Epoca fantástica para la música rock. El Caribe mexicano, con la entonces floreciente explosión de centro internacional, la artificial creación de la ciudad de Cancún en el medio de la selva y las divinas playas vírgenes para convertirlas de golpe y porrazo en quizás el principal polo turístico de México y el más grande proveedor de divisas del país.
Esto trajo aparejado una enorme variedad de centros comerciales, bancarios, turísticos, hoteleros y de diversión nocturna. Fue por esto último que, como en la recién creada ciudad no había habitantes nacidos o que vivieran permanente allí, exceptuando a los constructores, albañiles y prestadores de servicios, así como los primeros comercios fuera de la zona hotelera, el 95 por ciento de sus primeros habitantes fueron yucatecos que se hicieron ricos en esos inicios. Sobre todo, Cancún carecía de músicos o artistas. Esto significó para los filarmónicos yucatecos una tabla de salvación, ya que en Mérida estaba el auge del llamado “Luz y Sonido” que desplazó dejando sin trabajo a muchos músicos. Varios de ellos emigraron al nuevo “El Dorado” musical. Todos encontraron trabajo en los diversos espacios y en diversos tipos de música.
A un buen amigo, en compañía de otros músicos quienes solamente tocaban rock and roll, les salió un contrato para actuar en un magnífico club nocturno, de los hoy llamados “antros”. Todos jóvenes y solteros, a excepción del líder, aquel susodicho guitarrista, un virtuoso de su instrumento. Él sí era casado con una mujer bastante siniestra, venenosa y con hábitos eróticos extremos.
Todo marchaba sobre ruedas. Buena paga, buenos alimentos, buenos departamentos y, es preciso decirlo, lo que más gustaba a los miembros de la banda eran las gabachas, mujeres liberadas que contrastaban con las entonces mojigatas emeritenses.
Como era costumbre –no sé si aún lo es– después de la tocada se armaba la fiesta. También hay que aclarar que el gran guitarrista y el amigo de que hablo al principio fueron mejores amigos desde su más tierna infancia. Casi hermanos.
Cierta ocasión, en el amplio balcón de un departamento celebraban los músicos una más de sus actuaciones apoteósicas. Cada quien con su gringa, a excepción del guitarrista, quien estaba chupando al parejo que los demás. Su esposa estaba en la pachanga. La gringa que estaba con el protagonista de esta aventura, pronto entregó el equipo y se marchó en un taxi bien dormidita. Y así cada quien se fue retirando cual el bíblico Noé con su respectiva gabacha. Nuestro guitarrista también cayó dormido en un sofá, de manera que nada más quedaba en aquel balcón etílico, nuestro amigo y la esposa del guitarrista. Tomaban tequila. En un momento dado, ella, sin preámbulos le expresó al compadre de su marido que tenía ganas de hacer el amor con el. Este, dentro de las brumas del alcohol reaccionó (hoy lo veo así) pendejamente, poniendo mil pretextos para librarse de ella, quien ya estaba encima de él. Este se levantó expresando que eso estaba muy mal y que él no podía cometer una traición de ese tamaño con su mejor amigo. Ella pareció comprender, o al menos eso demostró, mostrándose arrepentida y echándole la culpa al tequila: “Dispénsame –dijo– nada más no le vayas a decir nada a mi esposo”. A lo que el otro respondió que por supuesto y se retiró a su cuarto que estaba justo al lado de la pareja. Como a las dos horas, salvajes golpes en la puerta de su depa lo despertaron. Y allí estaba ella. La blusa desgarrada, el cabello revuelo, arañazos en el rostro y llorando y echando sapos y culebras por la boca. Todo aquello fue autoinfligido. Gritaba histérica a su esposo que se encontraba a su lado.
“¡Míralo, que cínico, mi amor, anoche que te dormiste me intentó violar, mira como me dejó –teníaa además un moretón en el brazo–. Inútiles fueron las palabras del aludido. Aunque el marido, conociendo el background de su esposa (todo el batallón de infantería roquero había pasado sobre ella) como que dudo. Conocía muy bien a su compañero y no lo creía capaz de aquello. Sin embargo, una mujer despechada es un tsunami en su máxima expresión, continuaba con las acusaciones. No pasó a mayores ante los juramentos del compadre. Continuaron, pero como ya una simple relación de trabajo. La amistad de veinticinco años se fracturó para siempre. Las discusiones entre ambos estuvieron a la orden del día por un quítame estas pajas. Y ella, echándole leña al fuego de diversas formas. Triste y grave final de una amistad fuerte y solidaria.