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Cultura

Amado Nervo

Desde mi más tierna edad, mi abuelita Uxa me declamaba versos de Amado Nervo y Rubén Darío, entre otros poetas modernistas y parnasianos.

Deslumbraba mi imaginación con la historia del adiós al poeta, ya que al morir no se encontraba en nuestro país, sino como embajador en Valparaíso, Uruguay, así que lo trajeron en barco y en cada puerto desde Sudamérica hasta Veracruz se le rindió homenaje al gran bardo e intelectual mexicano, algo que no se había vuelto a repetir en ese tiempo.

Más tarde, cuando aprendí a leer, revisé sus libros y encontré una colección que habían publicado con todo la obra de Nervo y que venía ilustrada con grabados de Ruelas, colaborador de La Revista Moderna, que Nervo y Jesús Valenzuela habían seguido publicando después de que don Bernardo Couto publicara el primer número.

Tuvieron que pasar muchos años más para que se editara el facsimilar de La Revista Moderna y pudiera yo gozar a Nervo y el maravilloso material de la revista.

En marzo de 1903, Nervo publicó en las páginas de la revista, con el título de “Máscaras”, un texto sobre Ruelas:

“Desde que La Revista Moderna empezó a publicar las acuarelas, viñetas, cul-de-lamps y demás ilustraciones de Julio Ruelas, hubo en todos los círculos artísticos de América un movimiento de simpatía y de aplausos hacia el joven dibujante, que mostraba una inspiración, tan nueva, tan poderosa e imprevista. Este movimiento de simpatía se ha convertido en todas partes en una admiración sin reserva, a la cual ha seguido la convicción unánime de que Ruelas es el primer dibujante de la República y probablemente el más inspirado de América.”

Este año de 2019 se conmemora el primer centenario luctuoso de Nervo (José Amado Ruiz de Nervo Ordaz), y fue así como oyendo y leyendo de los homenajes que se le brindan, el que estos recuerdos regresaron a mi memoria, y con ellos el poema que más me impactó como niño, cuando lo leí:

Andrógino (1898)

Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste,

infernal arquetipo del hondo Erebo,

con tus neutros encantos, tu faz de efebo,

tus senos pectorales, y a mi viniste.

Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,

despertando en las almas el crimen nuevo,

ya con virilidades de dios mancebo,

ya con mustios halagos de mujer triste.

Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,

tenías las supremas aristocracias:

sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;

porque sabías mucho y amabas poco

y eras síntesis rara de un siglo loco

y floración malsana de un viejo mundo.

Fue años después que entendí como este poema de Nervo pintaba de manera muy clara la llamada Belle Époque y tenía un cierto perfume viejo, similar en su olor a algún momento de la extensa novela de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust; que el poema era propio del decadentismo imperante en la literatura de la época, que Nervo fluye indiferente y amoral bebiendo una copa de rubio champagne, mientras Cléo de Meróde desviste a alguna reina europea de su collar para lucirlo mientras danza en el escenario.

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