Cultura

Por qué importa Smile

Pedro de la Hoz

No fue casual que Lady Gaga abriera el concierto más esperado de los últimos días con la canción Smile. Al margen del tsunami publicitario que rodeó el megaevento One World Together at Home el pasado 18 de abril, convocado por la Organización Mundial de la Salud y la entidad Global Citizen para su transmisión vía streaming y replicado por 26 cadenas de televisión, vale rastrear la validez de la selección de una cantante indudablemente representativa de la industria del espectáculo en función de la cultura de masas.
Los efectos del concierto se correspondieron con el gesto altruista de los participantes: las arcas del Fondo de Respuesta de la OMS ante la Covid 19 recibieron tan sólo en 72 horas 127 millones de dólares, cifra que debe crecer y contribuir a la asistencia a países y zonas en las cuales el nuevo coronavirus ha hecho trizas los sistemas de salud y, por supuesto, se ha cebado en las comunidades más vulnerables. Las denominadas celebrities dieron el paso al frente, dejando atrás la mayoría egos y lentejuelas, como alguna vez lo hicieron con Live Aid y We are the World.
Antes de entrar en la canción inaugural, traigo a colación a Lady Gaga a propósito de la real identidad de la artista. Pareciera que a las estadounidenses de ascendencia italiana embebidas en la farándula les conviene despojarse del origen en aras de vender. Madonna Louise Verónica Ciccone se convirtió en Madonna a secas. Stefani Joanne Angelina Germanotta pasó a ser Lady Gaga. Reina del disfraz, del ocultamiento de rostro y figura en medio de descomunales despliegues de efectos especiales, emisora de canciones que en el torbellino del pop y el rock dan la impresión de haber sido fabricadas en serie, Lady Gaga se debió más a las luces que a cualquier otro valor: fama y aplausos por encima de todo.
Lo que muchos no sabíamos era que la muchacha tenía un costado ajeno a la simulación espectacular. Así, al menos, lo pude aquilatar un día en que observé distraído la pantalla del televisor de casa que trasmitía un concierto y allí estaba la tal Lady Gaga cantando estándares de jazz con pertinencia y estilo.
Con todos los reparos posibles a una Lady que el crítico español Javier Blánquez fustigó “por pasearse por los estadios en bragas y ser la reina indiscutible del freakismo en el pop”, éste admite, después de todo, que lo de la muchacha que ahora suma 34 años son los estándares de jazz, el territorio que más le sienta en cuanto a sinceridad. Probó con un disco a medias con Tony Bennett, Cheek to cheek, que hasta ganó un Grammy. Los puristas le echaron con el rayo; dijeron que no punteaba más allá de la corrección y que halló a un Bennet vencido por los años; otros opinamos diferente: el jazz, el blues, la canción popular estadounidense que se ha forjado a base de los Gershwin y Cole Porter –parcelas diferenciadas en verdad pero con imborrables conexiones internas– hacía visible y audible a una Lady Gaga que se inclinaba por volver a encarnar a la Stefani Germanotta que alguna vez fue.
Con Smile la cantante pagó una deuda con Bennett. Este hizo de la pieza, y en su momento Lady Gaga compartió la experiencia, un pilote en su repertorio. Se apropió del tema hasta sacarle todo el zumo que pudo en las buenas y las malas, cuando dominaba la escena y cuando sorteó con dignidad los signos de la decadencia.
La melodía venía de lejos, de un pasaje de la banda sonora de Tiempos modernos, tarareada por Charles Chaplin para que hábiles orquestadores dieran vida a las ideas sonoras del genio del cine. La canción como tal nació en 1954, una rareza en la producción de los letristas ingleses John Turner y Geoffrey Parsons, quienes trabajaban en una compañía especializada en escribir letras para el mercado anglosajón adaptables a canciones popularizadas en otros idiomas. La excepción fue Smile, en la que partieron de cero ante la petición del repertorista de un Nat King Cole urgido de nuevas especies para la grabación.
Smile poseía ingredientes aptos para todos los públicos: melodía hermosa como para satisfacer un amplio espectro gustativo, letra optimista sin rebuscamientos y un intérprete excepcional. Cómo no venir a cuento en tiempos de Covid 19 con un mensaje explícito que reza: “Sonríe aunque te duela el corazón / sonríe a pesar de que se rompa/ cuando haya nubes en el cielo / te las arreglaras si sonríes / más allá de tu miedo y dolor. / Sonríe y tal vez mañana verás que el sol / brilla en ti / e Ilumina tu rostro con alegría. / Oculta cada rastro de tristeza / aunque una lágrima pueda estar cerca / ése es el momento en que debes seguir intentándolo. / Sonríe / de qué sirve llorar. / Encontrarás que la vida / aún vale la pena / si sólo sonríes”.
Lady Gaga, perdón, Stefani así lo entendió y le dio un toque que se deslizó de lo melancólico a lo festivo, con una pizca de scat, a viva voz y a piano solo desde su estudio para abrir el concierto humanitario. Fue como poner nuevamente la canción al derecho después de la refuncionalización del tema en la película Joker, en la versión de Jimmy Durante, utilizada para subrayar la insalvable paradoja del personaje protagonizado magistralmente por Joaquin Phoenix.