Lorenzo Salas González
Repasar el inicio del fin del PRI en México nos lleva de asombro en asombro. Es inexplicable que no haya estallado una revolución para acabar con la pirámide de engaños, injusticias, corruptelas, asesinatos contra líderes sociales, represiones selectivas y masivas, generalización de la pobreza, quiebras frecuentes de la economía, la deuda pública creciente, la escasez de dinero para sobrevivir y un largo etcétera.
El aguante de la población tiene su explicación en el miedo tanto a ser asesinado o a ser desaparecido sin rastro. Otro recurso usado por el gobierno fue usar al comunismo como espantajo para amedrentar, tal y como se hizo con mucha frecuencia en los movimientos sociales. Para lograr este fin, fue necesario un control férreo de los medios de comunicación, del cual sólo escapaban unos cuantos, como fue el caso extraordinario de la Revista POR QUÉ?, que se enfrentó valientemente a todo el poder presidencial de aquel entonces, que era más fuerte que el de ahora.
Cuando en 1982 Miguel de la Madrid asume la presidencia, la recibe quebrada y sin salida visible. Es cuando aparece el Secretario de Programación y Presupuesto, Carlos Salinas de Gortari, quien le ofrece a De la Madrid soluciones, las cuales resultan buenas pero pasajeras. Pronto, a veces de un día para otro, se volvía a caer en devaluaciones, inflación, petrolización de la economía, etc. Con estas soluciones que no lo eran, De la Madrid decide que debía sucederlo precisamente Salinas.
A pesar de que analistas e historiadores opinan que el caos en México inició con Miguel de la Madrid, para quien esto escribe empezó con Gustavo Díaz Ordaz, fue empeorando con sus sucesores, hasta que se profundizó y exacerbó con Carlos Salinas, sólo que él usó diversos disfraces para que la gente no se diera cuenta de lo que estaba sucediendo.
Una de las soluciones que impuso Carlos Salinas al problema de la desaforada inflación fue quitarle tres ceros al peso. Por ejemplo, los afiliados al ISSSTE que ya tenían 300 mil pesos ahorrados, sólo recibieron 300 pesos cuando decidieron cerrar la aseguradora.
Luego, Salinas se puso a vender cientos de empresas que pertenecían al Estado, como los bancos, Telmex y muchas más. Con esto, se aparentaba estar solucionando el problema económico, pero se estaba creando uno mayor: el endeudamiento no bajaba y se carecía de garantías para los nuevos créditos. Por eso Salinas se decidió a vender nuestro territorio. Por ejemplo, las playas no podían ser vendidas a los extranjeros porque así lo decía la Ley. Y el presidente lo hizo, claro que con anuencia de los diputados.
Esta es una características del neoliberalismo impuesto: todo era vendible, como hasta la fecha, aunque ya hay signos positivos con el arribo de legisladores morenistas, que ya impidieron la venta de 300 cuencas de agua de todo el país, con lo que salvaron de la muerte a miles de campesinos cuya fuente de vida es el agua precisamente.
Enrique Peña Nieto, convencido neoliberal, no tiene la menor conciencia social, sobre todo si la operación que haga le va a dejar sus buenos millones de dólares en su cuenta personal.
Durante sus últimos meses como presidente, no obstante que puede correr el riesgo de quedar en ridículo y evidenciar su mezquindad política, además de su falta de conciencia nacional, ha intentado hacer ventas subrepticias o ha aprovechado la distracción nacional para decretar leyes que afecten a los trabajadores, porque para los neoliberales, sus enemigos declarados son los trabajadores.
Esto ya fue claramente entendido por la ciudadanía y por eso votó en contra del PRI que ya no era PRI, pues Carlos Salinas de Gortari ya había logrado lo que se propuso en los noventas del siglo anterior: desaparecer al partido que lo llevó al poder, lo que es otra característica de los neoliberales: carecer de conciencia y del más mínimo sentido de agradecimiento.