Ivi May Dzib
Me encontraba sentado afuera de las instalaciones de una importantísima universidad de humanidades, ese lugar donde los futuros pensadores de las problemáticas del mundo se forman y adquieren las herramientas necesarias para que la conciencia del mundo se torne bibliográfica, de más está decir que esperaba a una amiga quien acababa de ingresar a su doctorado y fue entonces que escuché esta curiosa conversación entre tres personas:
–Estamos seguros de que aún teniendo la atención su discurso es hueco y banal, en cualquier momento se descubrirá la farsa que ha montado al hablar de la problemática ambiental desde su privilegiado lugar en el mundo occidental. Porque a ella no le interesan las personas, ya que seguramente alguien detrás está moviendo los hilos y financiando su campaña megalómana disfrazada de un altruismo genuino, pero lo más odioso es que ella ha logrado captar la atención del mundo, mientras a nosotros, nosotros que hemos trabajado tanto seguimos siendo vistos como unos parásitos que no tienen nada mejor que hacer que salir a las calles a protestar, ya que la situación de los niños en el mundo está de la chingada. Y qué decir del calentamiento global, al que Trump ha minimizado como muchos otros, pero que esta niña considera su bandera.
–También es irritante pensar que a pesar que ella no ha sufrido lo mismo que nosotros, habla del sufrimiento como si le fuera familiar, pero es evidente que no ha sido golpeada, que no ha pasado hambre, incluso, me atrevo a decir que es querida por sus padres, mientras que nosotros fuimos los olvidados, aquellos a quienes nadie despertó con los besos de buenos días, los que no estábamos seguros si íbamos a comer mañana. Entonces cómo alguien desde su comodidad se atreve a hablar de hambre, de dolorosa infancia. Es una niña rica que se quiere hacer la mártir, y lo peor de todo es que le están siguiendo el juego.
–Una de las cosas que más preocupa en este siglo es la capacidad que se tiene de influenciar en el modo de vida de las demás personas, si un día haces algo que le pueda interesar al mundo, por más idiota que sea, no puedes bajar el ritmo, hay que ser reiterativo y repetitivo, porque de eso depende que puedas influir en los demás y entonces sentir que estás dejando huella en el mundo, porque ahora nadie busca la trascendencia, el éxito tiene que ser inmediato, no importa lo fugaz que sea. Y a veces lo más irritante es trabajar en demasía y no ser tomado en cuenta por esa horda de muchedumbre que dictamina quién se quedará con la fama. Hay días en el que uno cree sucumbir, ya que los resultados mediáticos no son como uno espera y mientras todo eso pasa, esa niña se queda con toda la atención del mundo.
Llega entonces un muchacho alto, con cara de desconcierto que los ve y sentencia:
“¿Entonces en qué quedamos? Ah, sí, prefiero extinguirme a ser representado por una blanca que no ha sufrido lo que yo y que sigue los intereses de los grandes capitales. Porque de lo que se trata es de ser la víctima portadora del mensaje que sea el foco de atención, no de intentar revertir el daño al planeta, ya que mi sufrimiento me ha costado como para no ser el protagonista del drama de salvar al mundo...”.
Al punto, los otros tres le mientan la madre y vociferan otros insultos que contrastan con la manera de hablar que anteriormente tenían, se retiran y el muchacho alto sólo alcanza a decir: “bola de idiotas”.
Yo sonrío y pienso que está siendo aburrido eso de esperar a mi amiga.
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