Jorge Gómez Barata
Desde el punto de vista de la izquierda ortodoxa, aquella que considera como única opción para la humanidad la liquidación del capitalismo, la reunión del G20 plantea el problema de explicar por qué los países económicamente más exitosos, socialmente más avanzados, y políticamente más estables, son para ella la expresión del fracaso del proceso civilizatorio, cuyo orden social y sistema político debe ser liquidado. Las preguntas de ¿cómo alcanzaron el nivel en que se encuentran, y qué sería mejor para ellos?, es pertinente.
Quienes, desde el diletantismo seudoacadémico culpan exclusivamente al capitalismo de todos los males, en especial del subdesarrollo, las desigualdades y las injusticias sociales, tienen razón, pero no la tienen al demandar su liquidación como modo de producción y modelo político basado en la democracia liberal.
Aquellos que lo hacen incurren en el absurdo de tratar de eliminar algo que no pueden sustituir, y que se ha establecido como el modelo económico y político más eficaz, aunque no perfecto. La experiencia de la Unión Soviética y de una decena de países donde colapsó el socialismo real, y la contraparte de China y Vietnam donde las reformas intentan salvarlo, deberían ser argumentos suficientes.
La única respuesta a esa problemática se encuentra en Carlos Marx, quien sostuvo que al socialismo se llegará como resultado de la evolución del capitalismo, de lo cual están más cerca los países donde el crecimiento económico ha conducido al bienestar, aunque no a la igualdad, y donde junto a las prácticas democráticas ha creado condiciones para una determinada “paz social”, que excluye las más agresivas manifestaciones de la lucha de clases.
Lo que en América Latina había que derrotar son las oligarquías antediluvianas, que con el establecimiento de un modelo económico agroexportador basado en el latifundio, impidió el fomento del mercado interno, la formación de la burguesía y el campesinado nacional, lo cual es un derivado del sometimiento al capital extranjero y a las prácticas imperiales, que impidieron el desarrollo del capitalismo que no existe, y que la izquierda ortodoxa quiere suprimir. Ahora se trata de neutralizar a las élites corruptas
Ningún país avanzado ni realmente emergente necesitó liquidar el capitalismo para alcanzar los niveles de satisfacción social que hoy exhiben. Paradójicamente ha sido la aplicación en ellos de políticas sociales, legislaciones laborales, prácticas democráticas, y entronización de rangos de justicia social, como los propuestos por el socialismo, lo que les ha permitido alcanzar los niveles de civilización que ostentan.
En los países desarrollados de Europa, y los exsocialistas que avanzan en esa dirección, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Israel, Vietnam y China, el crecimiento económico permite atender las grandes demandas populares. En esos lares, aunque no se han suprimido las desigualdades, el nivel de satisfacción y felicidad se aproxima al proyecto socialista más legítimo. Incluso en Estados Unidos, donde se practica un liberalismo económico clásico, se ejerce un asistencialismo que protege a importantes capaz sociales desfavorecidas.
La excesiva ideologización, que en lugar de asistir perjudica la práctica política de la izquierda, es también un obstáculo para reflexiones retóricas, o la exposición de razonamientos que contribuyan al perfeccionamiento de la experiencia socialistas cubana, donde puede darse el caso de que los árboles impidan ver el bosque. No soy el primero en advertir de ello. Mañana compartiré otras reflexiones sobre ecos del G20.