Yucatán

Luchando contra el miedo, la tristeza, la ansiedad, el enojo…

Ariel Juárez García

“El paciente enfermo suele emplear a los familiares como chivos expiatorios, desfogando en ellos la irritación”, explica la revista sudafricana TLC, éstos, a su vez, también se enojan: con los médicos, por no haber detectado antes el mal; con ellos mismos, por haber transmitido un defecto genético; con el enfermo, por no haberse cuidado; con Satanás, por haberles causado el sufrimiento, o hasta con Dios, por creerlo responsable de la dolencia. Otra reacción común es la culpa. “Casi todos los familiares cercanos, se sienten culpables.

“A la hora del diagnóstico en un paciente enfermo, muchas familias reaccionan con aturdimiento, incredulidad y negación de la realidad –señala una investigadora–. Les resulta insoportable.” En efecto, constituye un duro golpe enterarse de que un ser querido padece un mal gravemente peligroso o debilitante. A los familiares quizás les parezca que se han desvanecido sus sueños y esperanzas, dejándolos con un futuro inseguro y con un intenso sentimiento de pérdida y tristeza.

No es raro que los familiares vivan en un torbellino de emociones cuando tienen a un paciente gravemente enfermo. Ese caos de emociones puede provocar miedo, tristeza, ansiedad, enojo y temor a lo desconocido, a la enfermedad, al tratamiento, al dolor y a la muerte. A mayor o menor grado, este torbellino emocional suele desencadenar en depresión. “Probablemente sea esta la reacción más habitual de todas –señala una investigadora–. Tengo un archivo repleto de cartas que así lo demuestran.”

Aunque las emociones que se presentan varían mucho de unos enfermos a otros, tanto los afectados como los especialistas señalan que hay varias de ellas que son comunes a todos. Tras la conmoción e incredulidad iniciales pudiera venir la etapa de negación: “No es posible”. “Tiene que haber algún error”. “A lo mejor han confundido las muestras.”… “Tuve ganas de esconder la cabeza bajo las sábanas, con la esperanza de que, cuando la sacara, hubiese pasado todo”, explicó una señora cómo reaccionó al saber que padecía una grave enfermedad.

Al aceptar la realidad, la etapa de negación de los hechos cede su lugar a la sensación de infelicidad que, cual si fuera una nube amenazadora, ahora se derrama como una tormenta sobre el enfermo. A menudo le inquietan preguntas como: “¿Cuánto me quedará de vida?” y “¿Tendré que pasarme el resto de mis años sufriendo?”. Quizás el paciente llegue a desear un imposible: que retroceda el tiempo hasta la etapa anterior al diagnóstico… Sin embargo, como a veces sucede, al paso de los días el enfermo se sume en un torbellino de emociones dolorosas.

Cuando se presentan males graves, éstos conllevan un buen grado de incertidumbre y ansiedad. “Mi situación es impredecible, por lo que a veces me invade la frustración, Todos los días tengo que esperar a ver cómo marchan las cosas”, señala un afectado de Parkinson.

La enfermedad también genera mucho temor. Si ésta se presenta de improviso, el miedo puede ser angustioso. Ahora bien, si se diagnostica tras años de batallar con síntomas malinterpretados, el temor tal vez surja poco a poco. Al principio, el paciente hasta pudiera sentir alivio al ver que, al fin, la gente aceptará que su mal no es imaginario, sino muy real. Pero tras un aparente alivio inicial, es probable que comprenda, asustado, las implicaciones que pudieran surgir tras el nuevo diagnóstico.

Tal vez le inquiete la posibilidad de perder el control de su vida. Sobre todo si disfruta de autosuficiencia o una relativa independencia, pudiera incomodarle la idea de depender cada vez más de otras personas, y quizás le preocupe que la enfermedad domine su vida y limite sus acciones de manera permanente.

Al tener la sensación de que va perdiendo el control de su vida posiblemente se llene de ira el que está enfermo. No es raro que se pregunte: “¿Por qué me ha pasado a mí? ¿Qué he hecho yo para merecerlo?”. “La situación me parece injusta y absurda”… No sólo eso,… también pudiera dominarle la vergüenza y la desesperación. Por ejemplo, un hombre que quedó paralítico, con discapacidad permanente, comentó al respecto: “Me avergonzaba que todo hubiese sido por culpa de un estúpido accidente que yo mismo provoqué”.

Incluso, se corre el peligro de caer en el aislamiento físico y luego la separación social. Si la enfermedad le obliga a permanecer en casa, quizás no pueda relacionarse mucho con los viejos amigos, aunque anhele más que nunca el calor humano. Es probable que tras recibir un duro golpe, luego otro, y otro más, reciba cada vez menos visitas y pocas llamadas por teléfono.

Dado que el distanciamiento de los amigos es doloroso, éste puede provocar que el paciente enfermo se aísle más cada día, encerrándose en sí mismo. Es comprensible que una persona que esté enfrentando esta situación, necesite tiempo antes de reanudar las relaciones amistosas. Pero si en esta etapa de aislamiento gradual se aparta aún más del mundo que le rodea, pasará del aislamiento social (nadie va a verlo) al emocional (él no quiere ver a nadie). Sea como fuere, seguramente quien esté enfrentando una situación así, se siente muy solo. A veces, a causa de su caída emocional, hasta se pregunte si logrará aguantar el dolor y el sufrimiento un día más.

Las emociones siembran el caos y llegan a ejercer una enorme influencia en la manera de pensar y actuar de cada persona, al grado de convertirse en motor de la conducta, sea buena o mala, y de llegar incluso a abrumar demasiado. “Algunas veces creo que no estoy a la altura de las circunstancias. Por lo general, me parece que me quedo corto, y en ocasiones me echo a llorar, o me enojo tanto que me desquito con quienes están a mi lado. Me cuesta una barbaridad controlar lo que siento. Mis emociones se desbordan y no puedo controlarlas”, afirma Daniel, un joven de 24 años.

Cuando se hace presente la percepción de algún posible daño o de cierto peligro, tanto de carácter físico como psicológico, si cree uno que no cuenta con los recursos o los medios necesarios para afrontar una amenaza, la situación que está enfrentando quizás empiece a producirle miedo.

El miedo y la ansiedad pueden desembocar en ataques de pánico, que son condiciones extremas de bloqueo acompañadas de falta de aire al respirar, temblores, mareos y taquicardias, así como sentimientos altamente catastrofistas y que pudieran causar la pérdida total del control de la situación. Esto es especialmente cierto cuando se siente una emoción negativa con demasiada frecuencia, demasiada intensidad o cuando se enfrenta durante mucho tiempo.

Sin embargo, es imposible evitar las emociones negativas que producen una terrible sensación desagradable o un sentimiento negativo. En esencia, sería ventajoso –según los expertos– dominar los pensamientos y no seguir dándole vueltas a cualquier cuestión o problema que deprima o agrave esa sensación de inseguridad. La recomendación de diversos especialistas es centrarse sólo en las cosas que sean de seria consideración y justas, adoptando ideas positivas y dejando de lado las negativas. No es fácil, pero, no obstante, con empeño es posible.

Si alguien piensa o cree que pueden eliminarse por completo las emociones negativas y que espera conseguir ahora una felicidad perfecta, quedará frustrado y decepcionado. Por el momento la felicidad es sólo relativa e incompleta. No obstante, aunque uno tenga un grado limitado de felicidad es mucho mejor que encontrarse confinado en una vida llena de persistentes, extenuantes y dañinas emociones negativas.

Por ahora, cada quien será más feliz, en lo posible, si acepta las limitaciones que a todos ha impuesto la imperfección humana. En lugar de irse a extremos buscando una salud mental perfecta, ni permitir el que continuamente se vea afectado por emociones como el miedo, la tristeza, la ansiedad, el enojo y… muchas otras más de las emociones complejas que perturban y hacen daño,… uno puede estar o sentirse libre para seguir tras otras metas de la vida. Si uno tiene el hábito de pensar de manera negativa, para superarlo necesitará la misma determinación que necesita una persona que se pone rigurosamente a dieta o que decide, con suficiente valor, dejar de fumar.

Todo es cuestión de no desistir, ni optar por seguir deprimido ante un caos de emociones, porque resulte cómodo o más fácil. La recomendación es: no dejar de luchar contra los pensamientos negativos, aunque tarde muchos meses en vencerlos y reincida de vez en cuando. ¿Significa esto que nunca podrán superarse las emociones negativas? En absoluto. Es necesario pensar de manera realista que este estado, ocasionado por la imperfección, continuará durante algún tiempo. No hay que rendirse.