Internacional

La ideología y la Torre de Babel

Pedro Díaz Arcia

El mundo “revuelto y brutal” en el que vivimos no puede limitar, mucho menos impedir nuestra lucha por principios elementales de respeto a la igualdad, considerando el concepto en su dimensión multifacética. La ola de ultraderecha que se ha entronizado en el poder en numerosos países ha empeorado la vida de millones de seres a los que se les persigue y castiga sin otro fundamento que el odio por razones políticas, religiosas, o de otro carácter. Por supuesto, santificado por el cuño del sistema vigente.

Es indignante conocer que en Gran Bretaña, estrecha aliada de Estados Unidos cuyo gobierno estimula los sentimientos de odio, niños de 10 años estén blanqueando su piel para evitar abusos racistas o incluso la muerte. Entre 2017 y 2018, se produjeron más de 10,500 delitos de este tipo, según la Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad con los Niños del país anglosajón.

Mientras, la polarización de las riquezas hace posible que los multimillonarios podrían gastar hasta un millón de dólares al día sin que se agotaran sus finanzas en 200 años. En este desbalance global los pobres no pueden administrar sus destinos.

José Carlos Mariátegui, fundador del Partido Comunista de Perú, afirmó: “Cuando sobre los hombros de una clase productora, pesa la más dura opresión económica, se agrega aún el desprecio y el odio de que es víctima como raza, no falta más que una comprensión sencilla y clara de la situación, para que esta masa se levante como un solo hombre y arroje todas las formas de explotación”.

Pero el mundo es otro, con un acelerado desarrollo científico, industrial, tecnológico y cultural como nunca antes, que obliga a un ajuste programático de una ideología que pretende un cambio radical del sistema vigente. En realidad, los cambios estructurales han estado presentes en el paso de una formación socio-económica a otra; por lo que tampoco implica lanzar por la borda la fidelidad a un ideario.

Los cristianos fueron lanzados a los leones hace siglos y, actualmente, existe una crisis en el seno de la Iglesia Católica por los abusos sexuales de sacerdotes sin escrúpulos, pero ni antes ni ahora los creyentes han renunciado a su fe; los coptos, hoy, mueren incendiados en templos árabes y no abandonan su sitial; los islámicos no renuncian al Corán por la aberrante interpretación que hacen de su prédica los yihadistas; en fin, quienes suscriben una determinada ideología, sin fanatismo, no la abandonan cuando aprieta el yugo.

Sin embargo, es difícil visualizar una solución global de tal magnitud en la coyuntura actual. El quid de la cuestión podría radicar en ¿cómo unir la diversidad de agrupaciones políticas y sociales de naturaleza progresista, que rompen lanzas en favor de los desprotegidos, si a veces no existe la capacidad, o falta la voluntad para zanjar diferencias salvables y subordinarlas al objetivo principal de transformar la sociedad?

La respuesta no se adquiere en una oferta del “Buen Fin”.

Quizá lo peor es que la ideología transformadora habita hoy en una Torre de Babel en la que se cruzan las lenguas sin entenderse.

Una vanguardia revolucionaria, a veces diluida en la entelequia de un lenguaje enrarecido por la retórica que no dice lo que debe o trafica con la verdad, no está a la altura de su papel en la historia. Además, no puede prestarse a callar ante quienes tratan de aletargar la conciencia social y dificultar el ejercicio de separar la paja de la semilla…para aquellos que realmente buscan el grano.