
En el corazón de las tradiciones del Día de Muertos, los altares no solo son un homenaje visual: son un puente espiritual entre los vivos y los difuntos. En Campeche y otras regiones de la península de Yucatán, los colores de las velas colocadas en los altares tienen un significado profundo, transmitido por generaciones como parte del respeto y amor hacia quienes ya partieron.
Las velas blancas se colocan para los adultos fallecidos, representando la pureza, la paz y el descanso eterno. Son acompañadas de flores de cempasúchil y copal, para guiar el alma en su regreso al mundo terrenal.
Las velas de colores, como las rosas, azules o amarillas, se destinan a los niños difuntos, evocando la alegría, la inocencia y el juego. Se colocan junto a dulces, juguetes y papel picado, como símbolo de bienvenida a las almas pequeñas que visitan el altar.
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Pero en Campeche, existe una práctica especialmente conmovedora: colocar velas color café para las ánimas solitas, aquellas que nadie recuerda, que no tienen ofrenda ni familia que las espere. Estas velas representan un acto de compasión comunitaria, una forma de decir “no estás solo” a los espíritus olvidados. En algunos pueblos, se les acompaña con pan, agua y flores silvestres, como gesto de inclusión espiritual.
Este simbolismo regional se suma al sincretismo que caracteriza el Día de Muertos, donde las creencias mayas se entrelazan con la tradición católica, dando lugar a rituales únicos como el Choo Ba’ak en Pomuch, o los altares familiares que se levantan desde finales de octubre.
Expertos en cultura tradicional advierten que, aunque las ofrendas modernas tienden a simplificarse, es importante preservar el significado original de cada elemento, especialmente las velas, que son consideradas guías de luz para las almas en tránsito.