Opinión

No habrá transición aterciopelada

Guillermo Fabela QuiñonesApuntes

Por más que el presidente electo quiera seguir llevando el proceso de entrega-recepción del Ejecutivo federal de manera tersa, mientras más pasa el tiempo se vislumbran graves dificultades para lograr tal objetivo, por la situación de crisis generalizada en que se encuentra el país como consecuencia de más de tres décadas de políticas públicas neoliberales. Andrés Manuel López Obrador tendrá que enfrentar una disyuntiva inaplazable: acepta que prosiga la simulación sexenal para dar una apariencia de estabilidad financiera, o se decide a descubrir la dantesca realidad que habrá de hallar cuando tome las riendas del poder.

Es presumible que siga esta segunda alternativa porque es la menos mala para iniciar una labor comparable a la que se encontró el presidente Lázaro Cárdenas al llegar a Los Pinos. La otra lo ataría de manos, aunque los mercados darían un profundo respiro de alivio, porque estaría aceptando la continuidad de un régimen cuya única salida es la pérdida total de la muy poca capacidad de negociación con los organismos financieros internacionales que nos tienen al borde de la asfixia. Lo más calamitoso es que perdería definitivamente la oportunidad de cumplir sus promesas de campaña y las clases mayoritarias seguirían su caída libre hacia mayores niveles de pobreza y desigualdad social.

El rompimiento con el régimen neoliberal es una necesidad ineludible de López Obrador, porque de no hacerlo se convertiría en cómplice de la que bautizó como “la mafia del poder” y perdería el gran apoyo popular que recibió en las urnas. A cambio, ciertamente, tendrá que sostener una lucha muy compleja con los poderes fácticos que se han beneficiado enormemente con las políticas públicas neoliberales, y desde luego con los acreedores internacionales que exigirán el pago de sus deudas aunque sean tan injustas como la que desencadenó la llamada Guerra de los Pasteles con Francia.

No hay un camino intermedio, desgraciadamente, sino una encrucijada muy definida porque a ello se llegó después de que Enrique Peña Nieto no sólo llevó a sus últimas consecuencias el modelo con las mal llamadas reformas estructurales, sino por su pésimo desempeño como gobernante, comprometido más con sus socios y compinches de negocios y corruptelas que con el imperativo de sacar del pantano a las finanzas públicas, luego de más de tres décadas de crecientes descalabros que condujeron a un endeudamiento irracional e insostenible, el cual se desconoce en su verdadera dimensión.

Es claro que llegará el momento de que salga a flote la verdad de lo que han estado ocultando los gobiernos neoliberales, no sólo en materia de corrupción con los dineros públicos sino con el manejo de la deuda pública mediante mecanismos tortuosos, como el denominado Fideicomiso Maestro, puesto en marcha por el inefable secretario de Comunicaciones, Gerardo Ruiz Esparza. Es de tal magnitud la corrupción del actual sexenio que no será posible taparla por más que quieran hacerlo los funcionarios que se van. Obviamente, López Obrador está impedido de llegar a un “buen arreglo” con Peña Nieto, aunque de ello dependiera la viabilidad de iniciar el sexenio sin tantos contratiempos como se prevén.

Más los habría en la medida que pretendiera tenerlos con la camarilla neoliberal, que enfrentar con firmeza los problemas que se deriven de un eventual rompimiento con sus principales protagonistas, de manera fundamental José Angel Gurría, secretario general de la OCDE, organismo desde el cual puede presionar duramente al gobierno de López Obrador. De hecho, las principales presiones vendrán del exterior porque es de otros países de donde provienen los principales acreedores, inversionistas y tecnologías necesarias para no frenar del todo la economía.

Paradójicamente, el riesgo de que esto suceda podría ser un factor favorable en los primeros meses del nuevo gobierno federal, porque se tendría mayor riesgo y pérdidas con la economía parada que con ella trabajando, aunque sea a marchas forzadas y con miles de problemas. De ahí que las negociaciones de López Obrador, más que con Peña Nieto y su gabinete, se habrán de enfocar más al sector externo.

(guillermo.favela@hotmail.com)

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