoría vivía en parejas estables, incluso las lesbianas y los gays. Reprodujeron la misma tendencia existente en Cuba con respecto a las uniones consensuales. Hay otra propensión entre los entrevistados que viven en parejas: lo hacen con parejas cubanas, incluso, quienes establecieron originalmente una relación con extranjeros. Esto tiene que ver más con temas de identidad que con los demográficos y también está influido por las relaciones de género prevalecientes en el nuevo país de residencia. Varios migrantes hombres con quienes conversé y que viven en un país caribeño confesaron que las mujeres de ese país dependían extremadamente de los hombres; que solo aspiraban a casarse para dejar de trabajar, convertirse en amas de casa y que sus maridos las mantuvieran; que evaluaban a los hombres de acuerdo a su dinero y propiedades y que no tenían temas para mantener conversaciones interesantes. Preferían a las cubanas, a pesar de su independencia extrema –aunque “a veces se les va la mano”–, su disposición a trabajar y sus capacidades profesionales para hacerlo. Un ingeniero dijo que “las cubanas en general pueden hablar de todo y yo extraño esto”.
Por otra parte, las emigradas cubanas con quienes conversé consideran que los hombres de su mismo país son “extremadamente machistas”; que, incluso, podrían practicar la violencia doméstica. Una abogada dijo que “estos hombres desean mantener a sus mujeres en las casas para que les críen sus hijos, mantengan todo en orden y ellos puedan salir con sus amantes”.
Los gays y las lesbianas a quienes entrevisté, que viven con parejas cubanas, manifestaron que pueden vivir juntos en sus apartamentos, pero deben tener sumo cuidado de no molestar a sus vecinos con sus preferencias sexuales. Una pareja de lesbianas se vio obligada a mudarse porque los vecinos del edificio indirectamente las hostigaron.
Algunos de los entrevistados utilizaron su estado matrimonial para adaptarse a los requisitos migratorios del país donde residen. Varios se casaron con un ciudadano del país adonde querían emigrar o bien legalizaron su estado civil con su pareja desde Cuba para cumplir las reglas migratorias del país de destino. Tres de las mujeres se divorciaron legalmente de sus maridos, pero se mantuvieron unidas a ellos para que las consideraran como madres solteras en el nuevo país de residencia y obtener así los beneficios preferenciales que otorga la seguridad social a los recién nacidos de madres con esa categoría.
Todos relataron que habían tenido más de una relación conyugal antes de emigrar y después de hacerlo, lo que coincide con la tendencia de los cubanos a tener varias relaciones maritales a lo largo de sus vidas. Sin embargo, este comportamiento no siempre es aceptado por las reglas del país de destino. Un emigrado me comentó que en la ciudad en la que vive con su mujer y el hijo de ella “yo no suelo decir que ambos estábamos divorciados cuando empezamos a vivir juntos y nunca menciono que no estamos legalmente casados. Nos juzgarían mal y se podrían mofar de mi hijastro en su escuela”.
En materia de natalidad, la demógrafa cubana Sonia Catasús afirmaba que Cuba se encuentra al final de la primera fase de su transición demográfica. Según el sociólogo cubano Juan Carlos Alfonso, a partir de 2006 la población cubana decreció a consecuencia de una contracción de la natalidad en las tres décadas pasadas. A través de estos años la tasa de fecundidad fue menor que el reemplazo de la población, debido a que había menos de una hija por cada mujer en sus años fértiles. Las tasas de nacimiento fueron bajas desde 1978 por un conjunto de factores, entre los cuales está la participación de las mujeres en el empleo; el acceso universal de la población y específicamente de las mujeres a los métodos de la planificación familiar desde 1964; la legalización del aborto desde 1962 –a veces negativamente utilizado como anticonceptivo–; la carencia de viviendas; un tercio de las familias cubanas encabezadas por mujeres y la emigración de mujeres en sus años reproductivos.
¿Cómo contribuyeron las emigradas y los emigrados de mi grupo de análisis a esto? Quienes llevaron consigo a sus hijas despojaron a Cuba de futuras madres. Más de la mitad de los entrevistados no tenía descendencia al marcharse de Cuba y las mujeres se fueron en sus años fértiles. No parieron en Cuba porque decidieron emigrar primero y solo después que tuvieran “todas las condiciones necesarias” planificarían los embarazos. Las personas en este grupo de análisis definieron estas “condiciones” como tener una pareja estable y que ambos estuvieran empleados; ser propietarios de una casa o de un apartamento; tener al menos un auto y ser capaces de costear el viaje de una de sus madres para que les ayude a criar al pequeño o a la pequeña durante sus primeros meses, e incluso, hasta que comience la escuela. Estas madres “cuidadoras” regresarían a Cuba después de varios meses. Anhelaban que su hijo o hija nacido en el país donde residen se convirtiera en ciudadano del mismo y así contribuiría a “anclarles” en ese país.
La totalidad de las emigradas y los emigrados de la muestra consideró que se beneficiaron de los programas de planificación familiar en Cuba. Poseen una “cultura” en el uso de anticonceptivos porque empezaron a usarlos a edades tempranas. Desde jóvenes en su país de origen las mujeres consultaban con los médicos en los policlínicos y hospitales sobre cuáles serían los métodos anticonceptivos que les resultaban más adecuados y de conjunto decidieron cuáles utilizarían. Cada vez que visitan Cuba se revisan sus dispositivos intrauterinos y llevan consigo de vuelta DIU y/o pastillas anticonceptivas cubanas. Como regla reconocen que ellas son quienes se responsabilizan con usar métodos anticonceptivos en las relaciones sexuales con sus parejas.
Cuando indagamos temas sensibles como la nupcialidad, la fecundidad y la emigración, debemos admitir que para que las personas nos cuenten estos asuntos tan íntimos de sus vidas tenemos que establecer relaciones de empatía, esto es, ponernos en el lugar del otro, e incluso, abrirnos para relatarles nuestras experiencias personales. Asimismo, hay que respetar sus silencios, porque les pedimos que nos hablen sobre cuestiones sumamente personales que les provocan angustias que expresan con lágrimas. En esos momentos debemos marcharnos y acordar con ellos otro momento para continuar la entrevista, aunque esto alargue nuestros calendarios. Y, por supuesto, es imprescindible guardar siempre el anonimato de nuestros entrevistados.
Yo sabía que varias entrevistadas habían ocultado sus uniones maritales con sus parejas, fueran legales o no, para recibir los beneficios de la seguridad social en determinados países, pero en el trabajo que publiqué solo conté a aquellas tres personas que lo dijeron en las entrevistas.
En el siguiente artículo resumiré otras sugerencias para conferir sentido a las informaciones que acopiamos. Estoy terminando de publicar en Unicornio lo que deseo que sea mi libro de “Metodología de los por qué”.