Ariel Juárez García
Era el 11 de nisán. Faltaban pocos días para la muerte de Jesús, y Él se hallaba enseñando en el templo. Deseosos de hacerlo caer en una trampa, sus enemigos religiosos le hicieron varias preguntas polémicas. Como cada respuesta suya los desarmaba, uno de ellos le preguntó: “¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Ver Marcos capítulo 12 Versículo 28).
Cómo era común entre los fariseos –líderes religiosos contemporáneos de Jesús–, se discutía con apasionamiento la siguiente cuestión: ¿cuál era el mandamiento más significativo de los 600 que formaban la Ley de Moisés? Parece que los más conservadores razonaban que sería un error destacar un solo mandato, pues todos eran importantes, aunque algunos dieran la impresión de serlo menos. Otros sostenían que todos eran igual de importantes y que no debía dárseles más peso a unos que a otros.
Al analizar este hecho de cerca, se puede entender mejor lo que las Santas Escrituras señalan acerca de la manera como los fariseos decidieron plantearle a Jesús esta polémica cuestión, tal vez esperando que su respuesta le hiciera perder credibilidad. En este respecto, el evangelio de Mateo relata la manera en que uno de ellos se le acercó y le preguntó: “¿Cuál es el mandamiento más grande de la Ley?” (Ver Mateo 22:34-36). Ésta, no era una pregunta inocente.
Tras meditar el asunto y contestar, Jesús no mencionó uno, sino dos mandamientos. Primero dijo: “Tienes que amar a Jehová, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Ver Marcos 12: 30), haciendo referencia a lo que estaba escrito en la Ley de Moisés en el libro de Deuteronomio capítulo 6 versículo 5.
En este sentido, el Hijo de Dios quiso decir que se debe amar a su Padre Jehová, con todo el corazón, es decir, desde el interior de cada persona donde se desarrollan los deseos, emociones y sentimientos más profundos. También dijo que se le tiene que amar con “toda el alma”, es decir, con el entero ser de cada cristiano: lo que uno es y lo que hace en la vida. Y por último, dijo que se le debe amar con “toda la mente”, o sea, con el intelecto y los pensamientos de cada cristiano. En resumen, se tiene que amar a Dios con todo lo que uno es y todo lo que tiene, sin reservas.
En segundo lugar, Jesús dijo: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo” (Ver Marcos 12:31 y Levítico 19:18). Ahora se sabe que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables: el segundo es consecuencia del primero (Ver 1 Juan 4:20, 21). Cuando alguien ama al prójimo como a sí mismo, trata a los demás como quiere que ellos lo traten. (Ver Mateo 7:12). Haciendo esto, cada cristiano realmente ama a Dios, el Creador que dio vida –a todos,… a su imagen y semejanza– (Ver Génesis 1:26).
¿Cuánta importancia tienen los mandamientos de amar a Dios y al prójimo? “No hay otro mandamiento mayor que éstos”, declaró Jesús (Ver Marcos 12: 31). De común acuerdo con esta descripción, en el relato paralelo, registrado por Mateo, se dijo que todos los demás mandamientos dependían de estos dos (Ver Mateo 22:40). Agradar a Dios no es complicado. Todo lo que Él pide de cada cristiano se resume en una sola palabra: amor. Esto siempre ha sido –y siempre será– la esencia de la adoración pura.
De acuerdo al registro bíblico, nada indica que el fariseo que formuló la pregunta se quedara atónito o siquiera un poco asombrado con la respuesta de Jesucristo. Sabía que, aunque muchos no estuvieran cumpliendo la Ley, la obligación fundamental de los adoradores verdaderos era amar a Dios. Es probable que tuviera presente en su mente, que en las sinagogas se recitaba la shemá, confesión de fe que estaba incluida en el registro bíblico de Deuteronomio 6:4-9 (una parte de la Ley de Moisés en el Antiguo Testamento), el mismo pasaje que citó Jesús.
Según el relato paralelo de Marcos, el fariseo añadió: “Maestro, bien dijiste de acuerdo con la verdad: ‘Uno Solo es Él, y no hay otro fuera de Él’; y esto de amarlo con todo el corazón y con todo el entendimiento y con todas las fuerzas, y esto de amar al prójimo como a uno mismo, vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios” (Marcos 12:32, 33).
Es cierto, aunque Dios pedía en la Ley que sus siervos le hicieran holocaustos y otros sacrificios, le interesaba mucho más que tuvieran el corazón lleno de amor, pero, no como una cuestión de meras palabras o sentimientos, sino el amor que se expresa mediante hechos y de verdad (Ver 1 Juan 3:18).
Vale la pena hacer una pausa para recordar lo sobresaliente que fue la promesa que Jehová le hizo a su amigo Abrahán al decirle que su línea familiar proporcionaría una Descendencia mediante la cual se bendecirían grandemente todas las naciones. (Ver Génesis 22:18.) Pero se presentaba un desafío: no todos los descendientes escogidos de Abrahán, los israelitas, amaban a Jehová. Con el paso del tiempo, la mayoría resultó ser de dura cerviz, rebelde, y algunos prácticamente ingobernables. (Ver Éxodo 32:9 y Deuteronomio 9:7.) Muchos estaban en el pueblo de Dios por haber nacido en él, no por elección propia.
No sólo eso, el hecho de que el pueblo de Dios, en su mayor parte, no apreciara la Ley mosaica (parte importante del Antiguo Testamento) fue toda una tragedia. La gente desobedeció la Ley, la pasó por alto, o la olvidó. Contaminaron la adoración pura con las prácticas religiosas, las tradiciones y costumbres repugnantes de otras naciones. (Ver 2 Reyes 17:16, 17 y el Salmo 106:13, 35-38.).
Debido a que han transcurrido varios siglos desde que el pueblo de Dios recibió la enseñanza de los sagrados escritos, surge la siguiente pregunta: ¿Sigue siendo esencial amar a Dios y al prójimo en la ley que está escrita en el corazón del cristiano? La respuesta es: Sí, es correcto.
La ley de Cristo (que aparece en el Nuevo Testamento) entraña un amor sincero a Jehová Dios e incluye un nuevo mandamiento: que “los cristianos se amen unos a otros” con un amor abnegado.
Los que profesan ser cristianos, en la actualidad, deben amar como lo hizo Jesús, quien voluntariamente entregó la vida por sus amigos. Él enseñó a sus discípulos a amar a Jehová Dios y amarse entre ellos como él los amó.
Aunque todo tipo de persona se beneficia de las provisiones del Creador de una u otra manera, son comparativamente pocos quienes se sienten agradecidos o se ven motivados a dar las gracias a Dios por ello.
Por lo tanto, es necesario valorar todo lo bueno que él ha hecho por cada persona y meditar sobre las maravillosas cualidades que se reflejan en todo lo que hace.
Esto permitirá, a muchos, percibir la sabiduría y el poder impresionantes del Magnífico Creador (Ver Isaías 45:18). Sobre todo, debería ayudar a cada uno a sentir su amor, pues no sólo dio a todos la vida, sino también hizo posible que cada individuo disfrutara de los muchos beneficios que ésta ofrece, día tras día.
Pero, ¿cómo es posible amar a Dios, a quien nadie puede ver? En respuesta, es necesario dar el primer paso: hay que conocerlo. En realidad, es imposible amar a un extraño o confiar en alguien a quien uno no conoce. Por tal motivo, la Biblia anima a todas las personas, sin distinción de raza, edad, clase social, cultural o económica, a conocer… y amar al Dios verdadero Jehová,… a través de la lectura de sus páginas.