Víctor Flores Olea
La edad y la enfermedad, en lamentable contubernio, hacen surgir extraños recuerdos. Pero necesarios en muchas circunstancias, como la mía, en que también nos traen a la memoria dichas e instantes de vida que no deberíamos perder nunca, por lo que han entrañado de felicidad y de importancia en la formación…
Pienso ahora en mis estancias en París en los años 60 y 70, y especialmente en ciertas personalidades intelectuales que resultaron definitivas para mí, entonces y ahora. Tal vez, con especial relevancia, la de Jean-Paul Sartre, sobre todo en el campo de la reflexión política de la circunstancia, pero con su inserción inteligente en las “totalidades” de las cuales formaba parte.
Pero menciono ciertos casos específicos, que fueron muy impresionantes e importantes para un joven de aquel tiempo en formación. Uno de ellos fue, sin duda, el viaje de Sartre, y de Simone de Beauvoir, su compañera de vida, a La Habana para una presentación amplia de la revolución de Fidel Castro, recientemente triunfante y no plenamente comprendida en aquel tiempo por la izquierda europea. ¿Cómo una revolución socialista, en un país sin amplio proletariado y sin que el “patrón” hubiera sido el Partido Comunista? Y más aún: ¿el “Tercer Mundo” levantándose revolucionariamente con éxito, a unos cuantos kilómetros del país capitalista por excelencia? ¿De qué se trataba? Todo esto contradecía y tergiversaba la imagen aprendida y expuesta por los clásicos e inclusive por los manuales de mayor calidad dedicados a explicar la dinámica de las transformaciones del “leninismo” urbi et orbi, sin excepciones tan flagrantes y groseras.
Pues bien, Sartre se dedicó (en Huracán sobre el Azúcar, sobre todo, serie de al menos una docena de amplios artículos explicativos, publicados en la prensa francesa de mayor circulación entonces) a explicar cómo y por qué, en el caso de la Revolución Cubana, se habían contradicho tan flagrantemente algunos principios obvios de los más calificados del marxismo leninismo. ¿El hallazgo? Algunas de las consecuencias más evidentes del imperialismo, es decir, también de la explotación “de clase” pero por vía de país a país y no de manera “directa” de un sector social sobre otro sector sometido y subordinado.
Pero, además, esto explicaba también el que una “insurrección” antimperialista suplía muchas de las condiciones que se pensaban inamovibles de las revoluciones proletarias, por ejemplo que debían provenir necesariamente de un partido comunista establecido que actuara con plena conciencia de su papel histórico. En su viaje a La Habana. Jean-Paul Sartre y Simone de Bouvoir, en sus principales entrevistas con Fidel Castro y Che Guevara, principalmente, ponían en claro aquel aparente “desorden”: había una explicación clara para el que deseara escucharla.
Quedaba también claro, que una amplia insurrección nacional y antimperialista suplía de lejos la necesidad de una matriz de la revolución proletaria en un ¨partido comunista formalizado” a condición, seguramente, de que los líderes de tal Insurrección tuvieran la conciencia clara de su función o papel histórico, como sin duda resultaba el caso de Cuba con Fidel Castro y el Che Guevara, para decirlo muy resumidamente, en vista de su lucidez y papel como dirigentes de una revolución cabalmente socialista.
Pero no solamente el caso de la “matriz” de la revolución cubana, sino el caso de la revolución argelina de la época, que originó grandes discusiones en la “metrópoli” y que provocó el afianzamiento y endurecimiento del General Charles de Gaulle en el poder, seguramente una grave pulverización de la izquierda francesa y una prolongada hegemonía de la derecha, que permanece hasta nuestros días (naturalmente sin olvidar los “destellos” de una izquierda de carácter urbano y juvenil capaz de movilizaciones muy impresionantes, como se puede ver ahora mismo en las filmaciones para la TV que se difunden actualmente).
Desde luego, también las acaloradas discusiones sobre el estalinismo, sobre el troskysmo, sobre el marxismo ortodoxo y de folleto, sobre las consecuencias del XX Congreso del PCUS, sobre el posible futuro de la Revolución socialista en Europa, etc. Naturalmente, estos temas contenían las interrogantes más importantes de la época sobre el destino del marxismo leninismo en la práctica y en la teoría, y las modalidades que podía asumir en cada caso. Y, desde luego, cuestión muy importante, sobre las relaciones del socialismo y el capitalismo al nivel mundial, que claramente no debe confundirse con la llamada Guerra Fría o con la cuestión de la coexistencia pacífica o no del capitalista con el socialismo, que décadas más tarde, hoy mismo, no parecen definitivamente resueltas, aun cuando haya ya notas o síntomas de solución a estas cuestiones, en un sentido o en otro.
Dicho lo anterior, me interesa subrayar particularmente el papel al nivel mundial que desempeña la llamada “ínteligencia crítica”, y su función extraordinariamente importante en este conjunto de procesos de transformación, y que resulta ser absolutamente central o decisivo. Por fortuna en México, y claramente en La Jornada y en otras publicaciones que sería posible mencionar, existe una extraordinaria inteligencia crítica que se expresa cada vez que resulta necesario. Pero prefiero no escribir nombres propios para no cometer alguna injusticia involuntaria.