Internacional

Julian Assange: exilio o prisión

El progreso, además de formas más avanzadas de producir, consumir y de vivir de modo más confortable y feliz, entraña también nuevos riesgos, accidentes, incluso delitos. De la globalización se han derivado, entre otros fenómenos negativos, el lavado de dinero y el narcotráfico internacional y aunque la trata de personas comenzó con el comercio de esclavos africanos, hoy asume nuevas formas.

Las modernas tecnologías de la información y las comunicaciones que son parte de la era digital no podían ser una excepción, con ellas aparecieron los delitos informáticos y los hackers, el robo de identidades, los plagios, y algunas formas de espionaje.

Inevitablemente, algunos de estos fenómenos se han politizado, entre estos últimos sobresalen tres casos: Edward Snowden, prófugo de la justicia estadounidense exiliado en Moscú, Chelsea Manning, juzgado, condenado y exonerado en Estados Unidos y Julian Assange, fundador de WikiLeaks, desde hace seis años, refugiado en la embajada de Ecuador en Londres.

Al politizarse estos procesos, asumen estándares diferentes porque la política es de clases, facciones y partidos. Excepto unos pocos valores, no hay manera de homologar la política y el derecho, lo cual impide un tratamiento igualitario y hace que fenómenos idénticos sean juzgados de diferentes modos y con severidad variable.

Por ejemplo, el gobierno ruso que acoge a Edward Snowden, no permitiría que uno de sus ciudadanos hiciera en Rusia lo que el americano hizo en los Estados Unidos y el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa y su administración tuvieron una visión de Julian Assange y de los delitos que se le imputaban diferente a la que hoy asume el mandatario Lenin Moreno.

La politización y los enfoques doctrinarios e ideológicos que sustentan al poder conduce a ambigüedades e inconsecuencias y por ese camino no sólo al relativismo moral jurídico, sino también moral y ético, incluso religioso. No hay un Dios para los ricos y otro para los pobres, pero el modo en que cada uno vive la fe es obviamente diferente.

Durante la II Guerra Mundial quien espiaba para los nazis era un traidor y quien lo hacía para los Aliados un héroe. Un hacker que utiliza sus habilidades para penetrar base de datos de bancos y empresas en su propio beneficio es un delincuente, quien lo hace faltando a un juramento contraído un traidor y aquel que trata con ello de hacer justicia y sin fines de lucro ni aspiración de favorecer facciones o partidos, obtiene y divulga información que debería circular libremente, presta un servicio público y merece reconocimiento.

En 1971 mientras trabajaba para la Corporación Rand, Daniel Ellsberg, ex analista de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, filtró al New York Times los llamados “Papeles del Pentágono”, un informe secreto sobre entresijos de la Guerra de Vietnam que el gobierno ocultaba al pueblo estadounidense.

Consultada al respecto la Corte Suprema de los Estados Unidos apoyó al diario y de hecho exoneró a Ellsberg. También actuaron con legitimidad Bob Woodward y Carl Berstein cuando llevaron hasta sus últimas consecuencias los reportajes sobre el caso Watergate y, aunque faltó a la disciplina del FBI, Mark Felt, “Garganta Profunda” permitió al público estadounidense conocer verdades que obligaron a Nixon a renunciar a la presidencia.

Por qué el caso de Julian Assange ha de ser diferente. El estado ecuatoriano concedió a Assange la ciudadanía del país y lo acogió en su embajada en Londres donde permanece desde hace seis años, al cabo de los cuales el gobierno de Lenin Moreno endurece sus condiciones de vida y amenaza con entregarlo.