Cultura

¿Dónde dejamos al perro si no quiere morir?

Ivi May DzibFicciones de un escribidor

I

Veo en sus ojos la rabia de cinco años sin agua, alimento ni cobija, nos fuimos de casa y lo dejamos amarrado y sin techo, pero eso sí, logramos divertirnos, incluso yo conocí a otra mujer y supe el secreto de su cama, aunque no recuerdo bien tú qué hacías.

Regresamos del viaje, ahora estamos frente a la casa que pensamos no volveríamos a ver, pero así es la vida, un viene y va. No hemos siquiera abierto la puerta cuando sus ladridos despiertan un miedo que habíamos olvidado, quizá sea un deja vu, pensamos lo conveniente que sería entrar cuando una vecina

se acerca presurosamente, agita la mano, no puede reconocernos, como si el viaje hubiera deformado nuestros rostros y oscurecido la mirada, está agitada, pero se ve satisfecha de habernos impedido entrar a la casa.

II

Llevamos más de una semana afuera, nadie ha querido venir y deshacerse del perro, le temen más que a la rabia y me pregunto ¿hay algo más allá de esa rabia? Nosotros no somos los culpables.

La vecina nos habla de los anteriores dueños y la descripción que hace nos remite a otros días, cuando la miel y el olor a espinaca sabían mejor que los spas y las comidas rápidas que ahora nos nutren. Le decimos: –Señora, somos nosotros aquellos vecinos, –ella nos mira divertida y dice: –No puede ser, nadie cambia tan rápido, –pero noto una oscura profundidad en su mirada. Como si le diera miedo saber que alguien puede pudrirse de manera rápida y con tanta facilidad.

III

El perro, aseguran, es casi inmortal, ya que después de cinco años de sobrevivir a las peores condiciones de vida, ha desarrollado mecanismos de defensa tan sorprendentes, que el último recurso sea, quizá, un francotirador, pero cada vez que éste lo tiene en la mira, retrocede como si el hocico y la mirada hicieran al tirador dudar. Y así ha pasado un mes.

Lo mejor sería cambiar de hogar, pero ¿cómo dejar una inversión en manos de la barbarie? No sabemos qué hacer, pero estamos seguros que migrar no es opción. Allá afuera están los gases lacrimógenos y las balas de goma. Alguien llega y nos dice que lo mejor es hablar con el perro para intentar que pacíficamente, nos deje volver a la seguridad de la casa. Dudamos porque, en sueños hemos visto que lo único que el perro quiere es matarnos a mordidas para poder estar en paz.

Continuará.