Opinión

Carrera nuclear. Segunda temporada (II)

“En el 1953, cuando ya se desplegaba la Guerra Fría y hubo cierto entusiasmo por la tecnología nuclear y se calculaba que unos 40 países disponían de capacidades económicas y técnicas para dotarse de armas atómicas”.

Carrera nuclear. Segunda temporada (II)
Carrera nuclear. Segunda temporada (II)

Luego de la pausa que siguió a la caída de la Unión Soviética, se ha iniciado la segunda temporada de la carrera de armamentos, un efecto colateral de la guerra en Ucrania que, es inequívocamente nuclear. Los actores, aunque con otros líderes, son los mismos estados que protagonizaron la Guerra Fría, conocen que las armas nucleares son altamente letales, no proveen seguridad, sino que acarrean riesgos, no son populares y son excesivamente caras. Debido a la extensión del tema, trataré por separado algunas de sus aristas. Hoy me ocuparé de la proliferación nuclear.

Aunque la alocución radial mediante la cual el presidente Harry Truman informó al país del lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón fue motivo de júbilo entre los estadounidenses, los europeos -castigados por la guerra- se enteraron mucho después. No obstante, debido a que entonces no existía la televisión, ni hubo fotos para los periódicos, hasta muchos más tarde no se conocieron las dimensiones de la masacre.

La revelación de las cifras y de las imágenes, dejaron atónitos a los norteamericanos, no por compasión hacia los muertos en Hiroshima y Nagasaki, sino porque esta vez no se trató de una operación militar, sino de barrer del mapa a dos grandes ciudades y de, en el acto, matar a 300 mil personas. En el 1949 cuando se supo que la Unión Soviética realizó la prueba de su primera bomba atómica, lo cual era una obvia amenaza para Estados Unidos, el estupor se convirtió en pánico porque, debido al clima guerrerista entonces imperante, a ellos pudiera ocurrirles lo mismo. Aquel temor fue la génesis de los movimientos antiatómicos y la base de la política de no proliferación nuclear.

En el 1953, cuando ya se desplegaba la Guerra Fría y hubo cierto entusiasmo por la tecnología nuclear y se calculaba que unos 40 países disponían de capacidades económicas y técnicas para dotarse de armas atómicas, el presidente Dwight Eisenhower salió al paso de la proliferación, presentando ante la Asamblea General de Naciones Unidas el programa Átomos para la Paz. Según aquel proyecto, Estados Unidos se comprometió a suministrar a los países interesados en el uso pacífico de la energía nuclear y en las investigaciones al respecto, la tecnología, especialmente reactores y el combustible nuclear necesario para evitar que ellos lo produjeran o se desarrollara un mercado nuclear.

Aunque, sin proclamarlo públicamente, la Unión Soviética adoptó esa posición, al mismo tiempo, con la creación de la OTAN, en el 1949, Estados Unidos proporcionó a sus aliados un paraguas nuclear que todavía los protege. A fines de los años 50, Estados Unidos violó la regla no escrita de no emplazar en disposición combativa misiles nucleares fuera de su territorio al instalar en Turquía cohetes Neptuno dotados de cabezas nucleares.

En busca de alguna equivalencia en términos de correlación de fuerzas, y para apoyar a Cuba en su confrontación con Estados Unidos, la URSS colocó en la isla misiles nucleares de alcance intermedio. Aquella situación provocó la llamada Crisis de los Misiles del 1962 que, literalmente, colocó al mundo al borde de la guerra. La experiencia dio lugar al inicio de las conversaciones sobre limitación de armas nucleares.

Los diálogos de entonces condujeron a acuerdos para limitación de armas, al Tratado de No Proliferación Nuclear y a la creación de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA).  Los temores y el espíritu de entonces, del cual formaba parte la coexistencia pacífica que hoy no existe, yace bajo los escombros de ciudades e infraestructuras urbanas, sociales, energéticas, portuarias y sobre todo militares, coronadas con el tributo de cientos de miles de muertos. Lejos de ser percibida como el peligro que fue antaño, la proliferación nuclear aparece hoy como si fuera una solución a la que planean acudir países de Europa y Asia, como Japón, Alemania y Australia que, ante el hecho prácticamente evidente de que Estados Unidos les retire la protección nuclear, podrán hacerse de ellas rápidamente.

Más práctico, rápido y probable es que, en lugar de fabricarlas por ellos mismos, mediante acuerdos políticos o comerciales entre estados, se instalen en ellos armas y misiles de los que las poseen. Según trascendidos, es probable que Alemania y Polonia las importen desde Francia y los Estados Unidos.

Obviamente Rusia actuará a la recíproca y nadie podrá frenar a Irán, como tampoco pedir a Corea del Sur, Egipto y Arabia Saudita que se abstengan. Confío en que, a diferencia de Eisenhower, que promovió la idea de Átomos para la Paz, Donald Trump no deje como legado el uso de bombas para la guerra. No obstante, antes de detener la proliferación nuclear es preciso frenar la matanza convencional.