Opinión

Sin complejos

Iván de la Nuez

Hace unos días, la línea aérea Ryan Air tuvo el detalle de cambiar de su puesto a una mujer porque su vecino de asiento se negaba a viajar a Londres cerca de su cara “negra y fea”. Este individuo, un sujeto feísimo de setenta y cinco años, ni siquiera fue expulsado del vuelo, que es lo que tenía que haber pasado. Y así se quedó sólo en su fila, rumiando su racismo y ajeno a cualquier espejo que le devolviera su inmensa monstruosidad.

Esto ocurrió en el corazón de Europa, y no faltó tiempo para que este dinosaurio justificara su fascismo cotidiano con la afirmación de que él hablaba “sin complejos”.

De un tiempo a esta parte, el “sin complejos” se ha convertido en la muletilla perfecta de todos aquellos que se ufanan de ser “políticamente incorrectos”. Así que no es de extrañar que aparezca a menudo en los discursos extremos de los Orban o los Trump o los Bolsonaro de este mundo que se precian de decir las cosas claras.

Para estos políticos “desacomplejados”, los problemas no se resuelven. Directamente, se aniquilan. Siempre dispuestos a actuar sobre las consecuencias de los hechos, lo mismo expulsan en masa que ponen muros en sus fronteras o pasan por alto el desliz criminal de cualquier tiranía con la que cuadren bien las cuentas.

Actuar sin complejos implica no complicarse la vida con los derechos humanos, la pobreza, el calentamiento global, la democracia misma. De la misma manera que hablar sin complejos implica, para esta tropa, adjudicarse el derecho de ofensa allí donde les haga falta.

Que esta gente no tiene complejos ya lo sabemos. Lo que asusta es que tengan tan poca complejidad.