Por Jorge Lara Rivera
Y cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera si le hubieran atado al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y lo hubieran echado al profundo mar”, consignan Marcos, Lucas y Pablo la advertencia del Cristo cuyo nacimiento se celebra cada diciembre.
Por aquello de ver la tempestad y no hincarse, con cálculo la Iglesia católica ha desplegado por este 21 de diciembre una audacia digna de sus 2 mil años de prevaricación y lucro, de corrupción e hipocresía, de intolerancia homicida, al anunciar la semana previa que no volverá a ocultar información de casos de pederastia de sus sacerdotes –admitiendo, cínicamente, lo que antes, sin que le importara faltar al 8° de los Mandamientos del la Ley de Dios, mintiendo a sabiendas, negó–, y al día siguiente declaró que espera que los clérigos acusados de pedofilia y abuso sexual se entreguen a la justicia.
Todo estaría bien si no fuese porque los mueve la avaricia. Los escándalos de abusos siguen brotando como lechugas: Estados Unidos, Austria, Irlanda, Lituania, Letonia, Estonia, Escocia, Holanda, Polonia, España, Australia, Chile, México… Reaccionan con tal de salvar sus caudales porque, contra su pesar, las indemnizaciones son millonarias.
Poco confiables, apenas este viernes de Jorge Mario Bergoglio Sívori, conocido como Francisco, Papa 266° de la Iglesia católica ha condescendido, remilgosamente, al asegurar que la Iglesia no (nunca más) ignorará “las abominaciones” de clérigos perpetradores de abusos sexuales, ni se “cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquier” criminal de ésos entre los suyos…, aunque convenientemente no precisó si se refería a la justicia civil de cada país o al régimen judicial interno de la Iglesia.
Lo que sí intentó el Sumo Pontífice fue atenuar con explicaciones falaces y sofísticas el injustificable encubrimiento, la criminal impunidad que alentó su jerarquía y la perfidia de sus maneras para eludir la ley escudándose en la vida consagrada de sus sacerdotes y monjas. “Es innegable que algunos responsables (léase superiores, obispos, arzobispos, cardenales) en el pasado (o sea hasta el 21 de diciembre de 2018, cuando ya tanto ha salido a luz pública), por “ligereza” (¡qué pensarán las víctimas!), por “incredulidad espiritual y humana” (sic) han tratado muchos casos sin la debida seriedad (a pesar de señalamientos, acusaciones, denuncias con evidencias inobjetables) y rapidez (total qué son sólo 2 mil años de demora)”.
Y aun se atrevió, caradura, el otrora capellán del Ejército argentino y ex confesor del dictador Gral. Rafael Videla, con desvergüenza, a demandar “diferenciar entre los verdaderos casos de abusos sexuales (habría que conocer cuáles le parecen “verdaderos” y los que justifica, a pesar de que todos van contra las leyes de Dios de las que se dicen intérpretes, guardianes y practicantes con tanto alarde, e infringen ordenamientos legales humanos menos pretensiosos) y las calumnias sin fundamento (ni testigos ni agraviados vivos, le faltó decir, porque muchas víctimas se han suicidado o fallecieron esperando que alguien en alguna parte les creyera algún día sin recibir –jamás– justicia), dentro de la Iglesia, pero también en otras esferas de la sociedad (aludiendo a las ONG que no se dejaron silenciar con sus presiones, amenazas y sobornos)”.
En la propia fecha se permitió, sin embargo, espetar “A los que abusan de los menores querría decirles: convertíos y entregaos a la justicia humana y preparaos a la justicia divina”.
Pese a todo, la esperanza nunca muere y uno desea que sea genuino el propósito de enmienda que, tal lo establece el propio rito, requiere arrepentimiento pero también expiación de la penitencia. Falta ver de qué modo el clero cumplirá su ofrecimiento ¡Feliz Navidad!