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Cultura

El backround de la historia

Conrado Roche Reyes

No hay historia sin los historiadores es un aforismo que siempre vuelve por sus fueros, circula por entresijos teóricos y emerge para burlarse de los contemporáneos afianzados. Cada época descubre alguna vez su estenografía y se le revelan sus mamparas, bambalinas a la luz constante del tiempo. Vetas opacas de microhistoria en la gran historia, relatos afónicos, paneles ilustrados con trama propia, espacios de doble fondo, nos indican otras crónicas posibles. En algunos casos, arrasan con las explicaciones en turno. Una circunstancia paradigmática de estas revelaciones es el filme La ciudad sin judíos, cuando Hitler estaba preso en Munich y el nazismo era incipiente y poco temible. Es una de las primeras narraciones contra el antisemitismo, que lo ilustraba en el balbuceante género de las utopías, mucho antes que Aldous Huxley. Describía una ciudad que expulsaba a sus judíos por la expansión irracional del prejuicio. Como parte de su desenlace, los judíos son invitados a retornar porque los ciudadanos originales advierten que la economía, la cultura, la vida social se ha empobrecido sin ellos. Es uno de los primeros alegatos de la tolerancia y el primer documento visual sobre el drama semita, cuando este no presagiaba su monstruoso destino. Aquel “huevo de la serpiente”, como lo llamó Bergman en un filme, solamente era indicado entonces por algunos extraños relatos de Kafka, o en el tortuoso expresionismo, pero cuando La ciudad sin judíos fue estrenada no contaba más que el testimonio del proceso Dreyfus. No obstante, el valiente filme ilustraba aquella sociedad con los contenidos que luego pasarían a su denso inconsciente social y al argumento ideológico. No casualmente la película se perdió en 1930, y hace poco fueron encontrados algunos rollos incompletos en 1991. Se halló la versión íntegra en un mercadito de París y se restauró para presentarla cien años después de su estreno. Pocos países deben tanto a sus judíos como Austria y siempre reconoce esa deuda en sus orgullos como Freud o Krauss, pero pocos han negado tan firmemente su devota complicidad con el nazismo. Mueve esa paradoja una pasión que esta película nos muestra con enceguecedora inocencia, algo que obliga a repensar, en el tiempo como en el espacio, la distancia se relaciona también con la masa, la masa de pasiones oscuras que gravitan incesantes en una sociedad.

Tampoco Donald Trump salió de la nada, una población largamente plasmada en una barbarie normalizada incorporó en la política la violencia simbólica que ya practicaba en muchas regiones y leyendas, gritando frases tipo “Recuerden El Álamo”. La invención del cowboy más rápido para el duelo en la calle central del pueblo, la caballería y los indios son ensueños que nutrieron el alma mucho más alla del cine. Las difusión de armas y el prestigioso peligro que la acompaña tiene larga historia. La desocupación y escasez atribuido a los logros ajenos también. Solo un paso va desde el impulso al desastre, y el gesto no puede ser reversible.

Las historias nacionales equivalen a las biografías, tienen una dosis similar de imaginación y encubrimiento, y no casualmente nacieron casi con el filme. Hoy sorprende saber que el potente sentimiento de Neruda no le impidió abandonar a una hija con macrocefalia, o el amplio Arthur Millar un hijo con síndrome de Down, o que Thomas Jefferson, el gran demócrata, no concedió la libertad a los hijos que tuvo con una esclava negra. Aunque no sean clave mayor, estos hechos silenciados indican una historia más densa, con paneles desconocidos.

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