Opinión

Encierro de Cuaresma

Una vez más, la alarma de una pandemia ocupa la amplia mayoría de las noticias y una amplia porción de los intercambios en redes sociales. Las imágenes de lo que está ocurriendo en otros países del mundo rayan en lo increíble, y las reflexiones y emociones que producen acá varían ampliamente. Las autoridades en los distintos niveles, en medidas muy variables, han establecido medidas precautorias, previendo una posible expansión acelerada de la enfermedad. Es así que en Yucatán se han suspendido las actividades que convocan a gran número de asistentes, como las clases, desde primaria hasta universidad, eventos culturales y artísticos y, destacadamente, los eventos a realizarse en los distintos sitios arqueológicos del estado con motivo del próximo equinoccio de primavera. Sin embargo, entre la población se mantienen ideas a veces diametralmente opuestas sobre lo que es pertinente hacer en estos momentos. Algunos opinan que las medidas actuales son insuficientes y dejan mucho a la responsabilidad de cada quién, otros plantean que los temores son francamente exagerados y que las medidas restrictivas no deben llevarse a extremos como los estados de alerta en curso en países como Italia, España o Francia. Las reacciones de los gobiernos locales son variables. Mientras en Yucatán algunas policías municipales impiden o al menos limitan el acceso a playas y hasta a poblaciones, en Quintana Roo los servicios turísticos se siguen prestando con normalidad, y en el Estado de México, Teotihuacán permanecerá abierta los días 20 y 21 que se celebra el solsticio, si bien suspendiendo las actividades artísticas que se habrían de desarrollar en la zona arqueológica.

Esta heterogeneidad me genera una gran preocupación.

Muchos mexicanos esperamos que, en las próximas semanas, la hipótesis de que el calor de los trópicos, en los que se encuentra la mayor parte de nuestro territorio, sea un impedimento real para la expansión del virus; sin embargo esta esperanza no es algo que la comunidad médica dé por hecho. Es decir, tal vez este factor nos pueda proteger, pero no tenemos manera de saberlo aún. Esta incertidumbre, me parece, está siendo tomada con un optimismo que no se corresponde con el elevado riesgo que como sociedad enfrentamos.

Al anunciarse la suspensión de clases, ríos de familias se precipitaron a las playas en distintos estados, incluyendo el nuestro. Progreso especialmente fue abarrotado de manera casi inmediata, bien que en los días posteriores las autoridades disuadieron a los visitantes de permanecer en ellas. Quienes participan en estas actividades comparten la convicción de que la pandemia se trata de un riesgo menor, que a fin de cuentas habrá muchos menos infectados que los originalmente previstos, y que otro tanto ocurrirá con los decesos. La idea básica es que se trata de otro riesgo normal y aceptable de la vida, y que por tanto no vale la pena asumir acciones drásticas, como encerrarse en sus casas. A fin de cuentas, antes se temió al SARS y a la influenza causada por el virus H1N1 y sus efectos en México nunca llegaron al nivel de lo temido.

A lo largo de mi vida he visto, repetidamente, a muchas personas actuar bajo la misma noción, la de que a fin de cuentas no pasa nada. Lo escuchaba cuando mis amigos de la prepa se burlaban de mí por manejar con cinturón de seguridad, cuando alguien aseguraba que no le iba a pasar nada por conducir borracho a 160/Kmh, o por nadar en el mar después de comer. Y, efectivamente, en la mayoría de los casos no pasaba nada. Pero en unos pocos sí.

Los riesgos que se enfrentan en la vida diaria no presentan una elevada posibilidad de ocurrir, pero las pocas veces que sí ocurren dañan gravemente a los involucrados. Es verdad que muchísimos nos hemos subido a un coche manejado por algún ebrio y nos hemos bajado perfectamente sanos, pero también es cierto que muchos recordamos a alguien de nuestra generación que no llegó al día de hoy porque no gozó de la misma suerte. El ejemplo se puede repetir con infinidad de situaciones de riesgo.

La capacidad de contagio del coronavirus es muy elevada, aunque su letalidad al parecer no supera el 5% a nivel mundial. Esto significa que, a diferencia del SARS, con una letalidad mucho mayor, el nuevo virus sí tiene la capacidad de expandirse a segmentos muy amplios de la población -por lo pronto ya se han registrado casos en todos los estados de la república- y por tanto su baja letalidad puede traducirse en un elevado número de muertos.

Me parece que como país y como estado podríamos encontrarnos en los últimos momentos para implementar medidas eficaces para limitar los contagios y la expansión de la enfermedad, lo cual podría significar incluso la cuarentena obligatoria para la mayor parte de la población. Y sí, tal vez sea exactamente como ponerse el cinturón de seguridad. La gran mayoría habría sobrevivido sin hacerlo, pero estamos obligados a ellos porque la muerte de algunos miles de mexicanos como resultado de la nueva epidemia es una alternativa inaceptable, aunque con ello se lograra la comodidad de la mayoría e incluso se evitara lo que promete ser un fuerte traspié económico.