Francisco Javier Pizarro Chávez
A escasas semanas de las elecciones concurrentes del 1 de julio, muchos ciudadanos e inclusive militantes de diversos partidos perdedores, me han preguntado que es lo que va a pasar con el PRI, el PAN y el PRD.
De igual manera, están interesados en saber si Morena dejará de ser partido movimiento y se convertirá en un partido oficial, como afirman muchos en las redes sociales.
En atención a lo anterior –sin ánimo alguno de hacerle al adivino– comparto algunos criterios y parámetros para intentar dar respuesta a ambas preguntas.
En principio, es necesario dimensionar el impacto que el proceso electoral de julio pasado tuvo ya no sólo en lo que se refiere al sistema de representación, esto es, al porcentaje de votación global y el número de alcaldías, gubernaturas y curules obtenidas por partido, en el ámbito federal y local, algunas de las cuales, por cierto, todavía están en disputa y se han judicializado.
Es necesario ponderar también el salto cualitativo que se generó al pasar de un sistema de partidos fragmentado, ninguno de los cuales tenía la mayoría absoluta desde 1997, lo que es un gran logro político de Morena.
La fuerza competitiva está ahora en ese partido. El resto, incluyendo a los que se coaligaron con él, están en la franja de la fragmentación minoritaria en cuanto a su competitividad y representatividad electoral se refiere.
AMLO tiene muy claro que en este contexto, Morena tiene que consolidarse, ya no como movimiento, sino propiamente como partido gobernante.
En el 5º Congreso extraordinario de Morena, realizado en la Ciudad de México el domingo 18 de agosto, desglosó cinco ejes fundamentales para la consolidación de Morena en esta segunda etapa.
1. Suspender los procesos internos de elección de la dirigencia nacional y estatales, los cuales se posponen a nivel nacional hasta el 2019, a fin de evitar divisiones y disputas por el control de la dirección partidista.
2. Crear una escuela de formación política en Morena, lo que indudablemente tiene gran relevancia considerando que muchos de los hoy diputados, alcaldes y dirigentes carecen de experiencia política aunque hayan sido desde hace mucho tiempo luchadores sociales.
3. Reducir un 50 por ciento el presupuesto del 2019 que por Ley le corresponde a Morena, lo que es congruente con su política de un gobierno de austeridad republicana.
4. Mantener la unidad en la pluralidad, fuera de sectarismos, egoísmo, deshonestidad y ambiciones, lo que no es fácil dado la diversidad de posiciones políticas e ideológicas, de militantes, grupos, asociaciones y organizaciones que la conforman como movimiento.
5. Iniciar la cuarta transformación política de México, honrando y respetando el legado histórico de políticos de izquierda, luchadores sociales, intelectuales, periodistas y demostrar que se puede gobernar con el pueblo, con respeto a las libertades y, en paralelo, garantizar a todos el derecho a vivir con bienestar y ser felices.
En el caso de los partidos perdedores, la situación es muy distinta. No logran dar con “pies ni cabeza”. Tanto el PRI, como el PAN y el PRD, para mencionar sólo a los tres partidos con mayor trayectoria y representatividad electoral durante décadas, si bien han asumido su derrota, consideran que pueden enmendarla cambiando de dirigentes y siglas de partido.
Evaden la realidad. No entienden aún que el tsunami electoral que los avasalló electoral y políticamente, es fruto del hartazgo social por su ineficiencia, corrupción, impunidad, violencia, miseria y desigualdad social de las tres décadas de neoliberalismo que auspiciaron y protegieron durante los gobiernos que encabezaron.
La reestructuración o renovación de esos partidos es sumamente complicada, pues han perdido legitimidad, credibilidad y la confianza de los ciudadanos. Tan es así que los agremiados de esos partidos los han dejado solos y se han alejado de ellos, incluyendo a dirigentes, algunos de los cuales han abandonado el buque que se hunde y cambiado de embarcación, a sabiendas de que el partido de Estado deja de existir y no cuentan con los recursos suficientes para solventar su clientela electoral.
Es de dominio público –por ejemplo– que el 16 de julio, René Juárez Cisneros, quien sustituyó a su antecesor Enrique Ochoa en pleno declive de la campaña electoral durante dos meses y medio, anunció su retiro como líder Nacional del PRI, para asumir la coordinación de los diputados tricolores.
Claudia Ruiz Massieu asumió provisionalmente, el 18 de julio, la presidencia y designó al nefasto y corrupto ex gobernador coahuilense Rubén Moreira, Secretario General del tricolor, quien un mes después (el 18 de agosto) declinó de ese cargo sin explicación alguna.
Pese a la convocatoria lanzada para elegir nuevo presidente del PRI, no hubo quien se registrara, por lo que Ruiz Massieu asumirá el liderazgo del PRI no con el soporte de los militantes sino de Carlos Salinas de Gortari.
El PAN, por su parte, convocó también el 11 y 12 de agosto a su Consejo Nacional Electoral para hacer una evaluación del proceso electoral, integrar una Comisión Organizadora que defina los plazos para elegir el nuevo dirigente nacional que sustituirá a Ricardo Anaya y renovar los Comités directivos Estatales.
Todo quedó en el aire. Lo único que se derivó de esa reunión fue agudizar la polarización interna que existe entre los grupos que aspiran a controlar el PAN y sus legisladores.
De los otros partidos más pequeños y débiles, unos literalmente desfondados y otros con pérdida de su registro electoral en diversas entidades, no vale la pena entrar en detalles. Todos ellos forman parte de una franja de partidos carentes de legitimidad y representatividad.
Conclusión. El sistema de partidos anterior ha concluido su ciclo. Inicia otro que todo indica sacudirá a fondo a todos los partidos y los obligará a renovarse o morir.