México en La Habana
Verónica Alonso Coro
Cuentan que el 29 de septiembre de 1853 Benito Juárez llegó a La Habana por vez primera. Trabajó como tabaquero durante esa estancia de unos meses que realizaría en la capital cubana antes de partir al Sur de Estados Unidos. Poco se sabe de ese fragmento de su vida en Cuba, pero sí puede suponerse que el Benemérito de Las Américas nunca pensó que más de 160 años después, rincones de esa ciudad recordarían su legado.
La ancha y bella Avenida de los Presidentes en el Vedado habanero es uno de los tantos espacios que guarda un pedazo de México. Una escultura en bronce, retrato con aire regio del prócer mexicano, se posa sobre un pedestal macizo, de piedra y mármol rosado. Este último, el pedestal, rebasa los dos metros de altura y le otorga al monumento gran prestancia y magnitud. Por su parte, la escultura es una interpretación a tamaño natural de Juárez acompañado por la bandera mexicana, en una postura solemne, de mando.
A principios de este milenio, justamente en el año 2000, senadores del Partido Revolucionario Institucional de México donaron a Cuba la estatua. La ancha calle arbolada que la acoge sumó, gracias a ese gesto, una nueva obra escultórica, que acompaña desde entonces a las de otros próceres latinoamericanos.
La avenida, que antaño estuvo destinada a acoger monumentos conmemorativos de los mandatarios cubanos anteriores a 1959, hoy recuerda a personalidades como Salvador Allende, Omar Torrijos, Eloy Alfaro, Simón Bolívar y otros próceres de la región. Se ha convertido en una galería a cielo abierto que rinde tributo a la historia independentista latinoamericana.