Marta Núñez Sarmiento*
Metodología de los “por qué”
V
Relataré cuáles son las tres diferentes formas que asume la investigación-acción participativa de acuerdo a las relaciones que establezcan entre sí los investigadores y los investigados.
La primera de estas formas significa que este procedimiento lo emprenden los llamados “actores sociales homogéneos” con suficiente autonomía para solicitar una investigación y controlarla. Este “actor” es una asociación o un grupo activo de personas que solicita el estudio, mientras que el investigador asume los objetivos definidos por ellos y orienta la investigación en función de los medios a su alcance. Así sucedió cuando la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y en especial su presidenta, Vilma Espín, promovió el estudio de las obreras y técnicas de la textilera o fábrica textil Celia Sánchez Manduley, de Santiago de Cuba, en 1986 y 1987. Hicieron el encargo para conocer lo más fidedignamente posible cómo eran estas mujeres en sus actitudes de género y cuánto habían cambiado (o estaban en el proceso de hacerlo) bajo la influencia de convertirse en trabajadoras fuera de sus hogares, porque la mayoría de ellas eran asalariadas de una primera generación en sus familias.
Las cuatro compañeras que llevamos a cabo este estudio habíamos estado trabajando en La Habana desde mediados de 1986 con la antropóloga norteamericana Helen I. Safa, profesora de la Universidad de Gainesville en la Florida, para rehacer y adaptar a las condiciones cubanas un diseño de investigación que ella ya había empleado con obreras de una fábrica en Puerto Rico y otra en la República Dominicana. En ese diseño, Safa se propuso describir y explicar los cambios que el empleo había operado en estas mujeres en las esferas de ser madres, ser esposas y ser trabajadoras. La Dra. Safa había solicitado a la presidenta de la FMC venir a Cuba para aplicar su diseño de investigación a obreras cubanas con el fin de culminar su estudio en el que compararía las actitudes de género de las trabajadoras de los tres países. Ella no intentaba practicar la investigación-acción participativa, sino llevar a cabo un estudio comparativo que describiera y explicara los cambios que se operaban en estas mujeres a partir de su incorporación al empleo asalariado. Sus métodos consistían en un cuestionario aplicado a una muestra estadísticamente representativa de las obreras en las fábricas escogidas, una entrevista a profundidad que hacía a un subgrupo de ellas más el análisis de los datos que suministraba la fábrica. Así también lo deseaba aplicar en su estudio de las asalariadas de la fábrica textil Ariguanabo, ubicada en las cercanías del poblado de Bauta, a unos 40 kilómetros de La Habana.
Pero cuando la FMC nos envió a Santiago de Cuba sí lo hizo con el propósito de convertir el diseño de la Dra. Safa en un ejercicio de investigación-acción participativa, porque deseaba comprender qué sucedía con las recién estrenadas obreras de esa provincia oriental, para conocer en qué consistían los cambios que habían experimentado en sus actitudes cotidianas, especialmente en sus relaciones de género, hallar los obstáculos que enfrentaban para promover sus soluciones y, además, evaluar cuánto conocían los problemas de su centro de trabajo. Por lo tanto, esta indagación fue enteramente planificada y ejecutada por las cubanas, quienes usamos el “know-how” que habíamos adquirido con el recién iniciado estudio de la Ariguanabo, pero que no nos detuvimos en la encuesta, que fue totalmente modificada para hallar respuestas a más interrogantes sobre los comportamientos cambiantes de las asalariadas a raíz que comenzaron a trabajar en la fábrica, incluidos aquellos que no eran de interés de la investigación de la Dra. Safa. Otra diferencia fue que empleamos la multitécnica, porque añadimos una observación participante de las cuatro “habaneras”, quienes asumimos la tarea de barrer los pisos en los talleres durante una semana. Esta experiencia nos permitió reelaborar los cuestionarios que traíamos de Ariguanabo casi totalmente, elaboramos encuestas a los trabajadores hombres, así como redactamos guías para realizar entrevistas a profundidad a los jefes. Por supuesto, analizamos las informaciones estadísticas que nos brindó la dirección del combinado textil.
Esta investigación-acción participativa tuvo dos fases: una que realizamos a fines de 1986 y otra que repetimos a fines de 1987. Ambas culminaron con una asamblea con las obreras textiles, la presidenta de la FMC Vilma Espín, los dirigentes del Partido en la provincia y los directivos de la fábrica, en las que les resumimos a todos los resultados de cada uno de los estudios. Una vez que los conocieron, las obreras desataron un riquísimo debate crítico porque, aunque veían reflejados en esos estudios los problemas y las soluciones que ellas y las investigadoras sugerían, anhelaban añadir a viva voz más obstáculos, ejemplificarlos con sus experiencias personales y plantear nuevas soluciones. La FMC promovió que se introdujeran todos aquellos cambios que facilitaran modificaciones específicas en las maneras de dirigir y operar el combinado para llevar a vías de hecho la participación de las obreras en igualdad de condiciones que los hombres. Pero en 1990 sobrevino el “período especial”, la denominación que tuvo la crisis de la década de los noventa después que desaparecieron los países socialistas del este europeo y que la URSS se convirtiera en la Federación de Rusia en diciembre de 1991. El combinado textil Celia Sánchez Manduley estaba dotado de tecnología soviética y los suministros en equipos e insumos cesaron inmediatamente. La textilera más grande de Cuba dejó de funcionar y los anhelos de las trabajadoras, de la FMC y de las investigadoras tuvieron que subordinarse a un modelo de “sobrevivencia económica y social” para todo el país que prácticamente duró hasta fines de esa terrible década de crisis.
El destino de esta enorme fábrica que empleaba a 7 mil 200 personas tuvo que transformarse totalmente por las nuevas condiciones que la Dirección de Cuba se vio obligada a introducir en la economía nacional para salir de la crisis. Solo les diré que las obreras no pudieron continuar siendo textileras, pero se mantuvieron “aferradas” a estar empeladas fuera de sus hogares. Pero los “por qué” de estas realidades serían objeto de otro estudio del que no cuento con datos para explicarles.
Añado que las cuatro cubanas concluimos en 1989 la investigación que dirigió la Dra. Helen I. Safa en la fábrica textil Ariguanabo. Ella publicó su estudio comparativo de las obreras dominicanas, puertorriqueñas y cubanas en el libro The Myth Of The Male Breadwinner (1995) y en su versión al castellano De mantenidas a proveedoras (1998).
El segundo tipo de investigación-acción participativa se realiza en una organización (empresa, escuela) en la que existe una jerarquía o grupos que se relacionan con dificultades. La investigación puede utilizarla una de las partes en detrimento de los intereses de las otras. El investigador debe evitar el riesgo de manipular a una de las partes, sobre todo a favor de quienes ejercen el poder. Mi problema en estos casos es que me parcializo con las personas con menos acceso al poder, y esto trae problemas a la hora de influir en quienes toman decisiones y también limita el proceso de conocimientos, porque ignoro totalmente la percepción de una de las partes de la situación que analizo. Ya les relaté cómo mi excesivo compromiso con las obreras del tejar Ángel Guerra, en La Habana, me llevó a enfrentarme erróneamente con los directivos de la empresa de materiales de la construcción, quienes se negaron a acceder a mis entrevistas y me obstruyeron el acceso a las informaciones imprescindibles para completar mis observaciones en este estudio de caso. Por eso escribí “Compromiso y distanciamiento”.
El tercer tipo de investigación-acción participativa se organiza en un medio abierto (una comunidad o un barrio) y el estudio lo genera y organiza un investigador. Este debe evitar lo que Thiollent denomina como inclinaciones “misioneras”, esto es, que el sociólogo imponga su percepción, aunque no coincida con las realidades e intereses de los investigados. Aquí se puede cometer el error de obviar los conocimientos que pueden aportar quienes son investigados sobre sus necesidades. Puedo poner un ejemplo de cómo intenté eludir un error de este tipo cuando investigaba a las obreras del tejar Ángel Guerra en 1989. Yo estaba influida por las lecturas sobre la violencia contra la mujer que había hecho de autoras de Estados Unidos, Europa y América Latina. La mayoría de ellas referían que la dependencia económica que sufren las mujeres en esos países, quienes son objeto de violencia por sus parejas o exparejas, las hace retornar a sus hogares con los agresores. Intenté encontrar estos casos entre las obreras del tejar, y la realidad fue contraria. Las que habían confrontado estos casos dejaban a sus maridos, quienes tenían que abandonar el hogar porque, debido a la carencia de viviendas en Cuba, cuando se habían unido maritalmente se fueron a vivir a la casa de ellas. Además, ellas se quedaban con sus hijos.
Para ahondar en las singularidades de estos casos ideé aplicar un procedimiento para que las “tejareras” me relataran más detalladamente en qué habían consistido estos episodios de violencia contra ellas y cómo habían concluido. Yo había observado que ellas tomaban 5 minutos de cada hora para recesar en sus durísimas labores cargando ladrillos, durante los cuales se sentaban a repasar una y mil veces las letras de los corridos mexicanos que habían escrito en unas libretas escolares, teñidas sus páginas con el barro de los ladrillos húmedos. Le comenté este comportamiento a mi amiga, la periodista feminista Mirta Rodríguez Calderón, quien me sugirió que pegara en otra libreta 3 de sus artículos sobre violencia femenina en Cuba que ella había publicado. Así lo hice, puse mi libreta al lado de la de los corridos y ellas leyeron esos trabajos. Mientras trabajaba con ellas a lo largo de mi observación participante les pregunté sus impresiones sobre los textos de Mirta y ellas los comentaron ampliamente, pero nunca los relacionaron con sus casos. Tampoco lo hicieron cuando las entrevisté individualmente. Pero cuando mi amiga periodista se apareció para hacer un reportaje sobre mi investigación para la revista Bohemia ellas inmediatamente la identificaron y sin vergüenza alguna les comentaban sus propias experiencias violentas. Siempre he agradecido a mi colega que colaborara conmigo a indagar sobre los casos personales de violencia contra las mujeres de mis compañeras del tejar, pero se imaginarán los celos profesionales que tuve con ella.