Marta Núñez Sarmiento*
Metodología de los “por qué”
XL
Les hablaré de la octava sugerencia para redactar los hallazgos de nuestros estudios. Ella consiste en que debemos repasar constantemente las recomendaciones contenidas en las diferentes reflexiones epistemológicas, de las que ya conversamos en los primeros artículos.
Trataré primero sobre una de las cuestiones que advertí en el enfoque de género y en compromiso y distanciamiento, aquella de no imponer a las realidades que indagamos nuestras percepciones sobre ellas, esas que a veces cargamos en nuestras mentes de sociólogos que “todo lo saben” y que no admiten discusión. No digan que no han pasado por esto, porque tendrían que correr a confesarse con un teólogo marxista con larga trayectoria en las ciencias sociales.
Como suelo hacer, les mostraré de qué manera yo pequé cuando incumplí con esta proposición que tan bien conocía en la ya tan manida investigación sobre los emigrados cubanos recientes.
Me interesaba conocer cuáles eran las funciones de género que les permitían mantener las tradiciones cubanas en sus países de residencia. Pensaba que privilegiaban las comidas cubanas, la música y los bailes. ¡Craso error!
Todos los emigrados mencionaron en primer lugar la importancia de la educación para su descendencia y para sí. Uno de los requisitos para tener un bebé fue asegurarles los recursos financieros para que disfrutaran de una adecuada educación desde la primaria hasta la universidad. Deseaban que sus hijos asistieran a “buenas” escuelas, preferiblemente privadas, y estaban dispuestos a dedicar para ello buena parte de sus presupuestos, incluso, si tenían menos para comer. Manifestaron que era “una necesidad que heredamos de nuestros padres y madres. Ellos nos enseñaron que lo que se aprende se lleva adentro toda la vida y nadie se lo quita”.
Les preocupaba que no contaran con los recursos para superarse profesionalmente en los cursos para adquirir licencias profesionales, revalidar sus títulos universitarios, estudiar idiomas y matricularse en programas de maestría. Les resultaba difícil cumplir los requisitos porque carecían de dinero para costear todas las documentaciones y casi siempre no alcanzaban el nivel requerido de conocimiento del idioma en el caso de vivir en países que no eran hispanohablantes.
Asegurar a su prole una educación de calidad ha sido siempre una meta de los cubanos. Este anhelo se convirtió en realidad desde 1961 con la Campaña de Alfabetización y la nacionalización de las escuelas privadas. La mitad de mis entrevistados constituye una segunda generación de profesionales, puesto que al menos su madre o su padre se graduaron del nivel terciario de la educación después de 1959. Es por consiguiente comprensible que ellos prioricen la educación como la primera tradición cubana que aspiran mantener.
En segundo lugar, entre las costumbres, mencionaron el anhelo de mantener los vínculos familiares con los parientes que permanecieron en Cuba y con quienes emigraron. Insistieron en la necesidad de mantenerse al día de las cuestiones familiares y de compartir el cuidado de los adultos mayores. Quienes tienen acceso a medios electrónicos de comunicación en Cuba y en el país donde residen aprovechan estas facilidades para mantener los contactos.
En tercer lugar, se refirieron al hábito de mantener la lengua materna al menos en sus hogares, aunque residieran en países donde el español no es el idioma oficial. Esto resulta muy difícil para los niños que viven en países donde no hay comunidades de habla hispana. Les pongo un ejemplo personal. Mi hijo, nuera y nietos (la niña de 5 años y el varón de 3) viven en Estados Unidos, donde nacieron los retoños. Los padres les obligan a hablar español en la casa, cuestión que fue más fácil para Leah Elena porque, aunque asistía a una escuela americana privada desde que tenía un año, vivían en Miami y contaba con profesoras de origen latino. Cuando se mudaron a Fort Myers, los matricularon en una escuela Montessori. La niña siguió hablando español, aunque con las mal educadas muletillas del tipo “hummm”. Pero Gaby, rodeado solo de amiguitos y maestras superamericanos y con el “drawl” del sur de EE .UU., está renuente a hablar nuestra lengua. Les demostraré qué sucedió cuando visitaron la bella ciudad de Baracoa, en el oriente cubano, durante un reciente fin de semana, por eso de que los padres no quieren que pierdan su cultura cubana. Me enviaron un video de 5 segundos donde se les ve con los pies metidos en las cristalinas aguas de un río del lugar, felices de estar allí, pero gritando de placer “¡Baracouuua, Baracouuua!” Nada, que, como decimos en Cuba, los agarró el acento “yuma”.
Continúo con las costumbres cubanas. Los emigrados en mi estudio se refirieron indistintamente a cocinar comidas de Cuba o a comer en restaurantes cubanos; escuchar y bailar música de la isla; ver filmes y seriales televisivos producidos en Cuba; decorar sus viviendas con motivos cubanos y celebrar fiestas tradicionales “a lo cubano” (fiestas de cumpleaños, celebraciones de los “quince”, conmemorar los días de las madres y de los padres; festejar las Navidades, el Año Nuevo, San Lázaro, Santa Bárbara, la virgen de la Caridad del Cobre).
Las mujeres y los hombres en mi estudio distinguieron al menos tres “escenarios” para mantener las tradiciones cubanas y para estar informados de los que acontece en su isla natal.
Primero, consideran que las mujeres son las que reproducen las tradiciones en el ámbito de la familia en el extranjero, bien si están solas y las encabezan o si viven con sus parejas. Hallé también que entre los hombres que promueven estas costumbres lo hacen mucho más entusiastamente que sus esposas cubanas. Conocí, asimismo, a emigradas cubanas casadas con extranjeros que reprodujeron la “ética del cuidado” practicada en Cuba, esto es, que la mujer se ocupa de atender a su suegra.
El segundo escenario que mencionaron fue el de la relevancia de mantenerse en contacto con amistades cubanas para intercambiar sobre temas de la isla, si están viviendo en el mismo país donde ellos residen o en otros distantes. Una vez más la importancia de la comunicación electrónica aparece porque muchos de ellos la usan para mantenerse en contacto diariamente.
En tercer lugar, aludieron al internet. Acceden a versiones electrónicas de los medios cubanos o los que se producen en ciudades donde reside la emigración cubana; descargan filmes y música cubana; contactan blogs que tratan temas cubanos en Facebook.
Les pregunté si reproducen los patrones de conducta de género comunes en Cuba en sus vidas diarias y si habían considerado incorporar estos patrones en la enseñanza de sus hijos e hijas. Mujeres y hombres reconocieron que mantienen rasgos “machistas” en sus comportamientos, tanto de forma consciente como inconsciente. Sin embargo, estimaron que son menos “machistas” que la generación de sus padres y madres.
Con respecto a cómo educan a sus hijos e hijas, quienes viven en países donde predomina la cultura patriarcal confiesan que les resulta muy difícil desviarles de esas costumbres, porque en sus hogares le enseñan a su prole códigos genéricos que trajeron de Cuba, pero en las escuelas y entre sus compañeros de aula y de juegos los hábitos que predominan son los patriarcales.
Quiero comunicarles otra sugerencia de carácter epistemológico. Mantengan un diario donde anoten sus vivencias metodológicas, ya sean las erradas o las positivas. Escriban qué hicieron, por ejemplo, para crear una guía de entrevista que entendieran sus entrevistados. Incluyan las preguntas que fueron un fracaso, como aquellas en que emplearon vocablos equívocos y/o ambiguos para las personas con quienes conversaban. Y, por supuesto, incorporen sus éxitos como trofeos de una guerra del conocimiento. Anoten qué cosas no pudieron llevar a cabo aunque estaban en su primer diseño de investigación. Por ejemplo, en mi caso hubiera deseado entrevistar a más emigrados residentes en Estados Unidos, que es donde habita la mayoría absoluta de los cubanos emigrados, pero en los años en que realicé este estudio, W. Bush interrumpió los intercambios académicos, al menos los de los cubanos que queríamos viajar allá. ¿Cómo resolví este obstáculo? Entrevisté a los emigrados que conocía cuando visitaban La Habana, pero esto me llevó más años que los que había previsto originalmente en mi calendario.
Por último, “siempre, pero siempre, siempre” escriban en sus diarios metodológicos y en los resultados de sus investigaciones todos estos escollos, porque les agregan toques de “sangre, sudor y lágrimas” a sus trabajos, además de aportarles la tan necesaria legitimidad. Incluyan, asimismo, los temas que hubieran deseado investigar pero que no alcanzaron a hacerlo. Esto es vital para que ni los tribunales de exámenes de grado, de maestría o de doctorado, o los lectores de los estudios que publiquen no les reprochen no haberlos abordado.
Ya queda poco para concluir este libro.