Marta Núñez Sarmiento*
XLIV
Continúo relatándoles cuán embrolladas son las regulaciones que impone Estados Unidos a los intercambios entre universidades de ese país y las de Cuba.
Algunos abogados y operadores de agencias de viajes de EE. UU. han reinterpretado legalmente los requerimientos de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), dependiente del departamento del Tesoro, para hallar “puertas” que faciliten a los estudiantes viajar a Cuba para conocerla en programas que les organicen esas agencias sin que estas visitas confieran créditos académicos y sin que estén obligados a cumplir los requerimientos más subversivos. Esta necesidad se tornó urgente ante el hecho que muchas universidades norteamericanas que usaban viajes cortos a la isla, porque no podían costear los de 10 semanas y más, cancelaron sus viajes ante posibles represalias millonarias si osaban viajar a Cuba. Varias de estas agencias tornaron a traer estudiantes universitarios en programas de estancias cortas en Cuba y en ellos los profesores que les acompañan son los “representantes” de las compañías de viajes que los traen.
Estos programas de ciclos cortos pueden también usar la licencia educacional para organizar estas estancias directamente con las instituciones académicas cubanas que los recibirán siempre y cuando la parte de EE. UU. esté auspiciada por una entidad de ese país (una compañía de viaje, una iglesia, una institución académica o un individuo).
Los semestres en el extranjero con estudiantes universitarios norteamericanos desarrollados en Cuba en las últimas dos décadas son un ensayo general de cómo pueden ser las relaciones normales, respetuosas, profesionales y mutuamente ventajosas para ambos países. De ellos se pueden extraer lecciones que fertilicen la futura convivencia política, cultural y económica entre Cuba y EE. UU. Sin embargo, la administración Trump está haciendo lo posible por desecharlas.
A pesar que las regulaciones de la OFAC admiten que continúen los viajes educacionales a Cuba, las campañas mediáticas tienden a oscurecer su permanencia. Por tanto, las “lecciones para la convivencia” que profesores y estudiantes cubanos y norteamericanos hemos adquirido gracias a estos intercambios están en peligro y podrían sufrir las pérdidas que relaciono en este estudio.
Para aportar acciones concretas sobre cuán importantes son los semestres en el extranjero, resumiré mis experiencias al impartir las asignaturas de “Mujer y relaciones de género en Cuba” y “Género, raza y desigualdades en Cuba hoy” en estos programas en la Casa de las Américas, en la Universidad de La Habana y la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), durante los últimos dieciocho años con American University D.C., North Carolina University en Chapel Hilll, Hampshire College, Presbyterian College, el Programa CROSS, la Universidad de Brown y con el Consorcio de Estudios Avanzados en el Extranjero (C.A.S.A.), este último auspiciado por la Universidad de Brown desde 2014. Este consorcio, que desde hace años desarrolla estudios en el extranjero en varios países, cuenta con universidades “líderes” estadounidenses y recientemente ha incorporado a la Universidad de Dublin, en Irlanda.
Consulté también a profesores y coordinadores de las instituciones académicas cubanas y norteamericanas que han convertido en realidad estos programas, en medio de las condiciones hostiles que han caracterizado a las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, para que expliquen cuánto se perdería si se cancelaran estos intercambios.
Primera pérdida. Los programas educacionales de estudiantes universitarios de EE. UU. en Cuba demostraron que se pueden construir políticas en materia de educación superior y aplicarlas en contextos bilaterales adversos antes de restablecer relaciones diplomáticas y con enemistades de más de medio siglo. Los avatares que han vivido los especialistas para llevar a la práctica estos programas probaron que se pudieron elaborar estrategias entre Cuba y Estados Unidos en los terrenos de la política, la legalidad, la cultura, las migraciones y la economía cuando no existían diálogos oficiales entre los gobiernos. Las instituciones de educación superior de ambos países que iniciaron esta docencia conjunta conocieron poco a poco cuáles eran las estructuras para tomar decisiones en cada uno de ellos y que permitieron establecer este tipo de estudio de manera que constituyera parte de los currículos de las universidades estadounidenses.
Los deseos de implementar intercambios de conocimientos entre estudiantes y profesores norteamericanos y cubanos comenzaron después que Fidel Castro visitara varias universidades estadounidenses en abril de 1959. El profesor de la Universidad de Columbia, Charles Wright Mills, vino a Cuba en el verano de 1960, mientras que el entonces estudiante Saul Landau y la activista Berta Greene realizaron el “Christmas Tour” entre diciembre de 1960 y enero de 1961. Desde entonces y hasta fines de los 90, ambas partes experimentaron varias formas de intercambio académico que sirvieron de preámbulo a los docentes, pero los primeros programas para que los estudiantes de pregrado norteamericanos cursaran un semestre académico en Cuba se concibieron y organizaron en 1997 entre el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría y el School for International Training, que solo se mantuvo por un semestre. La institución pionera en estas lides fue el Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba en 2000. Según la profesora cubana Milagros Martínez, “La modalidad de programas de semestre en la Universidad de La Habana para estudiantes de universidades norteamericanas se inició en el año 2000, después de recibir durante varios años a estudiantes en ‘programas cortos’ por períodos entre 7 y 45 días”. Estos programas se incrementaron a partir de septiembre de 2000 hasta enero de 2016.
Los programas de semestre de las universidades norteamericanas en la Casa de las Américas, en la Universidad de La Habana y en la Uneac se han organizado y ejecutado conjuntamente por especialistas de reconocido nivel académico de los dos países; las instituciones correspondientes designan a sus coordinadores generales, quienes conciben la “filosofía” de cada programa, la organizan y la llevan a cabo. Las universidades norteamericanas cuentan con un coordinador residente –quien tiene una contraparte cubana–, que supervisa in situ el devenir del curso.
Los profesores cubanos y norteamericanos han asimilado las culturas académicas de cada uno en la medida en que organizan los contenidos de sus asignaturas. Se ha creado una especie de híbrido cultural en las exigencias para instaurar los programas de semestre usando las experiencias de cada país y de cada institución. Por ejemplo, varias universidades norteamericanas exigen redactar los contenidos de los programas en “syllabus” que distan de cómo se redactan los programas de las asignaturas en las universidades cubanas, lo que nos obligó a los profesores de la isla a adaptarnos a estos cánones para realizar, según el profesor cubano Dr. Enrique Beldarraín, “un trabajo serio y de mucha dedicación”. Los cubanos comprobamos que, cuando finalizamos estos complicados “syllabus”, estos se convierten en prontuarios que facilitan a los estudiantes y a los profesores saber cuáles son las reglas que rigen el calendario de las clases, los contenidos de cada una de ellas, la bibliografía básica y adicional, el sistema de evaluación, así como los derechos y deberes de los estudiantes y los profesores.
Una vez aprobados estos “syllabus” forman parte de los currículos oficiales de los programas de semestre conjuntos de las universidades de Estados Unidos y de las instituciones académicas cubanas. Los profesores cubanos prácticamente se convierten en miembros de los claustros académicos de ambas instituciones, lo que les legitima para conceder créditos en los currículos de los estudiantes estadounidenses, ya que, según la profesora de la Universidad de Brown, Evelyn Hu de Hart, estos programas cumplen los requisitos académicos que establecen las universidades de EE. UU. para que sus estudiantes obtengan los créditos necesarios para graduarse.
Las universidades norteamericanas y sus contrapartes cubanas deciden conjuntamente las regulaciones académicas y disciplinarias que los estudiantes deben cumplir para matricularse en los programas de semestre en Cuba.
Profesores de ambos países que integran los claustros de estos programas de semestre han impartido asignaturas en Cuba, aunque la mayoría de la docencia en la isla la ofrecen los cubanos. Los profesores cubanos han sido invitados como docentes a las universidades norteamericanas para enseñar cursos completos, compartir los estrados con colegas estadounidenses y ofrecer cursos preparatorios sobre Cuba a los estudiantes que pronto viajarán a nuestro país.
Sin embargo, esta posibilidad se obstruyó para los profesores cubanos desde que el consulado de la Embajada de EE. UU. en La Habana se cerró. Tendríamos que viajar a un tercer país donde exista un consulado estadounidense para acudir a la entrevista que nos cite el Departamento de Estado para que esa institución decida si nos otorgan la visa.
Las barreras han existido a los dos lados del estrecho de la Florida, pero han sido mayores del lado norteamericano.
En EE. UU entre 2004 y 2011 las pocas universidades que mantuvieron sus programas en Cuba no pudieron admitir a estudiantes de otras universidades, lo que redujo considerablemente la matrícula de estudiantes que contaban con recursos financieros para costear sus estudios en Cuba y dificultó la sobrevivencia de estos programas en la isla. Desde que suspendieron estas regulaciones las universidades reiniciaron sus programas con estudiantes de diversas universidades.
Los profesores de la Universidad de Brown, Kendal Brostuen y Evelyn Hu de Hart, así como Matilde Zimmerman, de Sarah Lawrence College, y Rodney Vargas, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, coinciden en que las dificultades mayores para realizar estos programas en Cuba son las restricciones financieras que la OFAC, del Departamento del Tesoro de EE. UU., impone a los bancos, que temen incumplir las regulaciones del bloqueo y entorpecen que las instituciones docentes envíen transferencias bancarias a sus contrapartes cubanas, imprescindibles para costear las matrículas, el uso de las aulas con los medios audiovisuales, los alojamientos, la alimentación y los transportes de los alumnos para sus recorridos docentes dentro y fuera de La Habana, entre otros. Según Brostuen, la OFAC no permite a las instituciones educacionales norteamericanas que paguen directamente a los profesores cubanos que participan en sus programas en Cuba. Los pagos en Cuba continúan haciéndose en efectivo, porque las tarjetas de crédito no se pueden emplear en la isla. Estos impedimentos alargan desmedidamente la preparación de cada semestre, porque se necesitan varios meses para hacer llegar el dinero a Cuba, lo que no sucede cuando se llevan a cabo los semestres en otros países.
El próximo artículo comenzará con las dificultades de la parte cubana.