LA JOYA, Champotón, Campeche.- Como la “Puerta de Alcalá”, viendo pasar el tiempo, así está La Joya, comunidad que no refleja por ningún lado la prosperidad económica que genera el ingenio azucarero, propiedad de la empresa Impulsora Azucarera del Trópico.
Pese a que aquí se localiza uno de las negocios más sólidos en la Entidad, en La Joya sus poco menos de mil habitantes se han acostumbrado a vivir con carencias, y entre los olores que emanan de la factoría.
En la década de los ochentas se registró un segundo éxodo de La Joya, cuyo destino principal fue el fraccionamiento Infonavit “Moch Cohuo” en la ciudad de Champotón, previamente hubo “joyeros” que cambiaron su residencia a Ciudad del Sol, comunidad localizada a escasos 3 kilómetros y medio.
Para la gran mayoría de las familias la necesidad de dar mayores oportunidades a sus hijos fue determinante para abandonar La Joya, un lugar donde hay bonanza económica, pero que no se observa por ningún lado.
De las calles de pavimento no queda absolutamente nada, la arteria principal es un camino de terracería con piedras puntiagudas, donde obligatoriamente se circula a vuelta de rueda; algunas de las vialidades secundarias son hoy sólo veredas invadidas por la maleza.
Cada una de las 22 manzanas que forman el “núcleo de población”, que de urbano no tiene nada, se asemeja a una dentadura “chimuela”, y el vecino que no tiene a lado un predio baldío, tiene una casa abandonada.
La mayoría de los actuales habitantes son parte de la tercera y cuarta generación de quienes en los años 50 creyeron en el “oro dulce” del “Midas Peninsular”, Cabalán Macari Tayún, de origen libanés, a quien se le atribuye haber convertido una operación marginal, como el corte de la caña de azúcar, en una actividad industrial altamente productiva.
José Yam Calán, habitante de este lugar, sostiene que el caso de La Joya es único en su tipo.
Marginados del Gobierno
“Millones de pesos salen cada año en forma de azúcar en sacos y el pueblo durante la zafra tiene más vida que cualquier comunidad del Estado, pero nada se queda ahí”, se lamenta.
Refiere que el atraso de su comunidad es de unos 30 años, y se avizora difícil que se revierta esta situación, pues la mejoría de los servicios básicos no es, ni ha sido, ni será una prioridad para el Gobierno, ni para los propietarios del Ingenio.
Para Yam Calan las necesidades más apremiantes son calles pavimentadas, una nueva red de alumbrado público que sustituya a la actual que está obsoleta, ampliación de la red de agua potable, un área infantil y más espacios deportivos.
En La Joya, las puertas se “trancan” por las noches a partir de las 19:00 horas. Las calles se convierten en largos abismos donde las únicas luces parecen luciérnagas que se aferran a la parte superior de endebles postes de madera, separados unos de otros por cientos de metros.
Es este pueblo no pasa nada y a veces pasa todo, sus habitantes rara vez se arriesgan al inclemente sol, a los olores que a veces resultan empalagosos e insoportables al olfato y nadie quiere exponerse a las nubes de polvo que cobran vida con el mínimo viento.
Fuertes contrastes
En las entrañas de la Joya, una montaña de fierros engulle cada zafra miles de toneladas de caña y las convierte en “oro dulce”.
Cada vez que endulce un café, el azúcar podría ser de “La Joya”, un ingenio cuya riqueza es radicalmente opuesta a la pobreza de una comunidad cuyas aspiraciones de progreso se detuvieron en el tiempo.
(Texto y fotos: Alejandro Landeros)