Campeche

Javier Dzul y su espectáculo 'El último Rey Maya”

Víctor Salas

Después de una maratónica semana de actividades dedicadas a la danza contemporánea, el organizador, Javier Dzul y su compañía, tuvieron bajo su responsabilidad el cierre de actividades, presentando el espectáculo que da título a la presente nota.

Solo un artista con la calidad y cualidad de Javier Dzul nos puede llevar de la selva al cielo y a la tierra, en un mismo tiempo y especio, es decir, en la ciudad de Campeche y su teatro emblemático, el Francisco de Paula y Toro.

Se dice que el coreógrafo campechano radicado, desde hace mucho tiempo, en New York, vivió en Edzná, en las profundidades de la selva maya. Creció rodeado de toda la fauna del sitio, a la que observó y de la cual extractó lo que hoy es su sello distintivo en el movimiento corporal, sus ondulaciones, desplazamientos, port de bras, dinámica, rítmica y expresividad. En otras palabras, todo lo que narra coreográficamente lo carga en el cuerpo, en su página de vida y es su heredad más preciada.

El último Rey Maya es una serie de cuadros alegóricos que en su conjunto, nos describen la evolución de un ente, que desde las alturas del viento percibe y aprende un universo vegetal y constelado. Esa escena sucede en unas telas, implemento que es utilizado con enorme virtuosismo y sabiduría. La imagen que proyecta la pareja que desde la nocturnidad gira y baila es la de un tótem en movimiento aéreo, desde el cual se acceso a las profundidades de la noche galáctica.

Lo altamente calificado de ese trabajo es la destreza y lo imperceptible del cambio de lugar de la tela para ir por distintos rumbos de ella.

De manera pausada se van integrando a la escena distintos personajes, hasta lograr proyectar una imagen de la totalidad de los bailarines de la Dzul dance Company.

Los artistas que integran esa compañía son en total diez, cinco mujeres y cinco hombres. Todos ellos, con gran presencia escénica, enorme técnica y con un dominio estilístico excepcional. Todo ello hace que los actos acrobáticos dejen de serlo y adquieran la categoría de trabajo narrativo en el contexto de una obra que manifiesta reminiscencias ancestrales y testimonios actuales, vigentes, cotidianos y cosmopolitas.

Los sonidos de la selva nocturna sirven de mecanismo de unión en la temporalidad coreográfica y dan la pauta para la modificación musical, que es también excepcional por su utilidad y sensorialidad. Desde esa perspectiva vamos uniendo los elementos constitutivos de la pieza coreográfica y van surgiendo trabajos de mucha calidad en sus distintas vertientes, a la cual habría que agregar la iluminación y el trabajo de la maquinaria para las telas, el aro y los cintos.

Desde el punto de vista de los trazos corporales, no hay un lenguaje radicalmente novedoso, porque para escribir una pieza buena no es necesario el hallazgo o la exploración. Eso lo saben muy bien los escritores como Mario Vargas Llosa, quien recomienda usar en la literatura, las palabras de uso común, las del diario, para poder identificarse con los múltiples círculos de espectadores que componen una sociedad. Sin embargo, dentro de esa unidad surge un estilo que es de Javier, reconocible en los hombres, brazos, manos y los dedos. Y la suavidad felina, del tigre o la serpiente.

Los soliloquios de Javier Dzul son francamente espectaculares, en ellos destacan el manejo del torso donde cada músculo, desde los pélvicos hasta los braquiales tiene capacidad expresiva, hablan por sí mismos. Los brazos de Javier tienen una movilidad maravillosa, excepcional, comparable solamente con los de otra figura excepcional del ballet universal, Maya Plisetskaya, famosa por su port de bras, en los papeles como La Muerte del Cisne y el Lago de los Cisnes. De ese tamaño, es el trabajo de este artista mexicano que ha logrado aglutinar una compañía propia en la gran ciudad de New York, lo cual es decir mucho.

Javier Dzul, es un gran triunfador dancístico que nos pertenece, como peninsular y maya. Yo, tomo el pedazo de orgullo que nos toca.