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Preguntas y respuestas sobre cómo investigar

Marta Núñez Sarmiento*

XIX

A partir de ahora insertaré bajo este título artículos en los que aclararé las dudas formuladas por los colegas y alumnos que han leído las “conversaciones” publicadas en “Metodología de los por qué”. Son reflexiones personales en las que no intento sentar cátedra, sino compartir con los lectores mis saberes de varias décadas indagando cuestiones sobre la transición socialista en Cuba, las relaciones de género, así como los dificilísimos nexos entre mi país y Estados Unidos. En este primer intercambio me referiré a las preguntas sobre el diseño de la investigación. Estos textos aparecerán aleatoriamente intercalados con el resto de mis trabajos dominicales que dedico a cuestiones concretas.

No se preocupen, porque seguiré analizando distintos temas en las letras de las canciones.

Me preguntan por qué cuando escribí los artículos sobre el diseño de las investigaciones solo incluí los objetivos, los problemas, las hipótesis y los conceptos sin mencionar el marco teórico. Estoy acostumbrada a que me pidan que aclare mi posición en esta materia.

En mis programas de Metodología insisto en los aspectos prácticos del quehacer investigativo que nos ayudan a ejecutar con seriedad académica y creatividad los pasos en los estudios concretos. Esto no significa que excluya la necesidad de reconocer las escuelas teóricas que guíen nuestras faenas científicas. Esta es una condición imprescindible para cumplir con los procesos de deducción (que parten desde las teorías que hemos seleccionado hasta que, con su ayuda, ponemos bajo nuestras lupas las realidades concretas que nos proponemos entender) y de inducción (esos en los que “bebemos” de lo que las realidades nos dicen). En los ejercicios académicos como las tesis de doctorado, de maestría y de licenciatura, hay que exponer claramente cuáles son las escuelas teóricas que se eligieron. Pero en muchísimas ocasiones resumir el marco teórico se convierte en una reproducción vulgar y dogmática de conceptos extraídos de varios autores considerados clásicos, como son los del marxismo, para imprimir un sello de “legalidad académica” a los resultados de la investigación que exponen. Así ocurre con los conceptos del materialismo dialéctico y sus tres leyes, que no solo reproducen las definiciones de los manuales soviéticos, sino que, cuando leemos los contenidos de las tesis, no se ve cómo los aplicaron al llevar a cabo sus indagaciones o, al menos, yo nunca encuentro cómo estuvieron presentes en los procesos para hacerlas.

Expliqué en mis artículos sobre el diseño que las teorías que empleamos en nuestras indagaciones debemos acumularlas en nuestros cerebros, tal y como Mozart lo hacía con las melodías que producía. Recuerden que en la película Amadeus, dirigida por Milos Forman en 1984, en el diálogo de Mozart con Salieri, el primero intentaba explicarle a su competidor de dónde salían sus composiciones musicales, para lo cual apuntaba a su cabeza y repetía “¡De aquí, de aquí!”. En nuestros casos los marcos teóricos los integran los saberes que están presentes en nuestras inteligencias, que recogimos cuando consultábamos “electivamente” a diversos autores y que descansan en nuestros cerebros bien de manera ordenada o, en la mayoría de los casos, desordenadamente, esperando a que los ubiquemos en nuestros procesos para responder a los “por qué”.

Aclaro que es preciso que desde que comenzamos a diseñar nuestro estudio y a medida que lo desarrollamos, tenemos que reconocer clara y resumidamente cuáles son las ideas teóricas que encauzan nuestras indagaciones. Estas proposiciones aportarán sentido a los “por qué” contenidos en el diseño, así como a las respuestas que resumiremos en el informe final. Pero en nuestros informes de investigación y, mucho menos, cuando comunicamos los resultados de manera más literaria, estas concepciones teóricas no tienen que ocupar un gran número de páginas que aburrirán a los lectores.

Ejemplificaré brevemente algunos de los conceptos que han dirigido mis miradas sobre la transición socialista en Cuba y acerca de las relaciones de género. Ante todo, soy una admiradora de las concepciones acerca de la formación económica y social y de las clases sociales que aparecen en los textos de Carlos Marx y de Ernesto Guevara.

Ambos supieron adaptar estas nociones a las diferentes realidades que estudiaron para comprenderlas. El primero, junto a Federico Engels, hizo gala en La ideología alemana de su capacidad para desentrañar las sociedades y reorganizarlas ordenadamente con el concepto de formación económica y social, igualmente con el de las clases y sus luchas. Después los aplicó a los casos determinados de las alboradas revolucionarias proletarias europeas en La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850 y en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Los conocimientos de estas realidades concretas contribuyeron a que escribiera El capital.

Ernesto Guevara nos enseñó a pensar los procesos de la transición al socialismo y al comunismo en Cuba reflexionando críticamente sobre los errores y aciertos que se sucedían como un tsunami en Cuba entre 1959 y 1964. Sus textos se han publicado profusamente, pero desgraciadamente en Cuba no los hemos tomado en cuenta de manera permanente. Che no desconoció las propuestas teóricas generales de Marx sobre las sociedades socialistas y comunistas en su Crítica al Programa de Gotha cuando elaboró las reflexiones inconclusas sobre la posibilidad de emplear el sistema presupuestario para transformar las relaciones capitalistas subdesarrolladas cubanas en un sentido que condujera al comunismo. Para llegar a esto diseccionó críticamente los contenidos de los manuales soviéticos de economía y filosofía con los que se enseñaba en la década de 1960 en Cuba, acumuló conocimientos de sus viajes a los países socialistas europeos y China entre 1959 y 1964, todo ello para analizar con crudeza sus experiencias como impulsor de las transformaciones económicas, políticas y sociales de la Revolución, sobre todo desde su responsabilidad como ministro de Industrias. Los textos que resultaron de su ejercicio crítico en cómo proceder con la deducción y la inducción condensan las sabidurías de un hombre de pensamiento y de acción que se afanaba en darle sentido a las transformaciones radicales que ocurrían en Cuba, en las que él tenía un protagonismo clave.

Ejemplifico cómo aplico en mis estudios las concepciones cubanas de la transición socialista a las experiencias concretas de las relaciones de género en los últimos sesenta años.

Desde 1959 Cuba ha transitado por varias etapas de su transición socialista que reagrupo en tres momentos para evaluar cómo en cada uno las políticas económicas y sociales propiciaron la participación laboral femenina y los cambios en las relaciones de género. Estudio de 1959 a 1989 para recapitular cómo transcurrieron los primeros cambios en la sociedad y en las mujeres y comprender cómo ellas arribaron a la crisis de los años noventa. El segundo período (1990-2005) abarca los años de crisis y reajustes del modelo de supervivencia. Por último, estudio la etapa más cercana (2006 hasta 2019) en la que aparece el nuevo modelo económico y social y su “operacionalización” en las prácticas de gobernar.

En estos años la concepción cubana del desarrollo ha consistido en transformar las relaciones capitalistas para construir otras nuevas que promuevan el crecimiento económico para beneficiar a toda la sociedad, sobre todo a los más discriminados. Por tanto, se ha convertido en una alternativa que se contrapone a la noción neoliberal del progreso que lo equipara con el crecimiento económico regido únicamente por el mercado. Uno de los principios de la concepción cubana de desarrollo consiste en que no es necesario ser un país rico para hacer avanzar al país y a las mujeres; que lo que hace falta es tener una voluntad política que dirija consecuente e integralmente este proceso. Las cubanas se emanciparon tanto en los últimos sesenta años que innovaron las relaciones de género y enriquecieron la identidad cultural nacional en lo que significa ser mujer, ser hombre y ser una persona de la gama de orientaciones sexuales e identidades genéricas. En este devenir las mujeres se convirtieron en figuras claves del entramado del proyecto anticapitalista y socialista de la Revolución.

Decidí concentrarme en la evolución del empleo femenino como parte de las medidas para incorporar a las mujeres a la vida del país con equidad e igualdad desde 1959 hasta hoy, porque ha sido una clave para cambiar las conductas y las ideologías de ellas, convirtiéndose en el hecho que más ha influido en la revolución de las cubanas. Mi país demostró que las mujeres solo serían capaces de luchar por su plena equidad y alcanzarla si toda la sociedad se transformaba simultáneamente con ellas. Si los cambios poscapitalistas se hubieran detenido y las mujeres hubieran intentado desmontar la cultura patriarcal, a la larga hubiera sobrevenido un retroceso en este empeño. Y si los programas para revolucionar la sociedad hubieran desconocido la necesidad de cambiar a la vez las discriminaciones que sufren las mujeres y en general las relaciones de género, o la hubiera postergado por considerar que no era una prioridad, entonces no sería una revolución verdadera.

La experiencia cubana indicó igualmente que las transformaciones en la sociedad y en las mujeres no son un proceso lineal, porque están sometidas a presiones externas (el bloqueo es la más fuerte), a las urgencias (debido a las exigencias de la población toda de suplir sus necesidades) y por la necesidad de rectificar en todo momento los errores propios de este enorme experimento socialista en un país latinoamericano y subdesarrollado. Esta “no linealidad” se tradujo en lo que ocurría –a grandes rasgos– con los cambios en las condiciones de ser cubanas en las diferentes etapas de la transición socialista cubana.

Espero haber demostrado a enormes y no solo grandes rasgos de qué manera se pueden aplicar los imprescindibles conocimientos teóricos para analizar realidades concretas sin caer en dogmatismos.