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Nueva aproximación a la morfología de las civilizaciones: una visión desde Spengler y Toynbee

Marco Aurelio Díaz Güemez*

A) Hace 100 años, el historiador alemán Oswald Spengler publicó el primer tomo de su magna obra La decadencia de Occidente. La importancia del trabajo estriba en la manera en que entendió el estudio de las civilizaciones. Desde su percepción, la civilización es un organismo. Más aún, reconocía a la “cultura” como el componente característico de la historia; esta se volvía civilización cuando traspasaba un tiempo determinado que lo conducía a su caída y disolución. La cultura entonces era la parte viva de una civilización; esta a su vez era la parte inorgánica de la anterior. Esa visualización suya lo condujo, sobre todo por influjo de Goethe, a la fisiognómica. Es decir, las civilizaciones no solo tienen morfología sino que también es posible desarrollar una lectura de ella hasta el punto de reconocer su carácter.

Por ello estableció a partir de esta premisa la existencia de apenas ocho civilizaciones en la historia universal. Para escudriñarlas, determinó tres categorías de comparación para comprobar la similitud morfológica entre ellas. La primera fue el “espíritu”, la segunda el “arte” y la tercera la “política”. Luego, para encajar las correspondencias entre cada hecho histórico asociada a tales categorías, las ubicó en el tiempo a través de una división semejante a las estaciones del año. Así, cada civilización tendría cuatro etapas en el tiempo: primavera, verano, otoño e invierno. Tal como aparecen en la tabla que presentó al final de la Introducción del primer volumen de su famoso libro, estas serían las ocho culturas que lograron convertirse en civilizaciones hasta ahora: 1) babilónica; 2) egipcia; 3) india; 4) china; 5) apolínea; 6) mágica; 7) mexicana, y 8) occidental.

B) A partir de 1934, el historiador británico Arnold J. Toynbee propuso en su obra Estudio de la historia un “estudio comparativo” de las civilizaciones para obtener una aproximación morfológica sobre ellas, tratando de ir más allá de las suposiciones de Spengler. Encontró que podía dividir en cuatro partes el devenir de una civilización en el tiempo: 1) génesis, 2) crecimiento, 3) colapso, y 4) desintegración. En principio, toda civilización proviene de una “sociedad primitiva”, pero su conversión a civilización, su génesis, se da a partir de un “reto” que, más que con las condiciones medioambientales, tiene que ver con su interacción con otras sociedades de la cual sale estimulada para resolver uno o varios problemas de dicha interacción. Si el reto o los retos continúan y si esta sociedad sigue siendo creativa en sus respuestas y soluciones, entonces podremos ver un crecimiento que, comparativamente hablando, se representa en un ciclo continuo de “reto y respuesta”.

El colapso de una civilización no significaría el fin, sino el proceso de caída en el que la minoría creadora de las etapas anteriores cesa su capacidad de respuesta y pasa a ser tan solo una minoría meramente dominante. Por último, la desintegración significa que aquella unidad que ha pasado desde la génesis hasta el colapso queda abierta y permeable; deja de ser una unidad cerrada, pues, y comienza su fundido con otras presencias externas. Sin embargo, pasadas estas cuatro etapas, las civilizaciones pueden aún hacer dos aportes al tiempo: la conformación de un estado universal o el aporte de una religión o iglesia universal. Un ejemplo para el primer caso sería el Imperio Romano; en el segundo, el budismo. Hecha esta descripción, Toynbee propuso la existencia de hasta 23 civilizaciones que cumplen plenamente con el esquema de etapas que propone (volumen VII). Pero en atención al punto desarrollado en cuanto al crecimiento considera que ha habido cuatro civilizaciones “abortadas”, además de otras cinco “detenidas” o que detuvieron su proceso. La suma que propone nos da un total de 33 unidades de este tipo.

C) Estas dos experiencias de historia comparada nos conducen a la posibilidad de obtener un patrón morfológico de una civilización, siempre y cuando cumpla determinadas características que nos permitan, en primer lugar, ubicarla en el tiempo y en el espacio. En tal sentido, la analogía de las ocho civilizaciones de Spengler sería más precisa que la de Toynbee; sin embargo, en el entendimiento de la historia como un hecho de construcción humana, este autor es mucho más preciso que el anterior, sobre todo cuando se refiere al hecho del “reto y respuesta” que impele a las sociedades humanas a interactuar entre ellas y con el medio ambiente, produciendo constructos sociales de tal complejidad a los que sucederían ciertos hechos que nos permitirían identificarla como una civilización, en tanto cumpla con la morfología que nos interesa hallar.

Pero ¿a qué llamaremos civilización? Habría que reafirmar antes tres conceptos interrelacionados: sociedad, cultura y civilización. Una sociedad sería cualquier asociación humana que busca un lugar en el mundo; cultura sería el modo en que intercambia su visión con la naturaleza, y civilización sería la conformación de esa sociedad y esa cultura a partir del establecimiento de una o varias polis. Esto significa que se le puede llamar civilización a cualquier sociedad que haya sido capaz de crear ciudades. Pensemos en la cultura del Indo o en la cultura olmeca, por ejemplo. Empero, siguiendo la lista proporcionada por Spengler, solo habrían ochos civilizaciones que sí pasaron por un proceso que puede ser identificado y datado en el espacio y el tiempo, respectivamente. Ese proceso sería un tránsito de un grupo de pueblos que van de una etapa tribal a una etapa civilizatoria, en donde la ciudad, la polis, es el elemento protagonista. De acuerdo a Marx y Engels:

La más importante división del trabajo físico e intelectual (en la historia) es la separación entre la ciudad y el campo. La oposición entre el campo y la ciudad comienza con el tránsito de la barbarie a la civilización, del régimen tribal al Estado, de la localidad a la nación, y se mantiene a lo largo de toda la historia de la civilización hasta llegar a nuestros días. (Marx y Engels, 1970: 75-81)

Es decir, a partir de estas palabras podríamos definir a la civilización como una producción humana en la que queda registrado un proceso de “tránsito de la barbarie a la civilización”, un proceso civilizatorio a través del culto a la polis. Ese tránsito tiene un inicio y un fin: el inicio estaría regido por un reto que se le aparece a una o varias sociedades tribales mediante el culto a una polis; y el final, por la caída de ese culto verificable históricamente en la caída de alguno de sus elementos constitutivos. Por ello, el siguiente paso es señalar los hechos que confirmen qué civilizaciones han sido realmente procesos civilizatorios.

D) Las ocho civilizaciones que señala Spengler tienen en común que en sus últimos siglos de existencia presentan dos fenómenos claramente interrelacionados: 1) la aparición de un héroe que promete llevar el proceso civilizatorio más allá de lo posible, y 2) la caída de una polis como símbolo de la fatalidad y caída justamente de la promesa del héroe. A estos hechos les llamaremos el Hombre Magno y la Última Polis, respectivamente. Para entender esta propuesta, retomemos el asunto del “fin de la historia”, el último gran tema discutido en Occidente dentro del campo de la historia universal. Francis Fukuyama, como gran lector de Alexandre Kojève, y este a su vez de Hegel, logró posicionar el tema. No discutiremos si habló o no de un “triunfo” del liberalismo por sobre las otras ideologías; nos interesa asociar el fin de la historia con la ya mítica caída del Muro de Berlín en 1989. Esto es, convertir esta fecha en una marca del tiempo de la cultura o civilización occidental. Sin embargo, queda por relacionar esta importante marca con la que le precede. Según Kojève, el fin de la historia es la Batalla de Jena de 1806, tal cual la ve el propio Hegel. Otra fecha importante sería el inicio de la Revolución francesa, iniciada en 1789. Nosotros creemos que la marca histórica más importante de Occidente y que se relaciona directamente con la caída del Muro sería el 18 Brumario de Napoleón Bonaparte, en tanto, este hecho es la verdadera “tragedia”, tal cual lo comentó Marx con respecto a la “farsa” que fue su sobrino Napoleón III. Es decir, Napoleón ha sido el hombre magno y Berlín, la última polis de la civilización occidental. Con el auxilio de la historia comparada, podemos ver que existieron fenómenos semejantes en otras dos grandes civilizaciones que nos son relativamente cercanas: la clásica, con Alejandro Magno y la caída de Cartago; y la mexicana, con Ce Ácatl Topiltzin y la caída de Tula. Este fenómeno se repite también en las cinco civilizaciones restantes señaladas por Spengler.

Bajo esta perspectiva, podemos señalar que las ocho civilizaciones, o sistemas civilizatorios presentan un ritmo fisiognómico similar entre ellas, su morfología, que puede dividirse en cinco etapas. Inspirados en la civilización clásica, llamaremos a cada etapa de la siguiente manera: primera etapa, troyana, en la que los pueblos bárbaros arrancan con el culto a una polis; segunda etapa, oscura, cuando esos pueblos se sedentarizan y conforman su comarca; tercera etapa, homérica, en la que comienza el dominio de nuevas polis donde el sistema produce su cultura propia y diferenciada; cuarta etapa, ateniense, es la etapa clásica, donde la cultura en sí alcanza sus formas más complejas; y quinta etapa, helenística, cuando la civilización obtenida se ofrece al mundo conocido, especialmente a los pueblos periféricos a través de grandes choques políticos, que terminará con la supremacía de un solo estado que reclamará el universo cultural y civilizatorio heredado. Siguiendo el ejemplo de Toynbee, antes de estas cinco etapas habría una preetapa que llamaremos tribal, y una posetapa que llamaremos universalista; estas dos fases no tienen ritmo reconocible como las otras cinco, pero forman parte del sistema civilizatorio.

E) Con esta nueva visión, basado en Spengler y Toynbee, queremos reconocer la unidad histórica “civilización” como un conjunto en sí mismo, que a través del culto a la polis interacciona con el tiempo y el espacio, mediante la cual obtiene su morfología. Justo de esa interacción obtiene sus marcas físicas y temporales por las cuales la podemos identificar, señalar y denotar como tal. Por tanto, estaríamos en presencia de un “sistema”. La civilización sería un sistema material, porque no solo tiene forma, sino porque además tiene un mecanismo. Su único calificativo, una vez reconocido como cosa-en-sí, es: histórico. La civilización es un sistema histórico. Por tanto, el componente más reconocible de la historia universal sería la existencia de los sistemas históricos civilizatorios en los que se pueden observar el tránsito completo de barbarie a civilización.

Por ello, podemos asegurar que un sistema civilizatorio se origina a partir del culto dialéctico a una polis que ofrece un ideal de civilización a un conjunto determinado de pueblos. Tal culto se expande generando nuevas polis que entran en conflicto hasta la homologación política, que es lo que representa, ni más ni menos, la caída de la última polis, previo a la aparición de un estado universal. Los sistemas civilizatorios serían, en consecuencia, a pesar de haberse dado en distintas épocas, morfológicamente semejantes entre sí, puesto que su mecanismo de cinco etapas se repite en cada uno. Por lo tanto, serían también cualitativamente semejantes. Un sistema civilizatorio será aquella unidad de estudio que identificaremos coloquialmente como “civilización” en tanto presente las marcas del hombre magno y la última polis. Hombre magno porque es el personaje que en su respectivo ascenso, o 18 Brumario, ilumina el último proyecto para culminar el tránsito de barbarie a civilización; y última polis porque es la ciudad final que pretende llevar ese último proyecto a su plena realización, pero que acaba con ella en su caída simbólica y material.

Conclusión

Este ejercicio de aportar una nueva visión al estudio de la historia universal, en especial la morfología de las civilizaciones, queremos enmarcarlo en la celebración del centenario de la publicación de La decadencia de Occidente, de Oswald Spengler, quien se consideraba más filósofo que historiador. Tanto este trabajo como el de Arnold Toynbee contribuyeron poderosamente a la historia comparada. Lo que queremos subrayar es la pertinencia de esta rama de estudio: es posible estudiar las civilizaciones con más precisión tanto en el tiempo como en el espacio, a través de la comparación entre una y otra. La civilización es un fenómeno humano y como tal se puede desentrañar, así como en otros tiempos se lograron desentrañar lenguajes y alfabetos que se llegaron a considerar ilegibles. Hoy más que nunca, la historia comparada de la morfología de las civilizaciones nos podría ayudar a entender esta última etapa de la civilización occidental. La historia comparada podría ayudar a desentrañar los próximos cien años, que ahora se avecinan bajo una grave nube de incertidumbre.

Bibliografía

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Fukuyama, Francis: El fin de la historia y el último hombre, Planeta, México, 1992.

Kojève, Alexandre: Introducción a la lectura de Hegel: Lecciones sobre la Fenomenología del espíritu impartidas desde 1933 hasta 1939 en la Ècole Pratique des Hautes Ètudes [recopiladas y publicadas por Raymond Queneau; prólogo de Manuel Jiménez Redondo; trad. y glosario de Andrés Alonso Martos], Editorial Trotta, Madrid, 2013.

León-Portilla, Miguel: “En torno a la historia de Mesoamérica”, en Obras de Miguel León-Portilla, tomo II, UNAM- Colmex, México, 2004.

Marx, Karl: El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, Editorial Anteo, Buenos Aires, 1973.

Marx, Karl, y Friedrich Engels: La ideología alemana, Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1970.

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Spengler, Oswald: La decadencia de Occidente: bosquejo de una morfología de la historia universal, Espasa-Calpe, Madrid, 1958.

Shaw, Ian: Historia del Antiguo Egipto, trad. de José Miguel Parra Ortiz, La Esfera de los Libros, Madrid, 2007.

Toynbee, Arnold J.: Estudio de la historia, Emecé, Buenos Aires, 1951-1964.