Cultura

Unicornio Por Esto: La bestia encerrada, un cuento de terror

El escritor Abraham Jesús Pech Barrancos presenta el texto El Brillo en la Oscuridad, una historia que pondrá a prueba a los lectores más sensibles con descripciones violentas y giros inesperados
EL BRILLO EN LA OSCURIDAD
EL BRILLO EN LA OSCURIDAD

Los rayos del alba entran lentamente por las ventanas. Sin premura la luz se abre paso en la oscuridad, iluminando hasta el más pequeño rincón de la sala. La claridad acaba con mis energías llevándose todo atisbo de esperanza, en su lugar, provoca un miedo paralizador cuando veo todo aquello en lo que se posa la luz, no hay un despertar de vida, sino un anuncio de muerte. Escucho una sinfonía ahogada. Las imágenes borrosas que antes no alcanzaba a distinguir adoptan formas grotescas y viscerales. Lo escucho, esos sonidos son los gritos de los muertos que claman en el silencio.

Llevo varios minutos estático, parado a lado de una pared. Aprieto con fuerza el mango de la escopeta para sentirme seguro, mientras observo cada parte del escenario macabro que se posa ante mis ojos. Me encuentro en una sala enorme de elegante estilo rústico. En otros tiempos su estética hubiera transmitido una sensación de pasividad; ahora la habitación desprende miedo y desolación.

Un rojo ennegrecido está esparcido por las paredes, marcándolas con una espesa humedad. De ella caen gotas de sangre que en su camino forman delgadas líneas verticales. Charcos de sangre crecen debajo de varias pilas de cuerpos destrozados. A muchos les faltan las cabezas, brazos, piernas y dedos; otros tienen abiertos los estómagos con los órganos saliéndose

Hay tantas partes humanas regadas por toda la habitación que me es imposible contar la cantidad de muertos. La sangre todavía sin coagular y la falta de peste de los cadáveres sugiere que no ha pasado mucho tiempo desde que sucedió la matanza. Mientras trato de asimilar todo, veo en el fondo de un pasillo algo que me aterra más que los mismos muertos… Cuatro cortes profundos en una puerta.

Sí, la bestia estuvo aquí.

En medio de este panorama donde convergen el rojo y el negro, un ligero brillo hace presencia, capturando mi atención. Lo sigo con la vista volteando rápidamente a mi derecha. Debido a esa acción, el vidrio de un viejo espejo queda a escasos centímetros de mi rostro, doy un paso atrás y me restablezco. Inexplicablemente es el único objeto que permanece intacto. El espejo es enorme y a la altura a la que está colgado puedo verme desde mi pecho hasta la cabeza. Miro mi rostro: ojos aterrados, el sudor recorre mis mejillas y mi cuerpo no deja de temblar; doy un suspiro que me provoca un fuerte dolor de cabeza, como pequeños choques eléctricos en el cerebro. Cuando se me pasa esa sensación, todo me queda claro. Firme y decidido, nuevamente aprieto con fuerza la escopeta. “Acabaré contigo”, pienso.

Noto que horas antes hubo una fiesta en esta casa.

Varios jóvenes se divierten de forma desenfrenada. Todos parecen perdidos en el alcohol, las drogas y el sexo. Entre los invitados, un joven de ojos verdes está bailando con una hermosa chica de cabello rubio. Con la intensidad de la música, los leves roces se convierten en algo intenso. Las miradas terminan en besos, la transpiración y el calor de los cuerpos aumenta. No salen palabras de sus bocas, ellos lo saben, lo quieren, dos manos se sostienen en medio del baile alejándose de los demás, y encerrándose en el cuarto de arriba sucumben ante sus deseos. En la intimidad del cuarto bajo el tenue destello de la bombilla, manos desabrochan botones, bajan cierres, separan la tela de la piel. Prenda tras prenda cae hasta quedar los cuerpos desnudos.

Sólo una delicada tela cubre los ojos de la chica, quien goza de esos juegos eróticos. Con un lento movimiento pélvico, ambos se unen en el goce del canal abierto, envueltos en el máximo placer.

Debido a la cercanía de los cuerpos, la gargantilla que se enrolla alrededor del cuello del chico choca con la piel tersa de ella, provocándole pequeños raspones. Ante la molestia, ella coloca sus dedos detrás de la nuca de su compañero desprendiéndole el artilugio sin previo aviso.

Sólo un momento de desenfreno, tan sólo un descuido, fue suficiente. Aquellos ojos esmeraldas se tornan amarillos. Es demasiado tarde, el mal ha sido liberado. Una oscuridad antigua y siniestra comienza a brotar desde lo más profundo de aquel joven, provocándole cambios simultáneos por todo su cuerpo.

Le crece una capa de pelo negro, áspera como el carbón; la columna y los huesos de brazos y piernas se estiran, aumentando la estatura y tomando una postura cuadrúpeda; las uñas crecen como cuchillos afilados, desgarrando la piel de la chica en el proceso; la cabeza se deforma, adoptando una apariencia canina; ya no hay un humano, solo una bestia.

Como la cópula se vuelve dolorosa, la joven se quita la venda encontrándose directamente con la mirada fría y voraz de un asesino. Lo que antes habían sido gemidos de placer se vuelven gritos quebrados, cada vez más apagados, hasta que el corazón deja de latir.

Pequeños ríos de sangre salen por debajo de la puerta, deslizándose por las escaleras hasta mojar los pantalones de una pareja sentada en un escalón. Asustados por la sustancia, alertan a los demás integrantes de la fiesta. Bajándole a la música, todos suben para ver qué pasa. Abren la puerta de la habitación, descubriendo a una criatura enorme, muy parecida a un lobo.

De sus fauces se alcanzan a vislumbrar unos hilos dorados. Las luces de los celulares y los gritos alertan a la bestia. Unos segundos son suficientes para que se lance sobre el joven más cercano a la puerta. Una mordida en el cuello basta para arrancarle la cabeza. Los demás corren despavoridos, pero con una endiablada velocidad les da matanza uno a uno, desgarrando su piel, cortando estómagos, sacando vísceras con cada zarpazo. Sólo unos pocos logran escapar por las ventanas.

Después de romper un cráneo al azotarlo contra la parte baja de una pared, la bestia levanta la mirada, encontrando su reflejo en el espejo colgado. Al verse directamente en el vidrio, por momentos fugaces el joven aparece del otro lado queriendo retomar la conciencia de su cuerpo.

La bestia, al darse cuenta, intenta romper el espejo, pero al tocarlo se quema. Ese dolor lo distrae.

Las ataduras se rompen y el alma humana logra la libertad. Recordando quien era y dándose cuenta de lo que acaba de hacer, retiene la conciencia lo suficiente para subir al cuarto trastabillando, se coloca el collar y vuelve a aprisionar al monstruo. Un aullido suena por toda la casa, hasta volverse un triste lamento.

Todos esos recuerdos pasan por mi cabeza al dar ese suspiro… Esta vez pude retener más fragmentos… Miro la quemadura de la palma de mi mano, corresponde con los bordes del espejo. Al examinarlo, me doy cuenta que el marco está forrado de plata. Ese brillo que vi era al reflejo de mi collar de plata con el cristal. Mi padre muchas veces me advirtió que para pasar desapercibidos nunca debíamos quitárnoslo.

Mi escepticismo no me permitió creerle, así que de pequeño me lo quité y… las cosas no salieron muy bien. Nosotros estamos malditos por herencia de sangre, no necesitamos de los ciclos lunares, así que el otro ser puede salir cuando quiera si no está encerrado.

La escopeta la encontré tirada al costado de uno de los cuerpos. Al parecer alguien quiso dispararme, pero no le di la oportunidad.

Me siento, desnudo, en lo que queda del sofá, escuchando las sirenas que se acercan.

Pongo la punta de la escopeta en mi boca, las balas no serán de plata, pero volarme la cabeza dará el mismo resultado.

Tantos años sin matar a nadie y sólo un descuido hizo falta.

Ya no puedo más, prefiero morir como un hombre a vivir como un monstruo. Acepto sumergirme en la noche eterna para pagar mis pecados. Una última vez veo mi reflejo, pero no soy yo, es la bestia. Él me mira.

—Acabaré contigo, soy la bestia.