Los procesos de formación conjunta del Estado y del capital en la zona, desde principios del siglo XIX a la actualidad, también han sido procesos de formación y subordinaciones entre grupos y clases sociales, planteó el historiador Ubaldo Dzib Can en la presentación del libro “Colonización y Colonialidad en una selva de frontera. La cuenca campechana del río Candelaria. (Siglos XIX y XX)” de Rosas Torres Conangla.
En cambio la también historiadora Teresa Ramayo Lanz al centrarse en el chicle consideró que “el devenir histórico de la explotación de los recursos naturales, que apenas he esbozado esta noche, dejó una huella imborrable social, económica y culturalmente hablando en la región”.
Dzib Can, doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de Michoacán e investigador del Centro de Investigaciones Históricas y Sociales de la Universidad Autónoma de Campeche expuso que la obra explora la reconstrucción histórica de una de las regiones menos trabajadas y conocidas, marginal incluso para la historia regional de la entidad y la península.
Ya que la historiografía predominante se ha concentrado en los principales asentamientos urbanos, sedes de las élites y de los poderes políticos peninsulares, así como en la dinámica histórica maya.
Por lo que la historia del sur selvático de la Península y de la entidad, largamente imaginado como vacío, ha sido soslayado y oscurecido por la mayor relevancia social de las únicas regiones donde se había concentrado, desde la colonia, la dinámica poblacional y económica políticamente reguladas: en Campeche el norte indígena y los asentamientos mestizos coloniales a lo largo del litoral.
Señaló que la autora sugiere que debemos empezar a comprender nuestra diversidad histórica y que la fotografía de la entidad no estará completa si no documentamos los procesos económicos, poblacionales e “identitarios” que han definido los perfiles singulares histórico-culturales del sur.
Desglosó que el libro se divide en tres grandes apartados estrechamente interrelacionados en: en el primero se estudia el proceso de colonización la cuenca de Candelaria a través de la confluencia de las políticas de construcción y regulación del territorio nacional, con los intereses económicos de la explotación de recursos forestales por parte de las oligarquías carmelitas terratenientes.
En la segunda, añadió, “se analizan las ideologías con mayor influencia en la formulación de las políticas oficiales de colonización: por un lado, los prejuicios, tanto de las élites nacionales como de los locales, sobre la superioridad racial blanca y el impulso preferente de la inmigración europea y, por otro, los sueños de las élites políticas nacionales de integración de Península de Yucatán de la frontera sur al territorio nacional y a la comunidad nacional imaginada”.
El tercer apartado explicó que se “explora el papel que jugaron los colonos invisibilidades, indeseados e ignorados por las políticas oficiales de colonización, pero que sostuvieron con su fuerza de trabajo forzado el sistema económico inmoral a través del cual las selvas del sur fueron integradas a la regulación del estado y al mercado mundial”.
Al referirse al primer punto se refiere a las haciendas siendo la primera de esas figuras la Candelaria, “fundada en 1815, que le daría el nombre al río antes llamado Pakaytún y al asentamiento de población más importante en la zona, que en 1998 sería la cabecera del municipio del mismo nombre”. La hacienda estuvo asociada a los nombres de Juan de Dios Mucel Yañez, y posteriormente de Enrique Pawling.
La segunda hacienda en importancia fue Buenavista propiedad de Marcelo Mucel Bastos; de Juan Repetto Simonet, después y finalmente de Ana Nievez de Repetto, nuera de este último e hija de Victoriano Niévez, una de las mayores fortunas de la isla del Carmen en la segunda mitad del siglo XIX. Y la tercera fue el rancho San Pedro, inicialmente también de Juan Repetto y posteriormente de su nueva Ana Niévez. Manifestó que el agotamiento de los tintales en la zona de Candelaria, el colapso de su demanda en Europa y el incentivo del pago en efectivo por parte de las trasnacionales norteamericanas, también favoreció que los terratenientes carmelitas vendieran sus propiedades a estas empresas extranjeras.
Por lo que añadió que por estas dos vías (a través de deslindadora y de la compra directa a particulares), así como las facilidades del gobierno de Porfirio Díaz, las trasnacionales se hicieron de inconmensurables extensiones de suelo que vinieron a modificar la estructura de la propiedad de la tierra en Campeche, de unidades territoriales de 2,000 y hasta 3,000 hectáreas en promedio, con muy pocas mayores de 50,000, se pasó en este periodo de explotación chiclera a propiedades extranjeras superiores a las 100 mil y hasta 250 mil hectáreas.
Y subrayó que “irónicamente, la construcción del territorio nacional regulado en la frontera sur del país se apoyó en la formación de la propiedad privada latifundista de compañías extranjeras”.
Del segundo apartado expresó que “la idea de la superioridad racial, cultural y económica blanca que planteaba como imprescindible atraer a inmigrantes anglosajones y europeos a los espacios considerados vacíos para colonizarlos, modernizarlos y encauzarlos por la vía del desarrollo económico e industrial alcanzado tanto en Europa como Estados Unidos”.
Aunque señaló que “la atracción masiva de estos inmigrantes no tuvo buenos resultados dada las condiciones extremas de explotación en los campos campechanos, la oligarquía regional carmelita tradujo esta ideología y la puso en práctica a través de lo que la autora ha llamado su proceso de “blanqueamiento” a partir de la llegada por goteo, individual, de inmigrantes varones anglos y europeos que encontraron facilidades para insertarse y ascender en la alta sociedad carmelita”.
Y que pese a que llegaban sin muchos recursos económicos, el capital cultural, “es decir, el ascendiente que traían como inmigrantes originarios de países modernos e industrializados, les abrían las puertas a través de alianzas matrimoniales que les permitían a las familias de la élite –desde sus valores- refinar sus apellidos europeizándolos.
Entre estas familias detalló que están los Mucel, de origen canario; Henry Pawling, neoyorkino; Tomas Voyce, de Liverpool; o Juan Repetto Simonet de Génova, ilustran esa ideología y práctica de blanqueamiento de una élite carmelita que era descendiente de colonizadores del Viejo Mundo, como los Ynurreta, de origen vasco; los Badía y los Pallás, canarios y los Totosaus, catalanes.
Además afirma que según la autora, los sueños de integración territorial pudieron alcanzarse a partir de una alianza entre el centro político nacional y la oligarquía terrateniente de Carmen, que aspiraba a su independencia de Campeche a través de su creación como territorio federal, que incluiría la isla y la más rica región forestal de la Península ubicada en los fértiles suelos irrigados por el río Candelaria.
Y significó que el Centro sólo usó esta aspiración carmelita y la riqueza forestal de la zona para darle viabilidad a la creación de Campeche como entidad federativa separada de Yucatán.
Ya que con la fractura de la Península en dos estados, y posteriormente en tres, los grupos nacionales de poder debilitaron a las élites yucatecas y aseguraron que la anteriormente fuerte Península de Yucatán se mantuviera como parte del territorio nacional.
En el tercer rubro apuntó que el estado intervencionista surgido de la revolución, más nacionalista que la dictadura liberal de Díaz, desarticuló poco a poco propiedades latifundistas de extranjeros, y en la cuenca del Candelaria surgieron algunos poblados en los antiguos campamentos chicleros, madereros o ferrocarrileros, que solicitaron la dotación de ejidos.
Ejemplificó que así ocurrió con la propia Candelaria que se fundó por el campamento chiclero y luego por la estación ferrocarrilera de San Enrique en 1945. Aunque la mayoría de los viejos asentamientos locales, con escasa población por la dinámica trashumante de la explotación chiclera o de la agricultura de tumba, roza y quema, tuvieron dificultades para solicitar y constituir sus ejidos, incluso en las propias posesiones, muchas veces sin títulos reconocidos legalmente, y por tanto, consideradas nacionales.
Aunque en el reparto agrario y la creación de asentamientos de población, los recursos del estado favorecieron a la población traída del norte y centro occidente del país, bajo el programa de colonización agraria.
Destacó que esta forma de intervención del estado que favorece a algunos actores sociales en perjuicio de otros no solo provocó divisiones políticas e “identitarias”, sino también ideológicas a lo que la autora llama la lucha por la “memoria de la colonización”.
Recordó que en 2013 y 2014 los gobiernos de Campeche y Coahuila realizaron actos oficiales en la cabecera del municipio de Candelaria en donde se reconoció el protagonismo en el poblamiento y fundación del municipio y de la propia cabecera, de los colonos que fueron traslados en 1960. “Con ello el Estado suprimió el papel, en estos mismos procesos, de la población chiclera, maderera y ferrocarrilera anterior, quienes reclaman ser los verdaderos fundadores de Candelaria”, finalizó.
En cambio Ramayo Lanz doctora en Historia y colaboradora en la Biblioteca de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Campeche aseguró el libro es una historia de la explotación de los recursos naturales de la región de los ríos de esos que impactan en ámbitos, en apariencia ajenos y distantes en tiempo y espacio.
(Wilbert Casanova Villamonte)