Por Jorge Lara Rivera
Al tiempo que las destemplanzas de Washington en las negociaciones por el TLC con Canadá causan ya exasperación en el premier Justin Trudeau, la Casa Blanca lidia ahora no sólo con el enojo de Ottawa al toparse con una presa mayor. Contrasta con la estridente retórica aislacionista del presidente estadounidense Donald Trump –quien ha llegado a afirmar que con su guerra comercial China pretende influir en las elecciones norteamericanas de 2016– el displicente anuncio, este fin de semana, por Pekín, de la cancelación de las negociaciones comerciales que sostenía con el país del dólar, así como de la visita de Liu He, su viceprimer ministro, a Washington, agendada para esta semana, y de igual modo la previa de una delegación de funcionarios de nivel medio del gigante asiático en preparación de aquélla. Se trata de medidas congruentes con la declarada política del país oriental de no negociar bajo presión, respondiendo a la imposición estadounidense de otro 10% de aranceles a importaciones de productos chinos (200 mil millones de dólares) que entraron en vigor el lunes 24 de septiembre y su amenaza de otros adicionales de hasta 25% o más incluso a partir del 1 de enero de 2019 si el gobierno chino tomaba represalias contra agricultores estadounidenses y otras industrias; algo que ya sucedió pues Pekín correspondió gravando productos estadounidenses (por 60 mil millones de dólares), en vigor a partir del propio 24. Hasta dónde. Justo el sábado 22 la tensión alcanzó otro nivel cuando el embajador de Estados Unidos en esa nación del Lejano Oriente, Terry Branstad fue convocado por el régimen asiático para una queja formal por sanciones que Washington impuso al organismo del Ministerio de Defensa responsable de armas y equipamiento del Ejército chino, así como su director, Li Shangfu, a raíz de su compra de armamento a la empresa estatal Rosoboronexport de Rusia, la mayor exportadora de su ramo (que contraría lo dispuesto por una ley americana que busca punir la injerencia rusa en las elecciones estadounidenses) y su pretensión de formar un frente con ella para oponerse al proteccionismo; advirtiendo a éste que de no ser retiradas tales tendrán consecuencias.
La disputa entre las 2 más grandes economías del planeta alcanzó ya a la Organización Mundial del Comercio ante la cual China presentó una queja, al tiempo que Pekín fortalece sus relaciones bilaterales con la Rusia de Vladimir Putin.
Por su parte, el presidente Trump no ha tenido empacho en abrir con la comunidad económica europea, su otrora aliada, un nuevo frente de lucha al acusar a China y a Europa de “enriquecerse a costa de la Unión Americana”. No obstante, los orientales insisten en que se logrará un diálogo equitativo basado en el respeto mutuo para aliviar las tensiones comerciales. La Casa Blanca también lo desea, a juzgar por los reportes de “The Wall Street Journal”. El pulso que libran ambos países muestra ya efectos (una depreciación del dólar y la reapreciación del yuan) en las bolsas del mundo.
Mientras, la Tierra padece los estragos de la soberbia que ambas potencias despliegan, la cual amenaza extenderse al resto de la orbe con posibilidades de afectarlo muy negativamente.