Lo imperdonable no puede ser perdonado. Dicho está, magistralmente explicado por el filósofo Jaques Derrida, retomado una y otra vez por José Cueli, psiquiatra, en aras de recordarnos lo que no se debe tampoco olvidar. Lo imperdonable no tiene perdón. Y no tienen perdón los hechos criminales de aquel 2 de octubre de hace ya más de cincuenta años que no obtienen el permiso para ser olvidados porque el 2 de octubre de 1968 cambió para mal la historia de México.
Sin olvidar tampoco que la votación masiva a favor de AMLO tiene que ver con los logros de los estudiantes reprimidos de entonces a los que suman hoy los normalistas desaparecidos de Ayotzinapa.
Nadie puede escatimar los cambios logrados por el Movimiento Estudiantil que en México adquirió dimensiones de epopeya. Movimiento cargado de razones atendibles con apenas haber entendido los represores que la justicia es la base de la paz.
El Movimiento Estudiantil del 68 no merecía la sangrienta represión ordenada por seres despreciables como Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Alvarez, impunes todavía como al parecer van camino de quedar todos los neoliberales. Aunque la crónica le anuncie a AMLO que a él sí le van a cobrar mañana el plato de lentejas dado a los pobres. Todos los humanos cometemos equivocaciones. Pero las vinculadas a la represión no pueden olvidarse y no hay manera de perdonarlas.
El 68 fue una fiesta para los estudiantes y para los padres y las madres que despertaban saliendo a las ventanas a vitorear las marchas que por Paseo de Reforma o desde el Museo de Antropología rumbo al zócalo pasaban. Una fiesta llena de razones atendibles que gobernantes criminales no quisieron entender. O sí lo entendieron, pero receptores ya, a cambio de impunidad a la corrupción que como premio se les permitiría, acataron las órdenes del imperio yanqui que hoy con desparpajo y sin vergüenza en manos de un demente se encuentra. Con la represión al movimiento estudiantil se estableció la corrupción como regla, el vasallaje al vecino del Norte y la mutilación a la educación que no acaba de encontrar su cauce.
Se atrevieron los asesinos de Ayotzinapa a cometer ese otro crimen atroz porque continúa impune el antecedente funesto que dio origen también al movimiento guerrillero urbano que se sumó al campesino, asimismo de larga data, reprimido junto con el obrero.
México pudo ser una democracia y hoy podría haber sido el del cambio del sistema capitalista, pero Murat ya anuncia un cuartel de la Guardia Nacional en el Istmo.
Una democracia que hoy estaría transitando con la inclusión de los pueblos originarios. Lo que a final de cuentas se buscaba por estudiantes y maestros diciendo que ya bastaba de represión policíaca en contra de los jóvenes y de otros sectores ferrocarrileros y médicos y campesinos y pobres…
México pudo alzarse como el paladín de la democracia en América Latina y pudo seguir siendo ejemplo solidario de brazos receptores para los perseguidos políticos y para los que hoy, por hambre, escapan de su atroz destino.
La educación era mejor que la de otros lugares, aunque el analfabetismo seguía existiendo. Hoy el analfabetismo es regla y la cultura y la ética escasas hasta en lo más alto de las escaleras tanto empresariales como políticas.
Las diferencias económicas eran grandes pero no se coleccionaba todavía el país de ricos conservadores que hoy cuestionan que se otorgue una Ley de Amnistía reparadora de algunas injusticias. Ricos y no tan ricos que dicen que sí al Tren Maya. Sin importar que se alce ese proyecto destructor de la vida de los pueblos originarios y del resto de habitantes. La devastación en Yucatán puede ser ya comparada con los glaciares convertidos en agua aumentando el calentamiento. Lo que acabará con el planeta en pocos años si no se equivocan los científicos. Lo que intuyen los jóvenes que por estos días han dado clases de civismo en la ONU a oídos sordos porque los intereses económicos son los que mandan.
Sí, con esto ha tenido que ver también la criminal decisión tomada por impresentables el 2 de octubre de 1968. Ni perdón ni olvido. Lo imperdonable no tiene perdón y lo que no tiene perdón no puede ser olvidado aunque se busque encubrirlo con la moralina con la que se quiso encubrir la decisión tomada aquel día de triste recuerdo de hace ya 51 años.