Opinión

Amor y prejuicio

Cristóbal León Campos* I

Prometemos e incumplimos y cuando de nuestras vidas se aparta quien en la espera quedó, nos atrevemos a preguntar con tono desconcertado qué fue lo que ocurrió, a todas luces dejamos de cultivar la amistad o el amor y para cuando intentamos reaccionar, el viento junto al tiempo, se han llevado a otra orilla la hojarasca del árbol del afecto. A diario perdemos instantes tan simples pero imperecederos a la hora del recuento de los daños. Somos inconscientes de lo simple que es la felicidad, la excusamos entre vanas materialidades y absurdas actitudes, lo real, es que nada es eterno, cuando dejamos que al abono que nutre la raíz de nuestras relaciones humanas reseque antes de haber alimentado cualquier tipo de sentimiento.

No poseemos en realidad nada, sólo estamos constituidos de historias personales, de ellas forjamos nuestros actos, nada es casual, a cada acción viene una reacción y, si esto es una ley en la física, también lo es en la vida. No flagelemos el pudor cuando nosotros abrimos el sendero del olvido, la hojarasca, como el ser humano, se compone de pequeñas partes que juntas forman el árbol de la vida. Lejos de mitologías creo en la ceniza.

II

El 14 de febrero se ha convertido desde tiempo atrás, en la fecha destinada para la celebración y conmemoración del amor y la amistad, así lo reflejan los aparadores de los centros comerciales, los medios de comunicación y la tradición instituida como formalidad al establecer en tiempos modernos una relación sentimental. La mercantilización del sentimiento ha ido convirtiendo como un hecho obligatorio consumir como sinónimo de amor. De esta forma, el regalar no se mide en términos de la cantidad de afecto, sino en términos del gasto realizado, mientras más se invierte más se ama, dice la máxima del consumo afectivo de esta fecha. Esto es una verdad aceptada en muchos sentidos.

Sin embargo, si bien es verdad que consumir se va volviendo obligatorio y una medida equívoca del amor, el dedicar una fecha en particular para expresar lo que sentimos por aquellas personas que dan sentido y alegría a nuestras vidas no es algo malo. Claro, es verdad, el que ama lo hace todos los días, y para nada, debe aceptarse que la expresión de los sentimientos se realice una vez al año. Pero me parece que se ha relacionado de forma equivocada el llamado “amor romántico” con los aspectos negativos que se viven en la relación entre seres humanos.

Las formas de expresar lo que sentimos son muchas, lo hacemos mediante gestos, caricias, miradas, palabras y otras tantas formas, ello sin bien implica algunas conductas, no son para nada la causa de la opresión entre seres humanos, particularmente hablando en la relación entre los géneros hombre y mujer. Cierto es que hay una serie de conductas que son reflejo de las relaciones de poder, y que ellas se han aceptado o impuesto (según el caso y el modo) a lo largo de los años, pero la opresión que un hombre ejerce sobre una mujer no es resultado del “amor romántico”, es resultado de un sistema reproducido, aceptado y reafirmado a diario. No reduzcamos el carácter sistémico de la opresión a una serie de expresiones y actos que, dicho sea de paso, cuando se hacen sin afán de dominación, son simplemente eso, expresión del sentimiento que dos seres humanos se tiene mutuamente. Por mi parte creo firmemente que todo amor por naturaleza es romántico, y aquí lo romántico es desde luego la expresión libre de un sentimiento.

III

El poeta que no habla de esperanza como utopía no habla de la vida, habla de pureza, sí, pureza, esa rara idea abstraída de las academias moralizadas y pretendidas hegemónicas, que dictan las buenas formas de escribir sin decir más allá de la nada. La locura es un hábito en la poesía, tienen cierto romance, unas veces sutil y otras tantas veces abierto y poco pudoroso. Cante la poesía para la esperanza, para el amor y la locura, sean los poetas impuros transgresores de la moralidad, la académica y la hegemonía.

Tírese todo lo sabido hasta hoy, constrúyase un nuevo saber, mirando desde abajo. Demos vuelta a la interpretación de la sociedad, pongamos de cabeza lo instituido y renovemos la ilusión creadora que tiene desde su origen la palabra. Devolvámosle su sentido emancipador a las letras y a la palabra su sentido humano.

IV

Palabra, pobreza y ceniza, tres grandes enunciados de pocas letras. ¿Quién se atreve a mirarlas de frente y seducirlas? ¿Dónde queda el pudor si la ceniza nos habla? ¿Qué hacer con la pobreza si se nos olvida que es más que una palabra? ¿Será tan pobre la memoria que ni cenizas vemos de la palabra? No me atrevo a responder, prefiero pensar que dejaremos de escribir pobreza, cuando de las cenizas surja la palabra.

*Integrante del Colectivo Disyuntivas