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Cultura

A ver qué sucede en Málaga con un diablo mexicano

Pedro de la Hoz

Cada nueva producción del binomio Ripstein-Garcíadiego levanta polvaredas y desentumece la razón. El diablo entre las piernas es la décimo sexta película realizada por Arturo Ripstein sobre un guión de su compañera en la vida, Paz Alicia Garciadiego. El año pasado en Toronto, y más tarde en Morelia, el filme acaparó la atención del público, nada extraordinario cuando se trata de una pareja que habitualmente escapa de las rutinas narrativas.

La obra y sus autores emprenderán un viaje transoceánico en marzo, cuando entre el 13 y el 22 de ese mes, participen en el Festival de Cine en Español de Málaga. No siempre se da el caso de que una película sea proyectada en la sección oficial de un concurso y, a la vez, su director reciba un premio honorífico de entrada.

Ripstein será reconocido con el Premio Retrospectiva-Málaga Hoy 2020, del festival. Los organizadores quieren exaltar “la amplia trayectoria de este director mexicano, uno de los nombres fundamentales del cine en español”, según dieron a conocer esta semana.

La decisión de honrar a Ripstein y hacerlo competir difiere de lo que ocurrirá con el español Javier Fesser. Su filme Historias lamentables, obra con la que pretende reeditar el éxito de Campeones, acreditada con el Goya a la mejor película en 2019 y vista por 3.3 millones de espectadores, va fuera de concurso, en tanto Fesser será galardonado con la Biznaga de Honor, máxima recompensa del evento.

En definitiva, a Ripstein lo que más interesa es llegar nuevamente a públicos europeos y dejar constancia de su inagotable oficio cinematográfico. Un oficio que ha venido probando desde que debutó como director con Tiempo de morir (1965).

En el palmarés de Ripstein figuran: La calle de la amargura (2015), Las razones del corazón (2012), Los héroes y el tiempo (2005), La virgen de la lujuria (2002), Así es la vida (2000), La perdición de los hombres (2000), El coronel no tiene quien le escriba (1999), El evangelio de las maravillas (1998), Profundo carmesí (1996), La reina de la noche (1994), Principio y fin (1993) y La mujer del puerto (1991).

En El diablo entre las piernas, una pareja de adultos de la tercera edad, el Viejo y Beatriz, que habitan en una casona vetusta casi al margen de las relaciones familiares y sociales, rumian su soledad entre el deseo y la frustración. El Viejo cela continuamente a su mujer, y ejerce formas de dominación moral sobre ella. Hasta que Beatriz, que aún se considera apetecible, sale una noche en busca de sexo. Ese es el punto de inflexión de la trama.

Pocas veces en el cine se ha abordado la sexualidad en edades avanzadas y, menos aún, las complejas relaciones psicológicas entre dos seres arrasados por la desconfianza. El crítico Jesús Chavarría reparó cómo “los personajes van de un lado a otro contando pequeñas partes de su historia en momentos a veces acertados y a veces excesivamente melodramáticos; algunos hilos son retomados a lo largo de la cinta y otros más se desvanecen entre los otros acontecimientos”. Pero está de acuerdo con la fortaleza de la ambientación y la excelencia de las actuaciones.

Al reseñar la proyección en Morelia, Berenice Bautista escribió: “Como sugiere el título, la película es erótica y violenta. Beatriz vive atormentada por su marido celoso, quien en sus arranques suele recriminarle supuestas infidelidades. Ella transcribe sus insultos y lleva una cuenta de las veces que le ha dicho ramera, más de 70. Pero la manera rebuscada y anticuada en la que se dan los diálogos entre la pareja hace que, por momentos, parezca más una comedia del siglo XIX que un drama”. La guionista se justificó: “Soy muy consciente de que la gente no habla así y la vida no es como la fotografía de Ripstein”.

Otros comentaristas valoraron positivamente la sombría fotografía de Alejandro Cantú, teniendo siempre planos cercanos que resultan desgarradores para enmarcar de forma melancólica el duro presente que vive Beatriz, en blanco y negro, por lo cual la labor de Cantú no sólo se enaltece, sino que es un punto vital en el desarrollo de la historia.

Pero la mayor puntuación del público fue a parar a las actuaciones de Sylvia Pasquel y Alejandro Suárez en los papeles protagónicos. Ambos septuagenarios, con carreras hechas y derechas en otras tesituras –la Pasquel, desgastada por los clichés de las telenovelas, y Suárez, dueño de una voz cómica explotada hasta la saciedad en su largo ejercicio histriónico– renacen artísticamente en el filme.

La Pasquel contó tras el estreno: “Invité a una nieta a ver la película y su reacción me entusiasmó. Al final sabía que Arturo iba a hacer una obra de arte”.

¿Qué sucederá en Málaga? Está por verse. Por lo pronto resulta estimulante que en España tengan a Ripstein como uno de los imprescindibles del cine iberoamericano y que una película suya vuelva a campear en la pantalla, como lo hizo en San Sebastián en 2002 con La perdición de los hombres.

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