Opinión

Yema cocida, suturada el alma rota

Por Jesús Peraza Menéndez

A la Cruz Roja fui a dar, siempre con esa resistencia a la industria médico-hospitalaria, a la dureza de los médicos, enfermeras, paramédicos mal pagados y sobreexplotados. Una máquina se atoró en una fractura, la piedra voló y se llevó parte de mi yema y mi uña, por suerte sin llegar al hueso y trozar el dedo. La sangre sin sus chorros se hacen gotosas para estrecharse compactas en el piso como si quisieran volver a la corriente sanguínea. Golpeó durísimo, no me tiró, me moví, apagué las máquinas, no estaban mi nieta, ni mi hija, ellas siempre están o no tardan en volver en las horas del día. Mi hijo está en otra casa con su madre y su compañera, pero bueno, lo llamas y llega, es rápido este trayecto. No están los otros escultores que trabajan conmigo porque andamos dando tumbos, porque hay trabajo pero tardan en pagarnos, porque nos dan anticipos y luego no pagan, porque se aprovechan, el que puede se queda con la obra porque confiamos o la maltrata por despecho arrogante de burócrata mezquino, o nos clausuran los talleres para hacer edificios, en fin como todas y todos libramos este lucha de hacer y quedarnos con el trabajo creativo antes que las embrutecedores jornadas en maquiladoras, en los servicios públicos o privados, en las aristocracias académicas.

En fin no se pierdan, subí a mi cuarto pensando con qué me pego el dedo, cómo lo envuelvo ¿a dónde voy? ¿Quién me atiende? No tengo ningún servicio médico y es porque no he tenido que seguir tratamientos de por vida y para alguna circunstancia de enfermedad o de accidente, voy con mis camaradas médicos especialistas, viajó a Cuba, son geniales humanistas. Nunca -me decía— he tenido otros accidentes, que yo recuerde bien nunca me habían suturado o costurado siempre algunas gasas, vendoletas, desinfectar, tomar antibióticos, antitetánica y cuidar, la diferencia entre cocer y coser es ortográfica, a mí me parecen sinónimos, ambas labores mezclan, ensamblan, hacen remiendos. Llegué al celular que es el medio por excelencia con las redes sociales. No respondía mi hija, hablé a mi hijo y tampoco respondió, generalmente me hablan cuando se desocupan. No imaginan que ando con un pedazo de dedo volando. Lo aseguré con un papel limpio con una cinta que había comprado mi nieta. Me subía a un UBER, un joven amistoso, bien dispuesto. “¿Qué hacemos?” dijo, está la Clínica “Star Médica”, no quiero alguna clínica, la menos cara, esta es para aristócratas, mi camarada Juan Luis pagó tres mil pesos por tres puntadas en una descalabrada y, Miguel, mi hermano, 12 mil por una infección intestinal que significó suministrarle una inyección en menos de 20 minutos.

Soy un trabajador del arte. En ese momento recordé que en la Clínica Santa Elena, cerca del Estudio Taller, me han atendido, vamos entonces, resulta que ya no tratan heridas, bueno ahí estábamos, cuando por fin se comunicó mi hija “ve a Especialidades Médicas a urgencias”, es muy cerca también, llegamos tras una vueltas laberínticas y pregunté sobre la atención, y me indican que esa herida no la atienden. Esperé a que llegara mi hija y su compañero de proyecto de Radio 180, él explicó rápido, vivo por ahí cerca de la Cruz Roja, cuando me lastimé la mano ahí me atendieron, son los mejores, contundente. Nos dirigimos en su carro, llegamos a una clínica de tercer nivel -del más alto nivel descienden los grados-, pero bien montada, organizada, fue fundada en el 2007, fue hace treinta años, la última vez que estuve en la Cruz Roja sólo había en Santiago el Centro Histórico en eso entonces. La gente dispuesta, morenos mayas de más o menos ascendencia sonreían sin solemnidades hipócritas o lacayas como en las clínicas de primer nivel, pendientes con experiencia anímica de todo, son como gatos, alertas acechando cada movimiento.

En la administración estaban unas mujeres ataviadas con batas limpias, bien arregladas, guapas todas, como sus risas, con las explicaciones, “deje a su hija”, dijo una morena maya como de Río Lagartos, “ella que vea que es necesario pagar, vaya a la sala de curaciones”, así no más. Un colegio técnico conformado de jóvenes médicas con médicos por lo menos tres o cuatro, unas dos enfermeras, un paramédico, me auscultaron, tocaron la herida con tacto de peces, consultaron en voz alta que había que anestesiar localmente ¿tiene alguna enfermedad, es hipertenso, diabético, toma algún tratamiento? y un etcétera mediano o largo. ¡No!, soy de tratamientos naturales, cuando algo no me funciona bien, o me curó yo mismo las heridas todas las del alma las del cuerpo o alguien del taller y ahora hasta mi nieta la cortadas ¿Cuándo nació?, el 15 de noviembre de 1955. “Bien saturamos, no le dolerá”, la anestesia local la inyectaron en distintos puntos sobre la herida. “Estaba literalmente roto”, como cuando un vehículo sin la menor precaución salió de una gasolinera en la calle 50 en La Plancha por los patios del Tren la Bestia, me tiró sobre las vías, ni siquiera volteó a ver, para qué, es sólo una bicicleta y aquí, los automóviles tienen más y mejores derechos que los seres humanos; me sangraba desde el codo a la rodilla, la nalga, alguien de un auto gritó: “Peraza estas sangrando”. Me curaron los médicos tradicionales, el quesero, sobadores, el x men recomendó plantas.

Vuelvo al dedo. Nada eran estos amoroso de su oficio en urgencias que me recuerdan a los cubanos de Cuba -claro otros son de dudosa calidad-, estos médicos yucatecos que me atendieron son lo que son, por la confianza comprensiva con intrínseca solidaridad de clase, son seres humanos de la más alta existencia, en el latido del sol me dejaron tranquilo, aunque sentí cómo pasaban las puntadas entre la yema y la uña, tan precisas, tan tiernas, como la madre cuando teje hamacas o el pintor o escultor detalla su obra. Me dolió, aguanté con alguna expresión que se volvió sonido como maullido del gato de casa. “Rufino Tamayo ronco tenue cuando pide su comida. Tiene la piel muy dura, dijo, como si su especialidad fuera talabartera, la doctora quiere hacer en “Urgencias”, somos casi todos los pacientes trabajadores, trabajadoras de pieles duras. Se me secó la boca ya estaba ahí y ellas con ellos miraban, hacían comentarios certeros sobre la herida, una doctora, Jeny, menudita, me dijo que estudió en la UADY, la bata de no se que empresa, me la regalaron las uso cada día iba calmando, volviendo el pedazo a su lugar, mi aprehensión es con todo el cuerpo la idea clara lo recorre dando órdenes al biosistema. Diez puntadas, el doctor Díaz comanda al equipo, toma fotos y me muestra otras, son de trabajadores lastimados, sus patrones los llevan a la Cruz Roja, y si, la sala de espera de urgencias se vacía por la pronta y eficiente asistencia médica varias son de quirófano, y al mismo tiempo llegan más adoloridos, pensativos, llenos de incertidumbres ¿Qué harán mientras convalecen?

No son privilegiados no tienen seguro médico, ni de gastos, el patrón los cura y seguirá su criterio si le interesa quizá lo apoye, mientras le recuerda que no hay compromisos, es un favor, la chamba es un privilegio de elegidos por semidioses y el sindicato de la CROC o CTM tiene acuerdos con él, en fin un largo viacrucis que atraviesa a la familia el proveedor o la entrada económica principal se ha perdido temporalmente con la decepción, todo depende de su propia fuerza de trabajo, verán la “Mañanera” diciendo dentro de tres años verán los logros de la 4ª, los del PRI con el PAN y el PRD votaron para no pagar mientras convalecen. Las médicas con los médicos son tan cálidos, como pueden ser quienes ven cada día al ser humano roto. Quedé bien cocinado y sazonado de mi sangre, curtida, como piel de ciervo libre recupere el pedazo pródigo. soy escultor, pintor, escritor, ciclista, padre, abuelo, camarada, compañero, amigo, amante, socialista romántico y quería abrazarlos a todos, descubro cada día que somos mucho más que dos, somos millones. Mi nieta, mi hija, mi hijo, su mamá, que esta vez nos enlazó a todos para que ese pedazo volviera a su lugar y mi conciencia, tomado sobre las y los trabajadores de la Cruz Roja, esa mezcla de amor con convicción, lo sabía que estamos en todas partes y somos quienes construimos. Mi amor gracias a todas con todos.

P.D. Esos mensajes de que envejecemos, de que moriremos, de que así es y ha sido no me preocupan, me caen de la chingada, no porque no tenga conciencia de mi edad, o porque imaginé ser quién no soy, sino porque tengo tanto que hacer todavía, escucho bien -como decía Simón Bolívar, los susurros del amor- no quiero ser otra generación ni intervenir en las nuevas, en todo caso discutir con las otras, lo que pienso con pleno derecho a vivir con la mía, con los que como yo no se disfrazan, no languidecen, no se amargan, o agonizan anticipadamente porque renuncian a seguir causas y motivos. Yo aprendí así, aquí se vive-la-vida-viva hasta el último aliento.