Ivi May Dzib
Ficciones de un escribidor
VI y última
ELLA: En algún momento le excitó lo que le contaba, estaba satisfecho con la idea de que traten a las mujeres así, pero uno deja de tener satisfacción cuando es capaz de ver el dolor que produce ser tratada así, usted no se la pasó nada mal. Aunque solo le mostré una parte mínima, ya ve, no la ha matado aún.
EL: ¿Por qué me llevaste a ver eso?
ELLA: Mi madre dijo que usted me ayudaría a tomar una decisión importante, así que estoy siguiendo la última voluntad de mi madre.
EL: ¿Qué pasó con tu madre? A pesar de que me la describes, no logro acordarme de ella.
ELLA: Murió, mejor dicho, la mataron.
EL: ¿Su marido?
ELLA: No. Yo.
EL: …
ELLA: Sé el silencio que eso produce, lo sé.
ÉL: …
ELLA: Nadie lo sabe, ni se les pasaría por la cabeza que yo lo hice.
EL: Mereces lo que te pasó.
ELLA: No puedes decir eso con tanta seguridad, ese es el problema contigo, antepones muchas cosas, empezando con tus prejuicios. Estoy convencida de que no merezco esto y que se pudo hacer algo para evitarlo. Estoy segura.
EL: No tienes idea lo que significa eso que hiciste.
ELLA: ¿Eso? ¿Así y ya? Eso.
EL: Una madre es…
ELLA: No tienes idea de cómo puede ser una madre, de seguro porque tuviste una que te trató bien, aunque te escondió muchas cosas, sino no estarías con esa cruz cargando en tu espalda.
EL: ¿Qué cruz?
ELLA: Tu educación, tus miedos. Mi madre hizo cosas que no te puedo contar, no entenderías la naturaleza de sus actos o igual y lo entenderías mal y ahí sí no podría hacer nada. Solo te quiero decir una cosa, lo que viste es. Viste pasar frente a tu rostro todo lo que te dije que mi marido hizo conmigo ¿te gustó? Todas esas preguntas que me hacías, ¿De niña también te golpeaban? ¿Y ahora por qué te resistes? ¿Y cómo tomaste eso?, esas preguntas dizque para tratar de entenderme, tratar, porque nunca fue tu intención hacerlo; todas esas preguntas te fueron respondidas gracias a un cuerpo, el cuerpo de esa mujer ¿cómo reaccionaba? ¿Te acuerdas? ¿Ya se te paró? Tu viste lo que se puede vivir en un día si él no está de malas, yo viví eso todas las noches, estando él de buenas y de malas. Así que después de tener este último testimonio, quiero que me diga, padre, cuál es la penitencia. Quiero saber que merezco la absolución.
EL: Si por mí fuera te diría que lo mates, pero no es la ley de los hombres la que tiene que predominar, sino la de Dios, porque sino seríamos todos unos bárbaros.
ELLA: Los primeros bárbaros fueron los dioses, se comían a sus hijos.
EL: Dios no haría una cosa como esa.
ELLA: ¿Lo ve? No tiene ni puta idea de quién es Dios, usted solo cree por creer padre, porque lo obligaron, lo que hicieron conmigo se lo hicieron a usted, lo obligaron a creer.
EL: ¿Qué quieres hacer tú?
ELLA: Haré lo que usted diga, padre.
EL: ¿Por qué me haces esto?
ELLA: “Si somos arrastrados a Cristo, creemos sin querer; se usa entonces la violencia, no la libertad”.
EL: Podemos mal interpretar a San Agustín.
ELLA: ¿Entonces, padre? ¿Qué hago?
EL: “Si somos arrastrados a Cristo, creemos sin querer; se usa entonces la violencia, no la libertad”.
ELLA: Hágalo por mi madre. Necesito su bendición.
EL: ¿Existe tu madre?
ELLA: Usted sabe que todo está mal. Lo sabe. ¿Me deja matarlo?
EL: Yo no puedo disponer de una vida, no soy un Dios.
ELLA: No, usted es un hombre.
Breve oscuro, cuando la luz se enciende alcanzamos a ver una habitación de una casa muy pobre. Él está sobre la cama, en la cara se puede apreciar el registro de que todo lo tomó por sorpresa, no se puede esconder el gesto cuando cae sobre ti el asombro, aunque estés muerto son esas cosas que no se esconden. Ella deambula por el lugar y en susurros canta algo mientras se aparta del cuerpo ensangrentado, sale del lugar cerrando tras de sí la puerta.