Opinión

Independientes

Manuel Tejada Loría

Notas al margen

Había que ser independientes. Lograr la autonomía y abolir el control esclavizante de quien alguna vez creyó ser dueño hasta de la vida y su intimidad. La cíclica efeméride del Grito de Independencia, como un puntual recordatorio, propone liberarnos siempre de cualquier yugo: físico, emocional, laboral, familiar, fraterno, incluso de pensamiento individualista, porque no hay mayor esclavitud que la de estar sometidos a nuestro propio ego.

Había que ser independientes. Pero la independencia, la autonomía como la libertad, exigen una participación más activa y responsable. No basta con creer –aunque sin duda representa un primer paso fundamental– sino también es necesario construirnos y mantenernos independientes. ¿De qué sirve la liberación si la autonomía puede convertirse en dogma? ¿La libertad es realmente un objeto externo a nuestro ser? ¿La independencia puede portarse como una medalla o se vive independiente?

Anhelamos desesperadamente ser independientes y libres buscando esa seguridad en tantas cosas, aferrándonos a objetos materiales como una taza de café; o a prácticas intelectuales o laborales, siempre con el afán de resguardar nuestra libertad, como si se tratara de una bandera, de una medalla más, acaso una docena de likes. ¿Realmente de ese modo somos libres? Esta cuestión nos remite a una vieja y breve historia por todos conocida, pero que no está de más recordar.

Hubo alguna vez, hace mucho tiempo, un discípulo cuyas vestimentas eran las ansias de independizarse de su maestro y mentor de quien todo aprendió. Se le ocurrió, porque era muy ocurrente, colocar ante su maestro un gran espejo para que este apreciara por sí mismo lo siniestro de su ser. Así sucedió una tarde: el discípulo cargó un gran cristal y se puso frente a él. Su maestro, horrorizado, se cubrió con ambas manos el rostro y lanzó un fuerte alarido de angustia ante lo observado.

Desde entonces el discípulo se creyó libre, y así lo pregonaba de viva voz, porque para el arpa tenía garras y muy largas, mientras iba maldiciendo y difamando a quien fuera en contra de su independencia, o paradójicamente, contra quien se alejara de su control. Nunca supo aquel discípulo, que el cristal que cargó frente a su mentor, carecía de azogue, es decir, que nunca el mentor pudo verse reflejado, sino más bien, ante la transparencia del cristal, gritó de horror al ver y constatar en lo que se había convertido su fiel discípulo: en una imagen siniestra, semejante a él.

La independencia como la libertad no es un lugar al que se llega. Es siempre el recorrido que se emprende. Es la constancia ante la adversidad, ante el ninguneo, y sobre todo, es la certeza de no ser lo que siempre se criticó.