Jorge Lara Rivera
El eufemismo ya es conocido por recurrente: “el Papa Francisco aceptó la renuncia de…”, coloque usted en la rayita el nombre que considere. Así, el miércoles 19 de diciembre, el Vaticano tuvo que anticiparse al nuevo escándalo que surgirá en el tribunal de la causa.
Monseñor Alexandre Salazar, obispo auxiliar de Los Ángeles, California, Estados Unidos, enfrenta cargos por haber abusado sexualmente de un menor en los años 90. Mucho más grave –por el número de víctimas causado y la magnitud de la complicidad eclesiástica– ha sido la horrible revelación por Lisa Madigan, titular de la Fiscalía General del Estado, de que en décadas recientes la jerarquía clerical de la diócesis de Illinois (incluyendo la arquidiócesis de Chicago del cardenal Blase Cupich, donde se encuentra la mayor cantidad de inmigrados mexicanos de Estados Unidos y es la más importante del país) ocultó nombres de 500 sacerdotes pederastas acusados de violar a menores y que, en principio, las 6 diócesis de esa entidad sólo admitieron que eran 185. Y es que en Estados Unidos la Iglesia católica, tras regatear mezquina y díscolamente por años, ha tenido que abrir sus arcas para pagar varios millones de dólares en compensaciones a algunas víctimas que aparecen por todas partes de la geografía nacional de la Unión Americana donde tal confesión religiosa tiene considerable presencia: Nueva York, Boston, Pensilvania, Illinois, California. Florida, etc. El historial criminal del clero norteamericano es amplio. No se ha diluido aún la impresión causada con la revelación de que 300 curas de Pensilvania integraron una red de pederastas que violó y abusó a más de 1 mil niños y niñas impunemente durante más de 70 años con la complicidad del alto clero. Muchos de esos criminales fallecieron sin ser juzgados o ya han prescrito sus crímenes. Se trató de un abuso sistémico que alcanzó niveles de tráfico de niños ya afectados quienes eran “marcados” con cruces de oro, para que los integrantes de esa red criminal dispusieran de ellos cuando y donde desearan. En el colmo, obispos y arzobispos incluso ascendieron de rango a los pervertidos, cuando no desviaron la mirada. Una carta de un obispo a un cura violador de una niña que tras embarazarla, organizó que abortase resulta elocuente de la doble moral del clero católico: “Este es un momento muy difícil en tu vida y me doy cuenta de lo mal que te sientes. Yo también comparto tu pesar”, le decía al criminal. El actual cardenal en Washington, Donald Werl, suspendió con sigilo a algunos clérigos pederastas, a otros los trasladó por decenios de una parroquia a otra. Florida encabeza la lista de abusos perpetrados por clérigos (el obispo Anthony J. O’Connell públicamente admitió haberse metido a la cama desnudo con un seminarista años atrás y 2 anteriores obispos de allí renunciaron tras conocerse sus abusos deshonestos contra jubilados. También debe contarse los casos de Keith Michael Patrick O’Brien, cardenal y arzobispo emérito de San Andrés y Edimburgo, quien renunció tras denuncias de 3 curas y 1 ex sacerdote, y el de Bernard Law, de la Arquidiócesis de Boston, que en 2002 dimitió tras destaparse el escándalo de que encubrió a decenas de curas pederastas quienes abusaron de cientos de seminaristas. El nuevo escándalo llega a menos de una semana de que la llamada Santa Sede, con el mismo eufemismo de “la aceptación de la renuncia al ministerio”, trató de minimizar que el australiano Cardenal George Pell, ‘Prefecto de la Secretaría de Asuntos Económicos’ (tesorero) del Vaticano, consejero muy cercano a Jorge Mario Bergoglio Sívori (alias ‘Papa Francisco’ –el 266º de la cristiandad católica–, ex confesor del dictador argentino Gral. Jorge Videla) y tercero en la jerarquía clerical del mundo, fue señalado culpable por el jurado de un tribunal de Melbourne, luego de haber mentido reiterada y contumazmente negando las denuncias de su abuso sexual contra 2 menores –uno de los cuales falleció sin recibir justicia. La mala nueva para Roma que fue precedida unos cuantos días por la noticia que dio la vuelta al mundo de que un par de vividoras con hábitos de monjas, 2 urracas ladronas disfrazadas de servidoras de la Fe que dilapidaron en casinos de Las Vegas el jugoso botín de sus hurtos de cuotas para mejorar los servicios de una escuela cuyo presupuesto siempre dijeron “deprimido” en medio de revelaciones de monjas que acusan haber sido víctimas de abusos sexuales perpetrados contra ellas por sacerdotes, y de otras mujeres de vida consagrada a quienes ultrajaron ministros protestantes tal consigna su sitio “#MeToo” abierto porque se les ha ordenado callar. Ésa es la calaña a que pertenecen quienes por 20 siglos han reprimido, criminalizado y asesinado o alentado en otros su perpetración contra quienes no ocultaron su naturaleza bajo las ropas talares de sacerdotes y monjas entregados, arteros, al vicio y el pecado contra gente indefensa, condenando la paja en el ojo ajeno sin reparar en la viga que hay en el suyo.