Pilar Faller Menéndez
Manuel Acuña Narro nació en Saltillo, Coahuila, el 27 de agosto de 1849. Sus primeros estudios los hizo en el Colegio Josefino, de Saltillo. A los dieciséis años, se muda a la Ciudad de México y estudia en el Colegio de San Idelfonso Latín, Francés y Filosofía. En 1868 se inscribe en la Escuela de Medicina, donde fue un estudiante distinguido pero inconstante.
Su afición a las letras lo lleva en 1869 a la enseñanza de las artes y las ciencias y comienza a enviar colaboraciones a los diarios y revistas mexicanas, así como a colaborar en publicaciones periódicas entre 1869 y 1873, como El Renacimiento, El libre Pensador, El Federalista, El Domingo, El Búcaro y El Eco de Ambos Mundos.
En su poema Hojas secas, puede notarse la influencia de Gustavo Adolfo Bécquer, perteneciente a la corriente del romanticismo tardío español y en su poema Ante un cadáver, muestra su angustia del materialismo que se cuestiona la existencia de Dios, así como el destino del hombre y el sentido de su vida, ya que vive el amor y el desamor, por lo cual va adoptando un tono de protesta existencial y revolucionaria que se ven reflejados en sus poemas humorísticos y de burla.
Perteneció al Liceo de Hidalgo, al igual de quien fuera su amigo el poeta Juan de Dios Peza, y con Agustín F. Cuenca, fundan la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl, la cual se inspiraba en las ideas nacionalistas de Ignacio Manuel Altamirano, quien fuera escritor, educador y diplomático, con el fin de que las letras mexicanas fueran una fiel expresión de la patria, así como elemento activo para la integración cultural.
Acuña pudo ver en los escenarios su obra dramática El pasado, el 9 de mayo de 1872, obra en la cual cuenta la historia de una prostituta que se regenera, pero que la sociedad y las intrigas le impiden disfrutar su felicidad de haberse casado con un pintor, lo que hace que regrese a la miseria y prostitución. El autor recibió una gran ovación, después de la presentación de la única obra dramática que se le conoce, ya que escribió también Donde las dan las toman, la cual se perdió. Acuña es violentamente romántico. Lo que puede apreciarse en sus escritos, así como su personalidad balbuceante, que, desgraciadamente, por voluntad propia no tiene tiempo para llegar a su madurez.
Vive un apasionado amor no correspondido por Rosario de la Peña y Llerena, a quien elige como su musa inspiradora de todos sus escritos y sueños, a la cual le dedica la más destacada y conocida de sus obras: Nocturno a Rosario. Ella despertó por igual la desesperada pasión de Acuña, el deseo de Flores, la senil adoración de Ramírez y el cariño devoto de Martí. A pesar de su ingenuidad romántica, Rosario se convierte en la musa de las letras mexicanas, lo que en un momento llevó a pensar que Acuña tenía un porvenir literario, pero su sufrimiento moral era tal, que solamente se dedicaba a escribir obras dramáticas. Este infeliz enamorado sabe que los héroes románticos como Lord Byron o Mariano José de la Larra, suelen morir jóvenes.
Envuelto en su romanticismo, Manuel Acuña no ambiciona la gloria literaria que sus primeros escritos pueden lograr. Se niega a vivir una vida privado del amor de su musa, motivo por el cual ingiere una dosis de cianuro y potasio, y es hallado muerto junto al poema, el 6 de diciembre de 1873, a la corta edad de 24 años. Fue sepultado en la Rotonda de los Coahuilenses Ilustres. Los pocos poemas de Acuña durante muchos años estuvieron en las páginas amarillas de los periódicos y revistas, hasta que finalmente encontraron un silencioso olvido en las hemerotecas.
Tanto psicólogos como sociólogos y escritores, siguen analizando el poema, así como el misterioso suicidio de Manuel Acuña, quien solamente él conocía lo que hacía en ese momento. Nocturno a Rosario es una muestra de su creación como poeta.
Nocturno a Rosario
I
¡Pues Bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.
II
Yo quiero que tú sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.
III
De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma aparecer.
IV
Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.