Jorge Gómez Barata
El fin del socialismo real y el inesperado colapso de la Unión Soviética pusieron fin a cuarenta años de Guerra Fría, y obligaron a los principales actores en el ámbito mundial a improvisar para ajustar enfoques, políticas, y metas, así como tácticas y estrategias. Algunos no pudieron adaptarse y dejaron de existir.
El reajuste geopolítico que involucró a unos cuarenta países, veinte de ellos surgidos en territorios ex soviéticos, significó el renacer de Rusia y la reorientación política de Europa Oriental, así como la desaparición de tres estados, Checoslovaquia, Yugoslavia, y RDA, y la reunificación de Alemania, a lo cual se sumó el ascenso de China, es comparado con la reestructuración mundial que significó la incorporación del Nuevo Mundo a los circuitos mundiales, con la diferencia de que el cambio iniciado por Cristóbal Colón se realizó en tres siglos, mientras el reajuste derivado de la debacle socialista tomó dos años.
Esa colosal transformación, que como prueban la incorporación de Crimea a Rusia, y el surgimiento de dos repúblicas ruso parlantes en el territorio de Ucrania, no ha concluido. Ello provocó un reajuste de la política mundial en virtud del cual el mundo bipolar dejó de existir, cesó la contradicción Este-Oeste y la Guerra Fría, el comunismo, y naturalmente el anticomunismo perdieron vigencia, y Estados Unidos quedó como única superpotencia a escala mundial.
Privada de su referente soviético, la izquierda internacional de inspiración marxista se redujo considerablemente, y perdió presencia en la arena internacional, sobreviviendo como factor de poder en China, Vietnam, Corea del Norte, y Cuba, donde, no obstante, los modelos inspirados en sus conceptos pasan por reformas más o menos profundas.
El hecho de que entre los principales factores de poder económico y militar, cuyo desempeño opera como regulador de las relaciones internacionales, es decir, Estados Unidos, China, Rusia, y la Unión Europea; no existan contradicciones ideológicas, favorece más a la concertación que a la confrontación. Nada en los escenarios mundiales recuerda los momentos en que las contradicciones Este-Oeste eran irreconciliables.
Ello significa que, si bien factores circunstanciales pueden desatar conflictos localmente intensos, léase Irán o Corea del Norte, debido a la naturaleza de la economía global y la escala planetaria de los desafíos, como el cambio climático, el auge de la inteligencia artificial, los avances en la genética y la ingeniería humana, la exploración de las galaxias y mundos distantes; hacen que el haz de pronóstico apunte más hacia el entendimiento y la convergencia que a una guerra nuclear con empleo masivo de las armas atómicas.
Todo ello sin mencionar las maravillosas posibilidades de la especie humana, cuyo talento y espiritualidad excluye que conscientemente pueda avanzar hacia su autodestrucción. Trump y Putin suspiran por llegar a acuerdos, Kim Yong-Un se esfuerza, a Xi Jinping no le interesan las guerras comerciales ni de ningún tipo, y los presidentes Barack Obama y Raúl Castro probaron que se puede. Allá nos vemos.