Opinión

Causas y perspectivas de la lucha por nuestros derechos

Georgina Rosado Rosado

¿Por qué han aumentado dramáticamente los feminicidios y la violencia contra las mujeres? Es importante reflexionar sobre los diferentes factores que inciden en este problema fundamental, si queremos que nuestras estrategias redunden de mejor manera para acabar con este flagelo que afecta a más de la mitad de la población e implica una realidad terrible: “nos están matando”.

Hay que decir nuevamente que el sistema patriarcal, la estructura económica, política y cultural que reproducen la desigualdad y subordinación entre los géneros es fundamental para que el sistema capitalista neoliberal se mantenga. Es decir, que mientras no se acabe el neoliberalismo, más allá de una simple declaratoria, seguirán matando a las mujeres porque el capitalismo, que está en su etapa más fiera, necesita el control de nuestra sexualidad y de la familia nuclear tradicional para mantener el sistema de herencia que le da vida. A los dueños del gran capital le son útiles las dobles jornadas, el salario desigual y el trabajo doméstico gratuito de las mujeres para seguir acumulando riqueza.

Debemos también señalar que esta fase del capitalismo conlleva, además de la polarización de la riqueza, el aumento de la violencia en todas sus formas ya que este sistema es anti mujeres, anti indígenas, anti infancia, anti medio ambiente, es decir, está contra la vida misma en este planeta y de todo lo que se interponga a los intereses mezquinos de unos cuantos, la verdadera mafia del poder que hoy desgraciadamente goza de muy buena salud.

Entonces nos preguntamos ante el aumento de los feminicidios ¿de nada ha servido la lucha histórica de mujeres que en el pasado dieron su vida por nuestros derechos? Por supuesto que sí ha servido y no reconocerlo sería una ingratitud y error estratégico. Las luchas de las mujeres feministas de generaciones anteriores nos dieron la oportunidad de entrar a las universidades, de competir en el espacio laboral, participar en la política, entre otros importantes avances, además de visibilizar el problema de dominio y violencia que sufrimos las mujeres en este sistema capitalista patriarcal.

Y si es así, ¿por qué aumenta la violencia contra las mujeres? Hay varias razones. Como dijimos, atravesamos una de las fases más violentas del capitalismo, lo que implica que los sectores más vulnerables de la sociedad, las mujeres, niñ@s, pueblos indígenas, entre otros sean agredidos impunemente. Debemos añadir que los grupos de derecha no se han quedado con los brazos cruzados y en contrapartida al avance de las mujeres y de la promoción del respeto a los derechos humanos han diseñado campañas para estigmatizar y criminalizar los movimientos, promoviendo el odio y la violencia contra quienes l@s dirigen. Si a esto le sumamos que quienes gobiernan y sobre todo quienes aplican la justicia no están formados en la perspectiva de género y permiten la impunidad de los agresores, el resultado no podía ser mejor a lo que estamos viviendo.

Pero además de estas razones, algunas denunciadas hasta el cansancio por quienes dirigen el movimiento feministas, tenemos que considerar lo que he señalado en escritos anteriores pero que es preciso repetir: las crisis de masculinidades. El feminismo ha permitido y sigue permitiendo que cada día más mujeres transformen sus identidades, pero este proceso no ha ido a la par de la transformación de las masculinidades. Los hombres se sienten amenazados por los avances de las mujeres, temen perder sus privilegios y esto en la fase del capitalismo salvaje que vivimos implica el aumento impune de la violencia hacia las mujeres.

Si rompemos con explicaciones biologistas superadas por la ciencia, que implican una insuperable guerra de sexos y aceptamos que estas masculinidades violentas que estamos enfrentando son producto de la socialización impuesta por el sistema patriarcal neoliberal, esto nos lleva a plantearnos la urgencia de diseñar una estrategia para transformarlas.

Para esto retomaré nuevamente a Joseph-Vincent Marqués, quien nos señala que con la socialización se fomenta en los hombres algunos comportamientos, se les reprime otros y sobre todo se les transmite ciertas convicciones de lo que significa ser “varón”, que incluye la superioridad de su género y su derecho a dominar a las mujeres. Al margen de las diferencias entre los grupos de hombres, en riqueza, poder y estatus, en una sociedad patriarcal como la nuestra ser varón es ser importante y superior a las mujeres, quienes deben someterse a la autoridad de los hombres. Pero ojo, esta concepción es compartida por muchas mujeres que no han tenido la oportunidad de formarse en la perspectiva de género (perspectiva, no ideología). Hace unos días en un foro me tocó escuchar a una líder municipal defender con vehemencia que a las mujeres de las maquiladoras les pegan y las matan porque según sus palabras: “todavía sus maridos le dan permiso de trabajar y aun así (ellas) se aprovechan y se van con sus amigas a divertirse”. Lo que nos demuestra una vez más que esto no es una guerra de sexos, sino contra el patriarcado y la cultura machista que a través de la socialización se nos inocula a ambos géneros.

Si admitimos que esto es así, las feministas debemos considerar que existen hombres con motivos e interés de unirse a nuestro movimiento, ya que si bien tienen algunos motivos para no querer transformar sus masculinidades, entre ellos llegar a ser “jefe de familia” con todos los privilegios que esto implica al interior del grupo doméstico. También es verdad que en esta etapa del neoliberalismo ser varón también implica potencialmente estar condenado a la angustia, ya que las oportunidades de cumplir las expectativos de éxito marcadas por la sociedad se reducen, sobre todo para los grupos sociales menos favorecidos que son la mayoría. Así, como ya mencioné en otro artículo, vale la pena recordar: 1) La mayoría sufre la carencia de un alto poder adquisitivo para el consumo ansioso de productos exaltados por la mercadotecnia, 2) Son frecuentemente humillados por no tener los fenotipos promovidos por los medios de comunicación como propios de la “gente bien o bonita” muy diferentes a los que caracterizan a las diferentes etnias mexicanas, 3) Cada día les es más difícil ser los principales proveedores de la familia en economías donde se ha dado la llamada feminización del mercado laboral 4) Un buen número de ellos tienen una orientación sexual diferente a la hegemónica (heterosexual) y por lo tanto no son plenamente aceptados en sus propias familias.

Si aceptamos que los procesos de construcción del género, y por lo tanto de las masculinidades, no son estáticos sino más bien “un proceso activo” que se crea y recrea de manera más o menos permanente podemos aceptar que existen nuevas y diferentes masculinidades pertenecientes a hombres que no practican la violencia de género y que son en los hechos nuestros aliados. Estos hombres son aliados estratégicos muy importantes, ya que como portavoces del movimiento feminista serán escuchados con menos reticencia por otros de su mismo género.

Como evidencia puedo mencionar los centros de atención a hombres dispuestos a renunciar a la violencia y redefinir sus masculinidades que se abrieron años atrás en el IEGY, que aunque por falta de recursos fueron insuficientes para cubrir las necesidades de la población masculina, lograron atraer de manera libre y espontánea a gran cantidad de hombres dispuestos a recibir la atención, individual y colectiva que se ofrecía por psicólogos formados con perspectiva de género.

Respeto la decisión de los colectivos de mujeres que organizan marchas separatistas, pero también estoy convencida de que si no incorporamos a los hombres feministas en nuestro movimiento en marchas mixtas, talleres, campañas de medios, etc. nuestro camino será más largo y difícil. Estoy segura de eso dado lo imposible y nada atractivo de una realidad donde los hombres vivan en Marte y las mujeres en Venus.